Una foto de familia
En esa época Senior era el fotógrafo de la sociedad. La moda era vestirse todos de domingo con sus mejores galas, ir al estudio y posar muy serios mirando a la cámara esperando que el artista del lente se metiera debajo de un cobertor negro y el flash disparara su luz… Corrían los años treinta y mi abuela Marina, consciente de sus nueve hijos, no quería quedarse sin esa foto de familia que pasados los años serviría a toda su descendencia para recordar a sus progenitores.
En el centro ella y mi abuelo, Papá Che, con sonrisa controlada; ella en su traje blanco, sencillo, flor en el hombro también discreta, todas sus hijas detrás, Emma, Charo, Zaida, Marinita, vestidas sin estridencias, a mi abuela no le gustaban los brillos, ninguna joya mas que unas sencillas cadenas, luego en la línea sentados junto a ella; su marido impecable y sus tres hijos mayores, todos en trajes oscuros y corbatas, Alberto, José (Chino) y Danilo; y en banquitos los más pequeños, Gladys y Carlos (Calín). Las vidas de mis tíos y mi papá apenas comenzaban.
Mi abuela diría, un día de lluvia y mirando caer la noche en un momento en que estaríamos solos y mientras una lágrima empañaba su mirada, que solo había faltado su hijito Freddy que muriera tan temprano con apenas seis años. A ese tío debo mi nombre. En ese momento, estando a su lado, le tomaría la mano y, tratando de mitigar ese dolor que nunca la abandonaría, le diría que Dios se lo había llevado para que tuviera su ángel en el cielo, pero que ella había sido bendecida con nueve hijos más que la acompañarían siempre.
Los años han pasado y todos los de la fotografía tomada en el estudio del famoso fotógrafo de la época han desaparecido. Ley de vida. Recorrieron sus caminos, construyeron sus universos y partieron como algún día haremos los que aún quedamos y, así sucesivamente, se repetirá la historia. Hay días que los contemplo y pienso en la vida de cada uno de ellos, en las familias que han procreado, en el batallón que nos hemos convertido y no dejo de sonreír.
Mi abuela Marina quedó viuda en el año 1944, año de mi nacimiento. Me cuentan que mi abuelo tuvo la oportunidad de conocerme en su lecho de muerte, había felicitado a mis padres y hecho algún comentario. Hay días en que solo mirarlos me llena de satisfacción, de felicidad, de deseos de vivir, de celebrar por ellos, como si en cada cosa que logro apostara a mantener el apellido Ginebra del que estoy orgulloso.
No puedo quejarme, tuve y tengo una familia unida que se ama, con sus virtudes y defectos como todas, pero muy unida. Mi abuela siempre nos decía: «Si me quieren recordar, es en la unión donde quiero verlos», y no se cansaba de predicar que una familia unida es un tesoro que nada puede igualar.
Unidos serán fuertes, unidos mantengan la fe.
Cada amanecer la abuela se sentaba en su mecedora, aun a sus 95 años, y rezaba por cada uno de nosotros. Esa oración era la más entrañable bendición, sé que donde está sigue haciéndolo.
Hoy, con devoción, la recuerdo y celebro.