Muere a los 100 años George Shultz, titán de la política estadounidense y hombre clave en el principio del fin de la Guerra Fría
George Shultz, jefe de la diplomacia durante la Administración de Ronald Reagan y figura clave en el principio del fin de la Guerra Fría, falleció este sábado en Stanford (California) a los 100 años. Republicano tradicional, economista y académico, trabajó para tres Gobiernos conservadores (Dwight Eisenhower, Richard Nixon y Reagan) y fue una figura capital de estos dos últimos, para los que sirvió hasta en cuatro puestos diferentes. Salió del escándalo del Watergate de Nixon con la reputación indemne, contribuyó a suavizar las relaciones con la antigua Unión Soviética en la era Reagan y se empleó a fondo en el imbricado conflicto de Oriente Próximo. La Hoover Institution, a la que estaba vinculado, informó del fallecimiento este domingo. Con él se va una figura legendaria de la política estadounidense del siglo XX.
“Si en un momento de peligro hubiera que escoger un hombre en quien depositar la seguridad de Estados Unidos, ese hombre sería George Shultz”, dijo de él Henry Kissinger, secretario de Estado del Gobierno de Nixon. Shultz llegó a ese gabinete en 1969 por sus credenciales como experto en mercado laboral y ejerció de secretario de Empleo, luego jefe de la Oficina Presupuestaria y finalmente como secretario del Tesoro, puesto del que dimitió en mayo de 1974, apenas tres meses antes de la renuncia del presidente republicano. Salió bien parado. En una de las famosas grabaciones, Nixon se quejó de que no quiso usar el fisco para perseguir a sus enemigos políticos.
Había nacido en el Nueva York de 1920, hijo único en el seno de una familia acomodada. Su padre era el decano del Instituto Educacional de la Bolsa, donde se formaba a los empleados del parqué. Se graduó en Princeton en Económicas y, tras el ataque a Pearl Harbor, sirvió con los Marines en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Se doctoró en 1949 en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y comenzó su etapa docente en este centro y la Universidad de Chicago. En el 55 trabajó por primera vez en la Administración, la de Eisenhower, como economista jefe del Consejo Asesor Económico de la Casa Blanca.
Cuando Reagan lo nominó como jefe de la Diplomacia, el Senado lo aprobó por unanimidad, con 97 votos a favor y cero en contra, muestra del prestigio que inspiraban su figura. Esos seis años al frente del Departamento de Estado, no obstante, pusieron a prueba su capacidad de persuasión y sentido de la oportunidad dentro del propio Gobierno estadounidense.
Shultz consideró que la llegada al poder de Mijail Gorbachov abría la puerta al deshielo y defendió ante el presidente la suavización de las relaciones prácticamente en solitario. “Este hombre es diferente de todos los dirigentes soviéticos que he conocido hasta ahora, habla del mundo de una forma distinta, muestra un inusitado interés por el conocimiento de las cosas, es más flexible, se puede discutir y conversar con él”, recordaba en 1990, en una entrevista en EL PAÍS, sobre su primera impresión. En sus memorias, defendió que, en puridad, la Guerra Fría había terminado en la era Reagan. Resultó peor el desenlace de sus rifirrafes por la estrategia en Centroamérica. Siempre sostuvo que se oponía a las operaciones encubiertas y perdió el control de la política en la región latinoamericana en favor de la CIA y el Consejo de Seguridad Nacional. También rechazó la venta de armas a Irán —que se acabó haciendo en secreto y provocó el escándalo Irán-Contra— y la entrega de los fondos a la contrarrevolución nicaragüense.
Como otros diplomáticos de su tiempo, observó con desconcierto los últimos años de la política exterior de Estados Unidos. “Ahora mismo no liderando el mundo”, decía en una entrevista el pasado mes de marzo, “nos estamos retirando de él”. Tras deja la política activa, se mudó a California, donde fue nombrado profesor emérito de la Escuela de Negocios de Stanford, y entró a formar parte de los Consejos de Administración de varias empresas, entre ellas, la polémica Theranos, una compañía de investigación de plasma cuya fundadora, Elizabeth Holmes, afronta un juicio por fraude al trascender las falsedades en torno al supuesto método científico.