Espacios sagrados: fe, historia y arte
Cada viajero llena sus alforjas de sus preferencias. Los hay que, en cualquier viaje por el mundo, concurren a todo cuanto se les oferte: el paisaje, la comida, la historia, los espacios típicos, los lugares emblemáticos. Es lo usual para cualquier trotamundos. En pocos días quieres llenar tus ojos y tus recuerdos de aquellos lugares que has conocido por años en publicaciones, en alguna película, en las narraciones de otros viajeros. A Inglaterra para conocer el Big Ben o el Museo Británico, pero los hay que dicen que no se ha ido allí sin tomar un buen escocés en un pub londinense. A Italia por el Coliseo Romano, la torre inclinada de Pisa, la Fontana di Trevi, Florencia y el “David” de Miguel Angel. Pero, los hay que prefieren estacionarse en La Toscana para disfrutar sus vinos y su gastronomía. A Colombia por Cartagena de Indias, por la Catedral de Sal, para subir a Monserrate, pero algunos buscarán a todo meter llegarse por la rumba, la comida y el aguardiente en Andrés Carne de Res. A Madrid por sus museos y sus calles y su ritmo de farra y buen yantar. A Lisboa por sus miradores, por el barrio de Alfama, por su lustre señorial, pero nada como el encanto de sus parques y una buena noche de fado y oporto. En fin, te vas por el mundo a descubrir cómo son tus iguales humanos pero con las características culturales que distinguen a cada espacio geográfico, su gente, sus costumbres, sus mejores cosas. O puede ser que te complazca conocer algo especial y en cada sitio mirar hacia adentro de esos lugares en busca de historia o placer. Cada uno y sus cadaunadas. Cada país y sus hechizos. En un viaje por las Islas Británicas un pariente sólo insistía en que deseaba llegar donde le brindaran un Chivas Regal, que ya de cervezas y té a las cinco estaba harto. El viajero es un albur. Puede entusiasmarse con lo que se le oferta a la vida y al paladar, pero ha salido de casa con algo específico que ver o que degustar. Un blend escocés 12 años puede ser una generosa manera de divertirse.
Me inscribo entre los viajeros a los que nada humano, panorámico, museográfico, emblemático o sagrado le resulta ajeno. Me atraen, empero, las catedrales, templos, abadías y monasterios, porque no sólo son espacios de fe sino también de historia y de arte. Buscas descubrir la impronta de la religiosidad, pero a su vez el relato que se sumerge en su arquitectura, en sus bóvedas y columnas, en sus cúpulas y vidrieras, en sus altares, en la historia de los sucesos que han arropado por siglos sus atrios, retablos y mausoleos. El turismo de espacios sagrados, al margen de la fe que cada cual profese, o del postulado agnóstico que lleve consigo un viajero, te interna en aspectos múltiples si acaso la cultura humana o religiosa resulta para el visitante un aspecto relevante a considerar en su formación. Una catedral, según su tiempo y su historia, tiene múltiples modos de lectura. No es tan solo la historia del cristianismo que está entre sus muros, sino la de todo un conglomerado humano en específico, la de toda una época, la de toda una nación. La Basílica de San Pedro te permite encontrarte con la historia del papado, con la iglesia primitiva, con cuanto ha tenido allí lugar por varios siglos. Pero Roma tiene la San Juan de Letrán, tan valiosa al catolicismo, y la San Pablo Extramuros –Patrimonio de la Humanidad-, donde la tradición acuerda que está la tumba del apóstol romano y en cuya cúpula se puede apreciar su laminado en oro llevado de las Indias. Hay historia en Notre Dame de París o en San Patricio en Nueva York, por cierto una ciudad donde descubrí hace unos años una catedral episcopal, la de San Juan el Divino, a pocas cuadras del Central Park y considerada la cuarta catedral más grande del mundo, a pesar de que nunca fue terminada. La mezcla de elementos románicos, bizantinos y góticos la convierte en un lugar excepcional, mientras en su lateral izquierdo, a la entrada, encuentras los cenotafios de los más grandes escritores norteamericanos. Canterbury es igualmente otra catedral episcopal impresionante, sede del líder religioso de Inglaterra y donde se marca la separación de la iglesia anglicana de la católica romana.
Puedes seguir la ruta (Santiago de Compostela y su botafumeiro que espanta los malos olores de los que hacen el camino de Santiago; la hermosísima de San Esteban, en Viena, que me llamaba a visitarla más de una vez; la inmensa y apabullante de Milán; la inacabada de la Sagrada Familia en Barcelona; la de San Esteban en Budapest sobre la cima de la ciudad; la de Almudena, en Madrid; la de Sevilla, donde los españoles dicen guardar las cenizas del Almirante de la Mar Océana; la de la Encarnación en Granada, la que mejor explica el renacimiento español entre sus muros, con 15 capillas, en una de las cuales, la Real, se encuentran las tumbas de los Reyes Católicos; la Santa María de Covadonga, con su célebre campanona y la imponente estatua de Pelayo, y donde a pocos pasos te internas en la gruta que venera a la Virgen de Covadonga; y en España también la basílica del Pilar, de la Piralica, donde a la entrada, sobre uno de sus potentes muros descubre la presencia de la bandera dominicana;), y así, sigues por Alemania, Portugal, Francia, Italia, Praga, Fátima, Lourdes, Israel, Chile, Argentina, Panamá, y vas recorriendo catedrales, basílicas, iglesias que alimentan el espíritu, te llenan de historia de la humanidad, te comunican las glorias de un pueblo, la magnificencia del arte y la arquitectura, la fortaleza de sus vínculos con la cristiandad y las debilidades también de los que las construyeron, habitaron o en ellas están sepultados. Como en la basílica de la Santa Cruz, de Florencia, donde está la tumba de Maquiavelo. O en la abadía de Westminster que guarda las cenizas de sus monarcas, pero también las de Isaac Newton y Dickens. O en el monasterio de El Escorial donde reposan los restos de muchos de los reyes de España. O en la siempre visitada mezquita de Córdoba, devenida en catedral católica, donde están enterrados Góngora y Garcilaso de la Vega. O en la fundamental Iglesia ortodoxa de Jerusalén donde los cristianos veneran el Santo Sepulcro. Fuera de católicos y episcopales están las sinagogas judías, la mayoría modestas aunque hay algunas esplendorosas como las de Nueva York, Berlín y Budapest, o como la Gran Sinagoga de Jerusalén y la de Masada, frente al Mar Muerto, junto a una sencilla donde te topas de pronto con las vivencias del Viejo Testamento, como si el tiempo se hubiese detenido, y que se encuentra en la margen izquierda del Muro de las Lamentaciones, justo entre las ruinas del segundo Templo. Diferente a las sinagogas, los musulmanes no permiten la entrada de nosotros, los “infieles”, a sus templos. Empero, conozco la suntuosa mezquita de Hassan II en Casablanca, Marruecos, con el minarete más grande del mundo y con capacidad para 105 mil personas, y que por 35 dólares puedes caminar y ver a voluntad. Y los templos luteranos, como el de Dresde, en Alemania, una esplendente muestra barroca, la iglesia del Salvador en Praga, y la de Karlovy Vary, ciudad famosa por su festival de cine.
Virginia Flores y Esteban Prieto acaban de publicar una magnífica muestra de la catolicidad monumental, en un libro de exquisita factura dedicado a las catedrales, iglesias, monasterios y conventos más importantes de República Dominicana. Desde la Catedral Nuestra Señora de la Encarnación hasta la castrense de Santa Bárbara, pasando por todas las que sirven de asiento a los obispados católicos. Las iglesias, desde la histórica del Santo Cerro hasta las dos de Moca, una de las tres ciudades del país donde sus templos son Patrimonio Cultural de la Nación. Los autores dedican un capítulo a los espacios sagrados de otras confesiones cristianas, en un portentoso volumen-documento ilustrado profusamente por el lente de Víctor Siladi. Por segunda vez, el Banco Popular que patrocina su ya esperado libro de lujo de fin de año, incluye la tecnología de realidad aumentada de la aplicación móvil MIRA, que crea un espacio de inmersión en 3D con algunos de los templos dominicanos más representativos. Es la única entidad que ha publicado libros con esta tecnología, lo que constituye una novedad relevante en la bibliografía dominicana. La obra se acompaña además de un audiovisual titulado “Un pueblo unido por la fe”. Extraordinario y valioso este gran libro, verdadera joya de colección para todo bibliófilo que se respete. Una obra que debe circular por el mundo para que los turistas religiosos conozcan nuestros grandes templos, espacios de fe, pero también de historia y de arte.