La ciudad de Madrid y Soledad
Cuando viajo suelo no visitar nuestras embajadas aun en el caso de que estén dirigidas por buenos y viejos amigos. Lo hago así para liberarlos de compromisos, consciente como estoy de la sobrecarga social que arrastran, y sentirme con mayor libertad para cumplir mi itinerario siendo un número más en la lotería grandiosa que es la vida. Gozo con descubrir y apreciar lo que cada día me depara.
En esta ocasión, rompiendo esa regla, me reuní con el embajador dominicano en España, Juan Bolívar Díaz, compañero de viejas tertulias, quien me brindó el calor de su amistad y su fina hospitalidad.
Como si fuera poco tuvimos el privilegio de coincidir con la escritora y poeta, Soledad Álvarez, y acompañarla al cóctel que le ofreció la embajada dominicana con motivo de haber obtenido el XXII Premio Casa América de Poesía Americana, en Madrid.
Es un libro pequeño, pero de intenso contenido, titulado Después de tanto arder. Lo leí de un tirón. Soledad es una mujer extraordinaria, de alta sensibilidad, repleta de inquietudes, referente de nuestras letras.
Al día siguiente del coctel, o sea el 14 de diciembre, nos encaminamos a hacer acto de presencia en la ceremonia de entrega del premio de poesía a Soledad, rebosantes de orgullo por el galardón recibido por nuestra compatriota.
Cuando salimos hacia el acto llovía con persistencia. Al llegar a Cibeles, donde se encuentra Casa América, el autobús no pudo estacionarse en la parada porque el torrente de agua que corría en la calle y aceras no permitía que los pasajeros bajaran. El vehículo paró un poco más adelante, en medio de grandes charcos. Bajamos.
El agua corría por la avenida La Castellana (Recoletos) como si fuera un río. Nuestros zapatos y calcetines se empaparon y la ropa comenzó a humedecerse a pesar de que mi señora y yo portábamos abrigos impermeables, pues cometimos el error de no ponernos la capucha y por ahí se filtraba la humedad. Por la boca del metro situado frente al Banco de España se escurría una cascada que terminó inundando las instalaciones.
Ante esas circunstancias inimaginables y tan desfavorables decidimos regresar a nuestra morada provisoria en busca de refugio ante la inclemencia del tiempo. Y perdimos la ocasión de estar presentes en la ceremonia. ¡Qué pena! No pudimos cumplir con el deseo de acompañar a Soledad. Así se lo hice saber luego al presentarle mis excusas.
Este episodio puso fin a un proceso de sequía intensa en España, afectada por el cambio climático, la escasez de las lluvias y los incendios forestales. En este año 2022 el nivel de los embalses disminuyó a niveles críticos. De modo que resultó ser una casualidad llena de buenaventura que las lluvias hicieran presencia con obstinación en toda la península ibérica. Otra parte de Europa también sufre los embates del cambio climático.
Haciendo memoria de época pasada no recordaba que en mi tiempo de estudiante y de vivir allí, las calles de Madrid se inundaran en la medida en que lo hicieron y que a la boca del metro entrara un torrente de agua como el que contemplamos. Tal vez se deba a que es una ciudad con obras permanentes cuyos residuos pueden taponar el fluir del líquido y provocar desbordamientos, o a que se requiere mejorar la canalización de las aguas y evitar que las hojas de los árboles, al caer en el otoño, tapen los filtrantes. O a que en cualquier parte cuecen habas, no solo en Santo Domingo.
Lo admirable es que ante la inclemencia del tiempo mucha gente insistía en seguir en las calles, como si la lluvia impenitente no afectara sus planes y propósitos. O tal vez ocurre que se dejan llevar, fluyen sin rumbo, sin que exista un lugar absoluto donde ir, caminan porque sí, en busca de no se sabe qué, tal vez guiados por una fuerza que surge de lo profundo de su ser que los conduce a la búsqueda incesante del sentido de la vida.
Y esa es una característica notoria que diferencia España de Santo Domingo. En Madrid la población se vuelca en las calles, mientras en Santo Domingo apenas camina; las ruedas de aquí sustituyen las piernas de allá. La insuficiencia del transporte público, la estrechez de las aceras, el calor y la inseguridad son factores explicativos. Quizás en lustros podremos presumir de pasear a pie calibrando el palpitar de la ciudad, buscando el sentido de la existencia. Como no lo hacemos, ¿acaso andamos diluidos en medio de un enorme vacío existencial?
Próspero y venturoso año 2023, amables lectores.