Un cuarto del siglo XXI
Parece que fue ayer cuando esperábamos con gran ansiedad la llegada del Y2K en medio de pronósticos agoreros sobre dislocaciones tecnológicas, disfunciones en infraestructuras críticas y perturbaciones en áreas vitales de la sociedad. Para bien, la transición del siglo XX al siglo XXI tuvo lugar sin que se cumplieran esos terribles pronósticos y el nuevo siglo tomó su curso marcado por transformaciones tecnológicas que han impactado profundamente la vida de la gente, las relaciones sociales y el funcionamiento de los negocios y la economía en general. Este año se cumple el primer cuarto de este siglo XXI, hito importante que convoca a pasar balance, aprender lecciones y asumir nuevos retos.
Sería pretencioso hacer este ejercicio desde una perspectiva global, pero, al menos, vale la pena intentarlo en lo que respecta a nuestra sociedad. Si hacemos un contraste con el primer cuarto del siglo XX, marcado por la inestabilidad, los conflictos entre caudillos, la violencia política, la precariedad estatal y la ocupación extranjera, este primer cuarto del siglo XXI ha sido muy positivo para la sociedad dominicana. Desde luego, son dos contextos históricos tan diferentes que puede ser inapropiado o hasta imposible compararlos, pero al menos sirve de referente para ganar perspectiva y entender mejor nuestro presente.
El comienzo del siglo XXI encontró a la sociedad dominicana bien encauzada en cuanto a su vida político-institucional y el funcionamiento de la democracia, si bien con sus debilidades y problemas. El último cuarto del siglo XX estuvo marcado por crisis y tensiones políticas, especialmente en el ámbito electoral, pero los actores políticos y sociales tuvieron la capacidad de tomar decisiones que permitieron evitar retrocesos y mover hacia adelante la consolidación de la democracia. La coyuntura de 1994 fue particularmente crítica, pues el sistema político estuvo a punto de una ruptura que pudo evitarse con una negociación política y una reforma constitucional que, si bien disgustó a algunos, probó ser una gran contribución al proceso de consolidación democrática. Esto significó que la llegada del siglo XXI encontró a la sociedad dominicana con un consenso y un compromiso generalizado sobre la defensa de las elecciones libres, la competencia plural, la no violencia política y, en general, sobre la validez de la democracia como la mejor forma de gobierno.
No obstante, al comienzo del siglo XXI se produjo una severa crisis financiera producto de fraudes bancarios, la cual revirtió importantes logros económicos que se habían obtenido en años anteriores. La aguda devaluación de la moneda, la inflación, el decrecimiento económico y el aumento considerable de la deuda pública, entre otros factores, causaron un aumento de la pobreza y el desempleo, la destrucción de capitales y una puesta a prueba del sistema financiero que, con mucho esfuerzo, salió fortalecido tras la adopción de medidas tendentes a mejorar la regulación y la supervisión bancaria, el gobierno corporativo y la calidad de la gestión de las instituciones de intermediación financiera.
Aunque todavía hay secuelas de esa crisis financiera, el país se enrumbó de nuevo por el sendero del crecimiento económico, baja inflación y estabilidad relativa de la moneda, lo que, unido al ambiente político democrático, generó confianza como país atractivo a las inversiones. Si bien la crisis financiera global de 2007-2008 impactó a la República Dominicana como a muchos otros países, lo cierto es que hubo una gran capacidad de respuesta de las autoridades que permitió que el país saliera adelante y continuara por el camino del crecimiento y la estabilidad. La economía dominicana siguió expandiéndose, su Producto Interno Bruto creció exponencialmente, lo que ha hecho que hoy sea la economía más grande de la región caribeña y centroamericana y la séptima entre todos los países de América Latina y el Caribe, además de que cuenta con un grado de diversificación verdaderamente asombroso dado el tamaño del país.
La expansión económica ha estado acompañada de una gran transformación de la infraestructura que ha mejorado la comunicación externa e interna, haciendo del país un destino atractivo al turismo, al tiempo que se ha consolidado el mercado interno. La firma de múltiples acuerdos comerciales, especialmente el DR-CAFTA, ha hecho de la nuestra una economía abierta que la ha expuesto a la competencia, lo que ha repercutido en una mejora de su competitividad, aunque ha generado desafíos no desdeñables para la industria nacional y el sector agropecuario. Por otro lado, se modernizó la base normativa del Estado, aunque todavía falta mucho por hacer para sincronizar la dimensión jurídica con el funcionamiento de las instituciones, a la vez que se implementaron políticas sociales que mejoraron la calidad de vida, pero el componente clientelista sigue siendo demasiado fuerte en la relación entre el Estado y la sociedad.
Como el resto del mundo, la República Dominicana fue impactada en 2020 por el COVID-19, pero las autoridades estuvieron a la altura de las circunstancias para manejar tanto el impacto inicial de la pandemia como el proceso posterior de vacunación y recuperación de la actividad económica. Cuando se pase balance a la manera cómo los diferentes países de nuestra región enfrentaron este fenómeno, seguro que el nuestro quedará muy bien parado en esa comparación, lo que no borra el sufrimiento de tantas familias que vieron a seres queridos perder sus vidas como consecuencia de ese terrible virus.
En medio del impacto inicial de la pandemia se llevaron a cabo elecciones, primero las municipales y luego las presidenciales y congresuales. Si bien hubo tensiones, especialmente por la suspensión de las elecciones municipales debido a problemas técnicos, lo que desató una gran ola de protesta, al final se produjo una transición ordenada del poder de un partido político a otro, lo que constituye un elemento esencial en la definición de un régimen democrático. Cuatro años después hubo, de nuevo, elecciones, lo que representó una reafirmación de la competencia electoral como el medio legítimo para alcanzar el poder.
Estos son logros que los dominicanos, envueltos en la vorágine cotidiana, solemos menospreciar, pero que son altamente valorados por observadores internacionales de nuestro país. No obstante, no todo es color de rosa. El país tiene enormes desafíos que enfrentar, entre ellos: continuar mejorando la calidad y la representatividad de las instituciones democráticas; seguir enfrentando la pobreza y la marginalidad; mejorar el acceso y la calidad de la educación; incrementar los ingresos de los trabajadores y de una amplia clase media que vive en condición de vulnerabilidad y precariedad; abordar la cuestión migratoria desde una perspectiva realista e integral; impulsar nuevas y mejores políticas de protección del medio ambiente; seguir expandiendo y modernizando la infraestructura; dar respuesta a la necesidad de la sostenibilidad fiscal y a los problemas del sector eléctrico, entre otros desafíos.
Al cumplirse este primer cuarto del siglo XXI, la ocasión es propicia para fomentar debates en el gobierno, la academia y las instituciones sociales con miras a generar nuevos consensos sobre las líneas generales de políticas públicas en torno a estas y otras cuestiones vitales para el desarrollo nacional. Tenemos mucho de qué sentirnos orgullosos como nación, pero también debemos ser capaces de generar nuevas ideas con miras a mejorar la competitividad de la economía, ofrecer más y mejores oportunidades, fortalecer la cohesión social, mejorar las instituciones democráticas y continuar consolidando el imperio de la ley. b
El país tiene enormes desafíos que enfrentar, entre ellos: continuar mejorando la calidad y la representatividad de las instituciones democráticas; seguir enfrenando la pobreza y la marginalidad; mejorar el acceso y la calidad de la educación.