La victoria rebelde en Siria reaviva las esperanzas del islamismo árabe
En los dos años posteriores al estallido de la Primavera Árabe, pareció que el islamismo podía convertirse en la ideología hegemónica de la región. En cuatro países, Túnez, Egipto, Libia y Marruecos, los partidos islamistas ascendieron al poder tras imponerse en las urnas. En otros, como Jordania o Siria, su influencia también iba al alza. Su avance parecía tan imparable que en algunos medios se habló de “marea verde”. Sin embargo, el péndulo giró de dirección, y una década después, todos habían sido desalojados del poder, ya sea por golpes de Estado o por derrotas en las urnas, y muchos de sus líderes sufrían la cárcel o el exilio. En plena travesía por el desierto, un rayo de esperanza ha llegado de un lugar inesperado, Siria, donde hace un mes, una coalición de milicias islamistas derrocó la dictadura de Bachar el Asad en una ofensiva relámpago.
“La caída de El Asad abre una nueva fase en la historia de la región. La revolución siria es una inspiración para todos. No se puede marginar a los movimientos islamistas”, comenta desde su exilio en Turquía Mohamed Emad, exdiputado de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Este movimiento fue el que se llevó la peor parte de la caída en desgracia de los partidos islamistas de la región. Después del golpe de Estado de 2013, el ejército egipcio desató una cruel represión contra los miembros de la hermandad. Cientos fueron asesinados en protestas, y miles condenados a largas penas de cárcel, incluido el expresidente Mohamed Morsi.
“El Egipto de [Abdelfatá] al Sisi es uno de los regímenes que peor se ha tomado la caída de El Asad. Lo ve como una amenaza”, comenta Haizam Amirah Fernández, analista del Real Instituto Elcano especializado en el mundo árabe. Según la ONG Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales, una treintena de sirios residentes en Egipto fueron arrestados por celebrar en las calles la caída de El Asad. Además, el régimen introdujo nuevas restricciones a la entrega de visados a ciudadanos sirios. Hasta tres semanas tardó el ministro de Exteriores egipcio, Bader Abdelati, en llamar a su homólogo sirio.
Entre las principales razones del fracaso de la experiencia de gobierno islamista de hace una década figuran la deficiente gestión económica, la toma de decisiones unilaterales en lugar de buscar consensos y las trabas que plantearon las fuerzas contrarrevolucionarias, apoyadas por varios gobiernos del golfo Pérsico, como los de Riad y Abu Dhabi. “Algunos de los países hostiles al islamismo, como Arabia Saudí, parecen dar la bienvenida a las nuevas autoridades sirias. En el caso de Emiratos Árabes Unidos, no está tan claro”, reflexiona Amirah Fernández.
“No sé si lo que sucede en Siria servirá para aupar a los partidos islamistas de la región. Quizá sí que mejorará su imagen entre la población. De momento, ya es bueno que sea un referente positivo, de victoria”, comenta desde Bruselas Sayida Ounisi, exministra de Trabajo de Túnez por Ennahda, el histórico partido islamista tunecino. Para que eso suceda, la transición deberá ser exitosa, una empresa nada fácil. El nuevo Gobierno interino ha heredado una economía en ruinas, le falta el control sobre casi el 40% del territorio de un país con una gran diversidad, y no está claro que sus vecinos, con Israel a la cabeza, u otras potencias regionales, no interfieran en el proceso.
La nueva esperanza del islamismo árabe se llama Ahmed al Shara, el líder de la milicia Hayat Tahrir al Sham (HTS) y hombre fuerte de la nueva Siria. Al Shara sorprendió a propios y extraños por su actitud conciliadora una vez tomado Damasco, llegando a pactar una transición con el último primer ministro de El Asad, Ghazi al Jalali. Desde entonces, ha sido agasajado por numerosas delegaciones de países extranjeros, e incluso ha recibido elogios de algunos de sus adversarios. “El balance de los primeros días es positivo, lo que no significa que no me preocupe el islamismo”, comenta el escritor Yasin Haj Saleh, recién retornado de su exilio.
Aunque la mayoría de islamistas de la región han celebrado públicamente el ascenso de Al Shara, antes conocido como Abu Mohamed al Julani, no siempre ha sido una figura popular entre ellos. “Hasta 2017, HTS era la filial siria de Al Qaeda, y durante sus años de gobierno en Idlib hubo muchos conflictos y combates con otras milicias islamistas”, explica Orwa Ajjoub, investigador sirio especializado en el grupo. “A Al Shara, los yihadistas lo ven como un traidor, y otras corrientes menos radicales, como un adversario”, apostilla Ajjoub, que considera que, después de años de evolución ideológica, HTS ahora se puede definir como un movimiento islamista ultraconservador.
Mientras las filiales en otros países aplauden a Al Shara, los Hermanos Musulmanes sirios tienen una larga historia de desavenencias con HTS, sobre todo algunos influyentes clérigos cercanos a la hermandad, como el muftí Osama al Rifai. Según Ajjoub, Al Shara ni tan siquiera se imaginó hace un mes que controlaría Siria, por lo que no cree que tenga una verdadera hoja de ruta. “Pragmático y obsesionado con el poder, las políticas de un gobierno suyo podrían parecerse a las de [Recep Tayyip] Erdogan” en Turquía, sostiene Ajjoub. Durante años, el presidente turco fue el único referente islamista en el poder de la región. Si bien, el hecho de ser turco y no árabe limitaba su capacidad de influencia en la esfera islamista de Oriente Próximo.
Tras décadas de gobierno totalitario, el tejido político sirio está desestructurado, y los viejos representantes de la oposición en el exterior resultan casi desconocidos para el ciudadano de a pie. Pero de momento tampoco se vislumbra una alternativa a un Gobierno islamista. Además, Al Shara no prevé posibles elecciones libres antes de cuatro años, una vez el país cuente con una nueva Constitución. Hasta entonces, en Siria, el islamismo gozará de una segunda oportunidad.