Creatividad inextinguible

Agotada la dosis de estadísticas que confirman la magnitud del reto mortal que es la COVID-19, se levanta inclemente el vendaval de malas nuevas que apuntan hacia un colapso de la economía mundial, de ineficiencias inducidas en la administración y producción de las vacunas milagrosas y de mutaciones virales que ensombrecen aún más el panorama. Y como antídoto eficaz, como vela en el horizonte para un náufrago, el anuncio del jurado de que el Premio Nacional de Literatura de la Fundación Corripio ha recaído sobre Manuel Mora Serrano, ese viejo guerrero de las letras y de la vida que desertó de la medianía sin otro impulso que el suyo propio.

Vale recorrer el camino tantas veces trillado de afirmaciones como que se trata de un premio merecido, de que se ha hecho justicia, de que finalmente se ha reconocido una obra literaria que suma décadas, de que esta vez el jurado acertó y la unanimidad estaba asegurada porque la reciedumbre intelectual de ese dominicano ilustre está por encima de toda duda. En mi caso, la satisfacción es como agua de fuente que brota una y mil veces más porque el galardonado es un familiar que se precia de serlo, lector asiduo de esta columna y mi crítico proclive al elogio porque entre sus muchas virtudes, la generosidad nada tiene de liliputiense. Es así desde hace años, y he vuelto a releer algunos de sus correos en los que al “primo” siguen unos comentarios que me inflan el ego y acrecientan mi carencia de humildad para pensar que hubo un error en el destinatario.

Mora Serrano es una excepción. Abono en el erial. Pueblo devenido poeta. Pilar de nuestra cultura. Guardián de tradiciones. Militante radical en la buena ciudadanía. Ejemplo de trabajador esforzado que en el oficio legal recorrió buena parte de la geografía nacional, ora como fiscal, ora como abogado-notario; y en todos lados quedó constancia de que, además de leucocitos, eritrocitos, plasma y glóbulos, por sus venas corre abundante la sensibilidad. De pocos puede decirse lo que a él le es consubstancial: alma de pueblo a la que se encadena con plena conciencia. En él vivirá siempre el Pimentel natal —el pueblo de mis progenitores—, en el esplendor que le trajo el ferrocarril y se reflejaba en establecimientos comerciales de solera, propiedad de apellidos que hablaban de emigración desde geografías lejanas y extrañas. Y ha sido él, más que nadie, cronista en su trajinar literario de la grandeza y decadencia del antiguo Barbero, de su río Cuaba que apenas fluye y de un tránsito apresurado y lento a lo urbano cuyas bondades fácilmente se ponen en duda al calor de la nostalgia. Pimentel, nombre que Ulises Heureaux le regaló al principal municipio de la provincia Duarte en honor al gran restaurador, acusa una población menguante, de acuerdo al último censo de población.

Ya se hablará extensamente de la obra literaria de Mora Serrano, de sus novelas, poesías y ensayos costumbristas. Lo coloco junto a Marcio Veloz Maggiolo en el altar mayor de nuestros vates y escritores, tanto por la diversidad de su obra como por lo que para mí es uno de sus grandes activos: la creatividad inextinguible. Entrado en los ochenta y tantos años de edad, este cuabero excepcional continúa sin descanso el trabajo intelectual con una intensidad que desborda la imaginación. Es uno de los articulistas más prolíficos, y aún le sobra agudeza en el empeño.

En la espesura disminuida de mi memoria se perdió la última vez que estuve en Pimentel. De niño, iba con mis padres cada semana a visitar a los Cepeda y a la abuela paterna, quien nos hablaba con entusiasmo de Manolito, ese pariente que gozaba de respeto y aprecio generalizados. Nadie mejor que él conoce la saga de la familia, de nuestros antepasados, relacionados, de sus historias y anécdotas. Cuando murió papá, más de 30 años atrás, leyó un panegírico en el que desmadejó el tejido familiar y mencionó nombres que ignoraba eran mis antepasados. Su dominio de la intrahistoria de su comarca y del país es, sencillamente, alucinante. Entre nuestros grandes costumbristas, a Manuel Mora Serrano le corresponde un espacio precedente.

La literatura, pese a ser la piedra angular de la cultura, ha venido a menos en este y otros países. Sin embargo, poco le afecta esa falta de interés dado que su producción literaria sigue con vigor incontenible. Llevar a cuestas títulos imprescindibles para adentrarse en la esencia de la dominicanidad y entender mejor lo que somos o pretendemos ser, en nada ha mellado ese candor de pueblo chico, de rezago calculado frente a lo cambiante de los tiempos y de rechazo a las imposturas. Por eso estremece este trozo de uno de sus últimos artículos en Acento:

“Declaro que le voy a dedicar todo el año, si la llevadera no me requiere, a terminar los libros en los cuales trabajo, y continuar corrigiendo los publicados con algunos problemas, por suerte no tan graves como para merecer que se arrojen en bahía de La Habana como el de Manuel Altolaguierre (1906-1959) citado por Neruda.

“Por eso, sabiendo que no me queda mucho tiempo de vida, o de lucidez, ya que olvido tantas cosas, que a partir de este artículo no mantendré fijas mis colaboraciones de miércoles y sábados… Dejé mi lucrativa profesión de abogado y he vivido de la modesta pensión de escritor que nos otorgara en abril del 2008 el entonces presidente Leonel Fernández Reyna (1953), siendo Ministro de Cultura José Rafael Lantigua (1949), que de poco me serviría por el alto costo de medicinas y alimentos, si no hubiera tenido unas generosas y querendonas hijas, razón por la cual haya podido tener pequeños ahorros imprescindibles por si tuviese alguna gravedad. Hace años que no cobro ni por mis ayudas a otros escritores ni a los medios donde me publican, y cuando he editado libros, he regalado más de los vendidos, por mi concepto de que el texto después que es impreso, no nos pertenece.

“Los pocos emolumentos que he percibido no los he buscado y siempre han sido modestos. Hago esta confesión porque también he dicho que no creo en derechos de autor respecto a mis obras: todos mis textos le pertenecen a los lectores y los pueden citar o editar libremente con mi consentimiento expreso.

“En fin: Hace meses decidí no asistir a ningún tipo de acto público ni siquiera por Zoom o el medio que sea, salvo si se me concediera algún premio que nunca me lo darán por creer no ser merecedor ni he diligenciado. Me he retirado totalmente del figureo personal y me enclaustraré a terminar las labores que he iniciado, entre ellas: Una nueva edición de la Historia de la Literatura dominicana y americana, ampliada y corregida, diferente en casi todo; segundas ediciones de novelas, de los ensayos literarios y recopilaciones de más o menos la obra poética completa; editar Criollismo poético a principios del siglo XX, concluir El modernismo a principios del siglo XX en nuestro país, y recoger otros textos dispersos. Como se ve, si logro realizar la mayoría de esas cosas no habría padecido mi enclaustramiento en vano”.

Así es Manuel Mora Serrano, nuestro nuevo Premio Nacional de Literatura.

Mora Serrano es una excepción. Abono en el erial. Pueblo devenido poeta. Pilar de nuestra cultura. Guardián de tradiciones. Militante radical en la buena ciudadanía. Ejemplo de trabajador esforzado que en el oficio legal recorrió buena parte de la geografía nacional, ora como fiscal, ora como abogado-notario; y en todos lados quedó constancia de que, además de leucocitos, eritrocitos, plasma y glóbulos, por sus venas corre abundante la sensibilidad.

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