¿Cómo fue el superaño electoral?: balance del estado de la democracia tras un periodo de ataques sin precedentes
Se aproxima a su fin un año en el que más de 70 países han celebrado elecciones generales, con casi la mitad de la población mundial convocada a las urnas. La impresionante serie de comicios representa un excepcional laboratorio de observación del estado de salud de la democracia a escala global. El resultado es la constatación de que el modelo democrático afronta desafíos sin precedentes, que en numerosos casos están deteriorando su calidad, pero ello no excluye significativas muestras de resiliencia de este sistema político. Estados Unidos ha exhibido con crudeza los riesgos de que la plutocracia —el gobierno de los ricos— se imponga a la democracia o los de la violencia política en sociedades muy polarizadas. Pero en lugares como Senegal o Bangladés ciudadanías movilizadas e instituciones independientes han propiciado inspiradoras victorias democráticas sobreponiéndose a tendencias autoritarias.
El pulso entre la democracia y sus enemigos tiene un impacto decisivo sobre el devenir del mundo, que vive una turbulenta fase de transición. Tras la ola expansiva posterior a la caída del Muro de Berlín, los principales estudios internacionales coinciden en detectar una fase de erosión del modelo en los últimos años. El resultado final de ese pulso solo puede ser objeto de especulación. Pero la observación de lo ocurrido en 2024 ofrece importantes elementos de juicio. Las noticias negativas son multitud y tienen que ver tanto con desafíos internos como externos. Las positivas señalan que la democracia puede resistir tremendas embestidas. A continuación se ofrece un balance de las principales tendencias de 2024.
Plutocracia
Entre los países convocados a las urnas se hallaba el más poderoso del mundo, Estados Unidos. Al margen de las preferencias ideológicas, la victoria de Donald Trump es un resultado democráticamente inquietante, al tratarse de un candidato que se negó a reconocer el veredicto de las elecciones anteriores sin ninguna prueba de fraude y que alentó un asalto al Congreso de la nación.
Pero, más allá del perfil de Trump, el contexto de las elecciones estadounidenses de noviembre arroja otros motivos de alerta. “Los comicios mostraron que el estado de la democracia en EE UU es peor de lo que imaginábamos. No tanto por el resultado sino por lo que se evidenció en el proceso, los niveles desaforados de polarización, el uso absolutamente generalizado de la desinformación y el papel grotesco del dinero, en el que pondría el énfasis”, analiza Kevin Casas-Zamora, secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA).
El experto señala “la distorsión absoluta que crea el dinero en una democracia como Estados Unidos, cuando se llega a un punto en el que el señor [Elon] Musk, después de entregar cheques de un millón de dólares a votantes y de gastar 200 millones de dólares en la campaña apoyando a Trump, se muda prácticamente a la casa del presidente electo mientras este nombra a su gabinete. Ahí se ve el desparpajo absoluto con el cual una élite muy pequeña y extraordinariamente rica se ha apoderado, ha capturado el proceso político en Estados Unidos”, dice Casas-Zamora, que fue vicepresidente de Costa Rica.
Antes que eso, Musk, la persona más rica del mundo, también había adquirido una de las principales plataformas de debate público digital —X, entonces denominada Twitter— y la había convertido en una poderosa máquina de propaganda a favor de sus intereses y los de sus aliados. El episodio evidencia la nueva fenomenología del viejo riesgo de colusión entre ultrarricos y políticos, la variante del siglo XXI de la plaga de la plutocracia, que pone en serio riesgo la viabilidad futura de la democracia.
Interferencias extranjeras
Si EE UU evidencia los riesgos que brotan desde dentro, países como Rumania o Georgia subrayan el creciente alcance de acciones de interferencia exterior. Como la plutocracia, la propaganda malintencionada promovida por potencias extranjeras no es una novedad, pero su eficacia en la era de las plataformas digitales es inaudita.
La justicia rumana ordenó este mes de diciembre la repetición de las elecciones presidenciales al haber detectado los servicios de inteligencia locales actividad anómala en TikTok —red social de propiedad china—, un esquema “coordinado por un actor estatal” externo en favor del candidato nacionalista, populista y filorruso Calin Georgescu, que había logrado un resultado asombroso siendo un semidesconocido hasta no mucho antes.
En Georgia, el partido en el poder, que desde hace años está detrás de un fuerte deterioro democrático según denuncian respetadas organizaciones independientes, obtuvo una reválida electoral criticada por la misión observadora de la OSCE. Es un partido filorruso, que tiene como líder a un magnate que amasó su fortuna en Rusia y que ha congelado el proceso de adhesión a la UE. Todo esto en un país con una fortísima mayoría proeuropea, lo que hace aún más llamativa su supuesta victoria electoral.
“Ciertamente muchísimas elecciones se vieron afectadas por campañas de desinformación. Lo hemos visto en las últimas semanas, en particular en países de Europa del Este; han tenido una presencia innegable”, asegura Casas-Zamora. “Dicho esto, creo que es muy importante introducir en el debate una nota de precaución y una dosis de humildad: no sabemos exactamente cuánto determinan los resultados este tipo de campañas. Porque establecer un vínculo directo causal es muy complejo”, comenta el experto.
Violencia política
Otro elemento inquietante que ha aflorado este año es la violencia política. “Hemos detectado un cierto incremento en la violencia política alrededor de las elecciones. Hemos monitoreado que por lo menos en 26 de las 75 elecciones de este año ha habido algún tipo de manifestación de violencia”, dice Gerardo Berthin, vicepresidente de programas internacionales en Freedom House, un centro de estudios independiente con sede en Washington. “De entrada, se pueden mencionar los intentos de asesinato a Trump. Pero hubo ataques físicos en otros casos, también contra aquellos que trabajan en la organización de las elecciones”, señala Berthin.
Aquí aparece el peor rostro de las consecuencias de la polarización desaforada, que tiende a exacerbar los ánimos, a deslegitimar o incluso deshumanizar a los adversarios políticos. Y eso, aun sin incitar directamente a la violencia, propicia un caldo de cultivo para ella.
Malestar
El ciclo electoral ha arrojado un notable número de derrotas de los candidatos y partidos en el poder, y de auge de alternativas radicales. “En Occidente, 2024 ha sido el año del malestar”, dice Cristina Monge, politóloga y presidenta de la asociación Más Democracia. Fuerzas de ultraderecha parecen haber sacado provecho electoral de ese malestar en muchos países. “La pregunta esencial en el aire es si la famosa frase de ‘es la economía, estúpido’ sigue vigente o si hemos pasado página de eso. Porque en muchos de estos países donde se detecta un malestar la macroeconomía tiene cifras muy buenas. Cabe preguntarse si es que esas buenas cifras macroeconómicas luego esconden carencias —que obviamente es así en algunos países, como España— o si esos malestares responden también a otro tipo de incertidumbres, de preocupaciones o de miedos que no tienen por qué ser incompatibles con el malestar económico, pero que sí revelan otro tipo de inquietud”, dice Monge.
Representación de las mujeres
“No ha sido un buen año para la representación de las mujeres”, concluye Casas-Zamora. Esta ha ido creciendo en lo que va de siglo, desde un nivel cercano al 13% de representantes parlamentarias a escala mundial en 2000 hasta un 27% a principios de 2024, según datos de la Unión Interparlamentaria, una organización que ofrece datos sobre la composición de los parlamentos en el mundo. La tendencia ahora se ha roto.
“Cuando se ven los números de las elecciones que se han celebrado este año, el porcentaje de escaños ocupados por mujeres cayó un punto. Y en términos de jefas de Estado o de Gobierno, hay una más de lo que había hace un año. Entonces, lo que ha habido es un estancamiento”, dice Casas-Zamora.
Esto es solo el aspecto más visible de las dificultades para avanzar hacia la plena paridad. Por debajo quedan enquistadas praxis de discriminación y también una inquietante tendencia a la agresión verbal en el debate digital, que hace más difícil la participación de las mujeres.
Consolidación de los autoritarismos
No solo se han puesto en evidencia tendencias inquietantes en democracias con una auténtica competición electoral. También se han celebrado varias elecciones que han confirmado con procesos convertidos en farsa las derivas autoritarias de los países en los que se han celebrado.
Túnez, antaño esperanza democrática en el norte de África, consolidó su involución celebrando una convocatoria electoral bochornosa, sin competición real y en la que votó tan solo un 28% de los que tenían derecho. En El Salvador, Nayib Bukele —otro maestro en el uso de las redes sociales— quebró la Constitución para asegurarse un segundo mandato pese a la prohibición de repetición en el cargo. Ucrania, que tendría que haber celebrado elecciones este año, no pudo hacerlo por la agresión de Rusia. Multitud de regímenes autoritarios ahondaron en sus praxis de farsa democrática, desde Rusia hasta Venezuela.
Cambio climático
El cambio climático es un hecho fundamental. Los expertos consultados aportan dos observaciones al respecto en clave electoral. “Pese a que las consecuencias del fenómeno son cada vez más evidentes en el planeta, sigue sin ser protagonista cuando hablamos de elecciones. Seguimos desvinculando totalmente la crisis climática de las cuestiones políticas, sobre todo electorales”, señala Monge.
La paradoja es que, según apunta Casa-Zamora, “14 elecciones nacionales resultaron afectadas en diferentes grados por fenómenos climáticos extremos”. El cambio climático no solo azota el planeta en general, sino que tiene efectos disruptivos sobre los procesos electorales. Sin embargo, pese a su importancia, no parece ser central a la hora de elegir el voto.
Participación
En el balance electoral no todo son malas noticias. Una buena es el notable nivel de participación en las elecciones celebradas en 2024. “Esto nos hace pensar es que la gente todavía tiene esperanza en las elecciones”, dice Berthin.
Según datos de IDEA, la tasa de participación en las más de 70 elecciones a escala nacional celebradas fue de un 61%, con un total de 1.600 millones de votantes. Este dato no debe eliminar la alerta por la extendida desconfianza en las instituciones democráticas, pero es sin duda un elemento esperanzador.
Alternancia
El malestar como fuerza promotora de cambios políticos inquieta cuando refleja exclusivamente el disgusto ciudadano con la eficacia de la gestión de las instituciones democráticas.
Sin embargo, la alternancia es un rasgo esencial de la democracia. La posibilidad de desalojar del poder a gobernantes por su gestión es el alma misma del modelo. Que ese cambio se haya producido en abundantes casos también es un reflejo de vitalidad. Si bien la excesiva volatilidad, con cambios constantes de Gobierno que no comparten ni siquiera unas mínimas políticas de Estado en asuntos esenciales, no es buena, la larga permanencia en el poder de los mismos partidos es un mal potencialmente aún mayor.
En algunos de los casos observados este año no se ha dado una alternancia, pero sí una saludable reducción del poder de algunos gobernantes. En ese sentido han llegado buenas noticias democráticas desde dos importantes países del Sur Global, la India y Sudáfrica. En el primero, después de dos mayorías absolutas y un historial democrático muy criticado por opositores y centros de estudios internacionales, Narendra Modi sufrió un considerable revés, y tiene ahora que gobernar en coalición. Asimismo, tras décadas en el poder, el Congreso Nacional Africano ha sido castigado en las urnas al perder por primera vez en 30 años la mayoría absoluta, y sigue gobernando hoy limitado por la necesidad de consistentes respaldos externos.
Resiliencia
Ante los grandes riesgos evidenciados en 2024 surgieron también extraordinarios episodios de resiliencia democrática. Uno admirable es el de Senegal, país de una región africana azotada por una plaga de golpes de Estado. Pese al encarcelamiento de un destacado dirigente opositor y a los intentos del anterior mandatario de aplazar las elecciones, la resistencia de las instituciones y la movilización ciudadana lograron que todo fluyera en una senda democrática, y acabó ganando un opositor.
También hubo buenas noticias frente a las interferencias externas. En Moldavia, en cuyas elecciones presidenciales se detectó un esquema parecido al que respaldó al populista rumano para impulsar al candidato filorruso local —y donde además una periodista de la BBC recogió un testimonio de un esquema de pagos por votos—, la presidenta proeuropea, Maia Sandu, logró, pese a todo, renovar mandato.
Hubo además buenas noticias no directamente vinculadas a procesos electorales, como la resiliencia de la democracia en Corea del Sur, en Bolivia o en la República Democrática del Congo ante procesos golpistas. En el primer caso, un intento de autogolpe por parte del ya apartado presidente, quien trató de introducir una disparatada ley marcial; en el segundo, una intentona golpista de rasgos militares que parecían olvidados en Latinoamérica; en el tercero, un ataque armado a las instituciones que fue reprimido por las Fuerzas Armadas.
Otro episodio extraordinario ocurrió en Bangladés. Meses después de que Sheikh Hasina se asegurara un quinto mandato consecutivo en unas elecciones farsa, un movimiento impulsado por protestas estudiantiles forzó el colapso del régimen y la apertura de una esperanzadora transición.
En Georgia, manifestaciones masivas en contra de apartar al país de la senda de la UE se producen día tras día en las calles de Tbilisi. De momento, sin lograr resultados. Aun así, se trata de una movilización inspiradora.
El calendario electoral de 2025 es mucho menos llamativo que el del año que se acaba. Pero las fuerzas que desde dentro y desde fuera tratan de erosionar la democracia seguirán actuando con las enormes palancas a su disposición. Las democracias deberán emplearse a fondo en diseñar estrategias de defensa.