El 2025
El poeta Pedro Mir lo cantó con profunda y bella emoción: «Hay un país en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol. Oriundo de la noche… Sencillamente liviano…, claro…, frutal…Tórrido y pateado como una adolescente en las caderas».
Y sí, la República Dominicana está colocada en medio de la ruta del astro ardiente, pero no tan de lleno como para que sus habitantes se achicharren, sino a un costado para que se mantengan en marcha albergando dosis reforzadas de contentura.
Situada muy cerca de la línea imaginaria del Trópico del Cáncer, al norte del paralelo del Ecuador, en el lado opuesto del paralelo orientado hacia el sur denominado Trópico de Capricornio.
Por esa circunstancia, impuesta por la simple casualidad geográfica, la temperatura en verano está alejada de los más de 40 grados centígrados que hostigan a quienes habitan otras latitudes, y también de los extremos de clima frío que en invierno suele congelarles hasta los tuétanos.
La posición geográfica y el clima ofrecen ventajas y desventajas, influyen, pero no son determinantes.
En los extremos norte y sur del planeta los habitantes gozan de pocas oportunidades al año de disfrutar de luminosidad. Por eso, en verano suelen desplazarse en manada hacia climas tropicales en busca de los rayos benéficos que tuestan la piel, encandilan las átomos del disfrute y sepultan los del hastío.
En cambio, tal vez por efectos de la ley de la compensación, el horizonte brumoso y las temperaturas frías resultan ser laboratorios donde se cuecen los grandes avances científicos y tecnológicos de la humanidad, se vive en la mayor disciplina social y con las mayores retribuciones económicas.
En estos tiempos las rutas de los desplazados en sus respectivos países por falta de oportunidades tienen orientación de sur a norte, como si el hemisferio sur hubiera dejado de tener peso económico específico.
Pero no siempre fue así. Lo prueban las emigraciones no tan lejanas de norte a norte, como es el caso de los europeos que poblaron Estados Unidos y Canadá, o de norte a sur hacia América del Sur.
No estamos afirmando que el sol y la temperatura condicionan el quehacer humano, pero sí que influyen en su devenir. O sea, pueden ser aprovechados o contenidos, según sea el caso, de manera que la voluntad social de progreso sea artífice de su propio destino.
Existe la percepción de que el dominicano hace gala de poseer un temperamento alegre y bullanguero.
Con independencia de lo anterior, un estudio realizado por Latinobarómetro en los meses de agosto y septiembre recién pasados, asegura que «un 84 % de los dominicanos encuestados manifestó satisfacción con su vida… Solo países como Costa Rica, Uruguay, Guatemala y El Salvador superaron estos niveles».
Quizás se trate de un indicador más entre los cientos que circulan para ofrecer un panorama de la vida económica y social. Sin embargo, la respuesta contrasta con la actitud tradicional de los dominicanos de esconder su nivel de bienestar, afincado en el complejo del chivo que ha desarrollado para defenderse de los atropellos cometidos por las tiranías que ha sufrido.
Es decir, por si acaso hay trampa, esconde la ficha.
Hay una coincidencia alentadora. Muchos de los extranjeros que nos visitan manifiestan quedar impresionados por el buen trato, la alegría del dominicano y la pujanza de la economía, aunque no así por su grado de organización institucional.
La coincidencia de apreciación positiva de la situación en que se encuentra el país tanto por parte de extranjeros como de los propios dominicanos, nos llevan a empezar con optimismo el nuevo año del 2025, a la vez que con una dosis de cautela y conciencia renovada sobre los retos a ser superados.
El salto cualitativo de la economía dominicana parecería encontrarse a la vuelta de la esquina, impulsado por el viento favorable del turismo y de las inversiones extranjeras, con el claroscuro de las remesas y de la inmigración ilegal masiva, complementado por el empuje del resto de las actividades.
Es cierto que aún hay mucho por hacer, tanto en el plano económico como en materia de cohesión social, organización institucional y capacidad de gestión. El desafío es gigantesco, al igual que la determinación de este pueblo de vencer los obstáculos.
Para lograrlo faltaría soltar las espoletas de la transformación social, lo cual ocurriría si con la hoja de ruta bien sopesada, los líderes se atrevieran a asumir sin titubeos su papel histórico, desacoplando las apetencias partidarias.
Queridos lectores, feliz y estimulante año 2025.