El trabajo femenino
Las mujeres trabajan fuera de casa por los mismos motivos que los hombres. El principal, porque les pagan. O porque les gusta. O porque tienen una vocación que les compensa cualquier jornada y sueldo. O porque lo que hacen es importante. O porque todavía no les ha tocado la Loto.
Por las mismas razones que los hombres.
Quienes recelan del trabajo femenino fuera del hogar suelen obviar que muchas tienen que dejar a sus hijos a cargo de terceras personas no por elección, sino porque hay un hombre irresponsable que no cumple con su parte del contrato. (Ellos suelen ser más difíciles de sermonear que ellas.)
Pero muchas mujeres que pudieron elegir y decidieron quedarse en casa educando a sus hijos tampoco encuentran el respeto social ni el aplauso de otras mujeres. Porque todavía se supone que la igualdad implica poner el énfasis en una concepción del éxito muy masculina: carrera laboral y económico por encima de otros aspectos de la vida. (Las ideas de Susan Pinker sobre este tema son bien interesantes.)
El éxito, que es a lo que todos aspiramos, no siempre pasa por ser jefe ni por escalar socialmente. ¿Cuántas mujeres trabajadoras aparcarían unos años su trabajo por cuidar a sus hijos? ¡Muchas! Como las que en los países más igualitarios eligen un trabajo de media jornada aunque eso perjudique un ascenso. No son «víctimas del patriarcado»: priorizan el equilibrio personal y familiar sin complejos. Y les gusta. Otras prefieren priorizar su profesión, con todo el derecho.
Como los hombres.
El éxito es la libertad de elegir. Y eso solo lo permite la independencia económica. Claro, es más vistoso decir «trabajo porque soy una mujer empoderada» que decir «trabajo porque necesito el salario».
Pero es la realidad que desde los púlpitos de ambos bandos se pasa por alto.