Carboneros: una estampa dominicana que se pierde con el tiempo
José Berroa, con su delgado cuerpo septuagenario y manos sucias por el tizne, empuja por calles de Villa Juana y otros sectores capitalinos su vieja carretilla de madera podrida y gastadas ruedas, impulsada por la debilitada fuerza motriz de los años.
Dentro de la carretilla se observan trozos negros sacados de madera, materia prima de viviendas donde se cocina la pobreza, pero también utilizada en menor proporción para barbecue, en los que se cuecen filetes y suculentas carnes.
¡Carbonero, carbonero! Es la palabra que durante más de 40 años utiliza el marchante José y repiten las paredes de las casas por donde ofrece su mercancía, mientras empuja la carretilla utilizando como motor sus débiles piernas y de combustible la esperanza de que alguien responda a su pregón.
El carbonero es una estampa dominicana en desuso en los barrios de la ciudad desde hace muchos años, pero su figura se mantiene intacta en la mente de quienes pasan el medio siglo y quizás menos. El pregonar evoca el ayer de una ciudad que ha evolucionado en diversos aspectos y costumbres.
Don José ha trabajado desde niño el negocio del cabrón, oficio que aprendió de su padre y que le ha permitido mantener su familia. Con el auge de las estufas y el uso del gas propano, su clientela ha bajado significativamente, pero algunos se mantienen como pobres que solo pueden conseguir 20 pesos para una fundida de carbón para cocer lo poco que consiguen.
Al preguntar a don José quiénes compran todavía carbón responde tímidamente: «Los colmados y gente pobre». La mercancía es traída desde diferentes lugares del país, principalmente de la región sur, hasta un puesto de la calle Arturo Logroño, antigua 18 de Villa Juana y otro en el entorno del Mercado de la Duartealgunos puestos de donde se abastece don José y otros carboneros.
Don José no piensa en el retiro, pero ya su cuerpo está dando señales de desgastes, cansancio y limitaciones. Ya su fuerza no es la de antes, sus delgadas piernas apenas soportan su cuerpo de poca carne. Ya sus hijos no dependen de la venta del carbón, son todos adultos y dice que puede vivir con poca cosa.
El distribuidor
José Manuel Sánchez (Mañiño) es distribuidor de carbón, tiene su negocio en la calle Arturo Logroño, donde se abastece cada día don José. Cada saco de carbón cuesta en la actualidad mil pesos.
Cuenta que el carbón los compra a campesinos de la región sur, principalmente de Azua. Aclara que su negocio de 38 años es legal y que adquiere la mercancía en iguales condiciones. Para confirmar mostró a reporteros de Diario Libre varias cartas de ruta que les otorgan las autoridades para el traslado del carbón hasta su negocio.
Dice que ya el negocio no es como antes, que después del auge de las estufas y el gas propano las ventas han bajado significativamente, pero que se conservan algunos clientes como gente muy pobre de los barrios y las personas que hacen parrilladas en sus casas o negocios.
Como cada año tiene la esperanza de que las fiestas navideñas dinamicen el negocio porque mucha gente hace parrilladas porque la comida tiene mejor sabor hechas en carbón que en estufas.
«Hay días que no se vende nada, otros días se vende más. Los colmaderos usan carbón para vender al detalle, pero también aparece mucha gente pobre que todavía usa carbón«, sostuvo.
Don José y José Manuel están conscientes de que el negocio del que viven no está en progreso ni lo genera a sus familias, pero que, aunque con limitaciones, les permite unos pocos ingresos del negro combustible fósil, de poco uso, que sirve para cocer los alimentos que sustentan el cuerpo y permite continuar empujando la vida.