Israel y Palestina, dos elecciones cercanas en mundos opuestos
Como si fuera una reliquia religiosa, Benjamín Netanyahu conserva en su despacho oficial una urna con la jeringuilla con la que fue vacunado contra la covid-19. También fue el primer ciudadano en recibir una dosis de la inyección de Pfizer en Israel “para dar ejemplo”. El primer ministro conservador, de 71 años, fía al éxito de la campaña masiva de inmunización que ha impulsado para los más de nueve millones de israelíes la victoria en las legislativas del 23 de marzo. Convocadas tras el fracaso de la legislatura surgida de las terceras elecciones celebradas en el Estado judío desde 2019, espera contar para la fecha de las votaciones con más de la mitad de la población protegida contra la pandemia. Hasta el momento, ya han recibido la primera dosis una cuarta parte de los ciudadanos, y los últimos sondeos sonríen a su partido, el Likud, con una predicción de más el 25% los escaños, el doble que sus inmediatos seguidores en la fragmentada Kneset (Parlamento).
El rais Mahmud Abbas, de 85 años, no disponía la semana pasada de un as en la manga semejante cuando firmó, por primera vez en 15 años, el decreto para celebrar elecciones legislativas (el 22 de mayo) y presidenciales (el 31 de julio) en Palestina. Los primeros 5.000 viales de la vacuna rusa Sputnik V llegaron el martes a Cisjordania para comenzar la inmunización a partir del sábado de cerca de cinco millones de palestinos. El nacionalista Abbas dio la sorpresa al convocar los comicios, a pesar de que las encuestas predicen una clara victoria del líder de Hamás, el islamista Ismail Haniya, quien gobierna de facto en la franja de Gaza.
Un sondeo del Centro Palestino de Investigación Política y Electoral reflejó en diciembre que tres de cada cuatro ciudadanos desean que se celebren elecciones, y que dos cada tres quieren que el veterano presidente se retire ya de la escena política. Después de tres lustros sin poder elegir a sus líderes –y tras el fracaso de las municipales de 2012 (convocadas solo en Cisjordania) y 2016 (suspendidas en el último momento)–, el escepticismo sobre la celebración de las elecciones reina entre los palestinos.
Pese a la cercanía en el espacio y el tiempo, los procesos electorales en Israel y Palestina se desarrollan en mundos distintos. La llegada del demócrata Joe Biden a la Casa Blanca es el único denominador común de dos votaciones que está previsto que se produzcan siete años después de la paralización de las negociaciones de paz entre ambos bandos. El nuevo presidente ya ha anticipado su voluntad de reactivar el diálogo palestino-israelí auspiciado por Estados Unidos.
Mientras el rais Abbas parece haber llamado a las urnas en un gesto dirigido a congraciarse con el mandatario demócrata, el primer ministro Netanyahu ha aprovechado hasta el último suspiro de la Administración del republicano Donald Trump para seguir expandiendo los asentamientos. Su Gobierno aprobó el domingo los planes para edificar cerca de 800 viviendas en territorio palestino ocupado desde 1967 en Cisjordania. Y la misma noche del martes, a escasas horas del relevo en el poder en Washington, programó la licitación de cerca de 2.600 alojamientos en territorio ocupado. Se trata de un mensaje de campaña dirigido a los colonos más radicales de los asentamientos en Cisjordania, que tradicionalmente no votan al Likud (la formación de Netayahu), con el fin de que abandonen a la ultraderecha del partido Yamina y refuercen con sus papeletas su lista electoral.
Netanyahu ha intentado sin éxito legalizar con carácter retroactivo las denominadas “colonias salvajes”, asentamientos levantados sin la autorización expresa del Gobierno israelí, pero ha sido frenado por su todavía socio de Gobierno y ministro de Defensa, el centrista Benny Gantz. El clima de fractura política instigado por el primer ministro, que afronta un juicio por corrupción en las próximas semanas, hacen presagiar a los observadores políticos que las futuras elecciones pueden no ser las últimas de un ciclo de votaciones encadenadas.
Los escollos preelectorales ya han empezado a surgir, como era de temer, entre las antagónicas facciones palestinas. El primer ministro, Mohamed Shtayeh, anunció el lunes que la reunión de los partidos prevista esta semana en El Cairo para organizar la celebración de los comicios ha quedado aplazada hasta febrero. Shtayeh también reclamó a Israel que facilite la votación de los palestinos de Jerusalén Este, anexionada desde 1980 al Estado judío. El Gobierno hebreo veta toda actividad política palestina en un territorio que considera de su soberanía exclusiva.
“Algunas de las razones (como la imposibilidad de votar en Jerusalén Este) que han impedido la celebración de elecciones desde hace más de una década siguen sin haber desaparecido, y la pandemia ha añadido ahora nuevos obstáculos”, advierte Amira Hass, analista para asuntos palestinos del diario israelí Haaretz. El sufragio debe depositarse en persona, sin que exista la opción de voto por correo, al igual que en Israel.
“Si Fatah [el partido de Abbas] recibe unos resultados insatisfactorios en las legislativas de mayo, la pandemia puede servirle al presidente como pretexto para posponer las presidenciales de julio“, argumenta Hass. Fatah también se enfrenta a la emergencia de corrientes rivales a la larga hegemonía del rais. La popularidad en Cisjordania del Maruan Barguti, líder de la Segunda Intifada encarcelado a perpetuidad en Israel, y del exdirigente del partido Mohamed Dahlan, con decenas de miles de seguidores en la franja de Gaza, amenaza con restar votos a los candidatos oficialistas.
“Fatah dirige el país como una dictadura”, acusó el lunes en una teleconferencia con periodistas extranjeros Dimitri Diliani, portavoz del Bloque de Reforma Democrática, la facción de Dahlan, exiliado desde hace casi una década en Emiratos Árabes Unidos tras ser expulsado del partido nacionalista palestino. “Abbas sirve a Israel, mediante la cooperación en materia de seguridad, solo para seguir manteniéndose en el poder”, enfatizó Diliani.
Dividir a la oposición
Netanyahu trata, por su parte, de dividir a la oposición para volver a vencer en las urnas. Ante el empate reproducido durante tres legislativas consecutivas, la Lista Conjunta, coalición de partidos árabes que aspira a representar a la minoría israelí de origen palestino (un 20% de la población), se ha mantenido estable con una media de 15 diputados en una Kneset de 120 escaños. En las últimas elecciones (marzo de 2020), esta comunidad superó su habitual tendencia a la abstención, con un 65,8% de participación frente al 72,5% de los electores judíos, de acuerdo con los datos del Instituto para la Democracia en Israel.
“Ahora parte de los votantes árabes tienden a votar en favor de partidos sionistas (…) y hasta el propio Netanyahu lo reconoce hoy, después de haber mantenido a esta minoría en el abandono”, apunta el analista político Daniel Kupervaser. El primer ministro ha hecho campaña en ciudades árabes, como Nazaret, y celebrado reuniones por videoconferencia con dos decenas de alcaldes de la Lista Conjunta a fin de presentarles un plan destinado a combatir la delincuencia que golpea a sus comunidades.
Mientras las sombras se ciernen sobre la celebración de los comicios palestinos convocados por Abbas sin previo aviso, el plan maestro de Netanyahu ante las urnas consiste en vacunar al máximo número de israelíes contra el coronavirus. Mientras se dispone a batir la marca mundial de inmunizaciones per cápita, el primer ministro no ceja en el empeño de jibarizar al resto de los partidos con los que se disputa la fragmentada Kneset y reforzar al Likud en un doble salto mortal inédito: captar el voto árabe y el de la ultraderecha colona.