En el barrio se sabe todo…
Los puntos de droga tienen en este país una condición muy especial: solo se dejan ver de quienes les convengan.
El adicto, que se supone enfermo, sabe y va directo y compra la mercancía, y vuelve y vuelve según sus necesidades, que son frecuentes y permanentes.
La banda contraria también conoce los lugares de expendio de la competencia y la enfrenta de manera violenta, como es el temperamento del negocio.
El barrio está enterado de quién fuma, compra y vende, y no solo los noveleros, los ociosos que llevan cuentas ajenas, sino todos los moradores en sentido general.
El niño que juega en la calle, la vecina que comenta con la comadre y el adulto mayor que se apena con esos muchachos que se pierden.
Y para colmo, las cámaras registran ese comercio clandestino, del mismo modo que asiste a los robos en las esquinas o a mitad de cuadra.
Solo las autoridades no saben, no conocen, no se enteran, hasta que se producen los periódicos enfrentamientos, los muertos, los heridos, ocasionados por las disputas.
Por mucho que el Gobierno aumente los sueldos, el tráfico al menudeo da más, dobla la partida y lo ilícito se hace invisible.