Los diputados conservadores comienzan a sumar votos para derribar a Boris Johnson
Hizo falta una sola intervención para entender que la situación a la que se enfrenta Boris Johnson es mucho más subterranea y pesimista de lo que reflejan las apariencias. La sesión de control que tenía lugar este miércoles en la Cámara de los Comunes era muy delicada. Se acumulan las pruebas contra el primer ministro, por el escándalo de las fiestas prohibidas en Downing Street durante el confinamiento, y la indignación popular está empujando a muchos diputados conservadores a contemplar una rebelión en toda regla. El líder de la oposición laborista, Keir Starmer, no sorprendió con su estrategia: ridiculizó las excusas de Johnson y volvió a reclamar su dimisión. Igual que los nacionalistas escoceses o los liberales demócratas. Y las intervenciones de la bancada conservadora las protagonizaron diputados dóciles que intentaban desviar el debate con el planteamiento de asuntos locales. Hasta que intervino David Davis, quien fuera ministro para el Brexit en el Gobierno conservador de Theresa May, y uno de los políticos más relevantes del grupo de euroescépticos. “Espero de mis líderes que asuman la responsabilidad por sus propias acciones. Ayer, el primer ministro hizo lo contrario [Johnson aseguró que “nadie le dijo” que la reunión a la que acudió era una fiesta]”, decía Davis con rostro serio. “Le recordaré lo que Leo Amery dijo a Neville Chamberlain en 1940: ‘Lleva usted sentado ahí demasiado tiempo para las pocas cosas buenas que ha hecho…en nombre de Dios, váyase”, recitaba el diputado.
Su intervención simbolizaba lo que realmente había ocurrido en esa sesión de control. La mayoría de los parlamentarios conservadores descontentos con la actitud de Johnson se habían limitado a callar, e intentar decidir si su líder tiene aún alguna posibilidad de sobrevivir. El primer ministro se mostró desafiante en la Cámara, con ganas de dar la batalla. Y arrancó algún tímido aplauso, pero sigue inmerso en una trampa mortal.
La señal en que se fijarán los historiadores del futuro para determinar el momento exacto en que los políticos del Reino Unido dejaron de tomarse en serio a sí mismos serán los nombres que eligieron para bautizar sus conspiraciones. Operación Salvar al Jefazo (Operation Save Big Dog), a la decisión de que rodaran en Downing Street varias cabezas para proteger la de Johnson; Operación Carnaza (Operation Red Meat), al conjunto de medidas populistas para distraer la atención del escándalo de las fiestas prohibidas, y ahora, Operación Pastel de Cerdo (Operation Pork Pie), al grupo de diputados conservadores que ha comenzado a organizarse para programar la caída del primer ministro.
Todos se reunieron a última hora de este martes en el despacho parlamentario de Alicia Kearns, representante de la circunscripción electoral donde se encuentra la localidad de Melton Mowbray, famosa por esa especialidad culinaria tan inglesa. Ocurrió en la víspera de una nueva sesión de control parlamentaria, este miércoles, que podía ser clave para la suerte de Johnson. Lo más importante de ese encuentro resultaron ser el quién, el cuándo y el para qué. Fueron unos 20 diputados, pero todos ellos proceden de territorios que históricamente votaban al Partido Laborista. El llamado Red Wall (Muro Rojo), las regiones del centro y norte de Inglaterra que Johnson conquistó en diciembre de 2019 para los conservadores, a lomos de su promesa del Brexit.
Muchos de esos parlamentarios no pensaban ni en sueños que llegarían a pisar Westminster, y ahora están dispuestos a proteger sus escaños con uñas y dientes. Decidieron juntarse poco después de escuchar al primer ministro ante las cámaras de SkyNews. Con voz trémula y la cabeza inclinada, parapetado tras una mascarilla que pocas veces ha usado durante la pandemia, Johnson volvía a pedir perdón a la ciudadanía y aseguraba que “nadie le dijo” que la fiesta del 20 de mayo en el jardín de Downing Street, a la que acudió, era precisamente eso: una fiesta, y no un “evento de trabajo”. Los diputados olieron debilidad terminal en la comparecencia de su líder. La muestra extrema de esta espantada generalizada la protagonizaba Christian Wakeford. Parlamentario representante de la circunscripción de Bury South, que arañó a la oposición en las pasadas elecciones por apenas 400 votos (un 0,8%), anunciaba este miércoles que abandonaba el Partido Conservador y se pasaba a las filas del Partido Laborista. “Es usted incapaz de proporcionar el liderazgo y el gobierno que necesita este país”, acusaba Wakeford a Johnson en su anuncio de despedida. El líder de la izquierda parlamentaria, Keir Starmer, situaba en el escaño de justo detrás suyo a Wakeford y le daba profusamente la bienvenida durante su intervención en la sesión de control. Paradójicamnente, ese episodio de transfuguismo irritó a algunos conservadores, y estimuló las ganas de combatir de Johnson.
El número de diputados hastiados con Johnson ha crecido en las últimas horas, pero la cuestión residía en cómo organizar su derrocamiento, y cuál debía ser el momento preciso. ¿Lo más pronto posible? ¿después de la sesión de control en la Cámara de los Comunes? ¿Cuando publique finalmente su informe Sue Gray, la alta funcionaria que investiga las fiestas prohibidas? La irritación popular por todo lo ocurrido en Downing Street, a tenor del masivo envío de cartas de protesta de los votantes a sus diputados, sugiere que Johnson ya no tiene una salida política razonable. La decisión de Gray de interrogar al exasesor estrella del primer ministro, Dominic Cummings, complica mucho más las cosas para el político conservador. Quien fuera el ideólogo del Brexit, que acabó saliendo del Gobierno por la puerta de atrás, ha iniciado su particular vendetta contra Johnson y asegura que dispone de material para demostrar que el primer ministro ha mentido al Parlamento sobre su conocimiento de las fiestas durante la pandemia.
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Son necesarias 54 cartas de “retirada de la confianza” (un 15% del grupo parlamentario) para que se active de modo automático la moción de censura interna contra Johnson. No se conoce oficialmente el número de ellas que ha podido llegar ya a la dirección del histórico Comité 1922, el organismo que agrupa a los diputados backbenchers (literalmente, los de los escaños traseros), aquellos que no ocupan un puesto en el Gobierno, y disponen así de mayor capacidad de maniobra para conspirar. Según los datos recopilados por los medios británicos, de la Operación Pastel de Cerdo habrían salido ya unas diez cartas más. En cualquier caso, este tipo de revueltas funcionan con un efecto contagio acelerador, y en cuestión de horas todo puede ocurrir. Y la deserción del diputado Wakeford, algo que siempre irrita a los partidos políticos, ha hecho que muchos diputados hayan decidido que no era el día para enviar sus cartas y sumarse a la revuelta.
En el caso de Theresa May, los euroescépticos que se organizaron para reventar su plan del Brexit, lograron alcanzar el umbral de cartas el 12 de diciembre de 2018. Horas después, entrada la noche, la votación se puso en marcha. Pocos dudan de que, si finalmente se repite la historia, Johnson sufriría un serio varapalo. Su popularidad está hoy por los suelos, hasta el punto de que pocos de sus compañeros de filas desean contagiarse.
En las últimas horas, en cualquier caso, han comenzado a brillar los cuchillos en el Partido Conservador, con acusaciones de deslealtad hacia los diputados “novatos”. “Todos los que han organizado esta revuelta están siendo muy desleales con el primer ministro, el partido, los electores y la nación entera”, ha dicho a The Times Nadine Dorries, la ministra de Cultura que Johnson incorporó en su última remodelación de Gobierno. Dorries ha demostrado en las últimas semanas que es una defensora incondicional del primer ministro, hasta el punto de ser expulsada con cajas destempladas de un chat de WhatsApp de conservadores euroescépticos. Pero no es la única que ha cargado contra los rebeldes. “Es asqueroso. Fueron elegidos gracias a él. La mayoría de ellos eran unos don nadie. Es una locura”, ha dicho una fuente del Gobierno –esta vez desde el más estricto anonimato– a ese mismo periódico.
Johnson comenzó a reunirse en la noche del miércoles con grupos pequeños de diputados para contrarrestar las conspiraciones en su contra, pero, hasta ahora, ninguno de los parlamentarios ha salido públicamente a decir que el primer ministro le había convencido con sus explicaciones.
El primer ministro anuncia el fin de las restricciones sociales
No es casualidad que Johnson haya elegido activar de inmediato la medida con la que confía en lograr más aplausos de la bancada conservadora. El primer ministro ha anunciado el fin de las restricciones sociales de la pandemia a partir del jueves de la semana que viene. Ya no será obligatorio por ley el uso de mascarilla en comercios o transporte público; el Gobierno dejará de recomendar a las empresas que faciliten el teletrabajo allí donde sea posible; y ya no se exigirá la presentación de un certificado de vacunación en muchos espacios públicos. Los datos públicos sobre la pandemia, ha asegurado Johnson a los diputados que escuchaban su anuncio, “han confirmado una y otra vez que este Gobierno ha acertado siempre a la hora de adoptar las decisiones más duras”. La imposición de nuevas restricciones al principio de diciembre, cuando la amenaza de la variante ómicron generaba serias dudas sobre la eficacia de las vacunas o la capacidad de resistencia del servicio público de salud, provocó una de las mayores rebeliones en el grupo parlamentario conservador que había sufrido nunca Johnson. El espíritu libertario del ala dura conservadora y los daños que podían suponer las restricciones para la economía local de sus circunscripciones electorales, llevaron a un buen número de diputados conservadores a votar en contra de ellas. El Gobierno de Johnson tuvo que respaldarse en el apoyo de la oposición laborista para sacarlas adelante. Por eso, ante lo que parecía este miércoles a todas luces una cortina de humo de Downing Street, para rebajar el tono de la crisis en torno a las fiestas prohibidas durante el confinamiento, el líder laborista ha ofrecido un respaldo matizado: “El primer ministro deberá poder demostrar, con datos científicos, que toma esta decisión para proteger la salud pública, y no su propia continuidad en el puesto”, decía Starmer.
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