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El creciente acercamiento a Putin de distintas fuerzas europeas inquieta a Bruselas

El creciente acercamiento a Putin de distintas fuerzas europeas inquieta a Bruselas

La visita del nacionalpopulista húngaro Viktor Orbán a Moscú y sus continuos coqueteos con el ruso Vladímir Putin. El avance de varios partidos populistas euroescépticos y prorrusos en las elecciones europeas y su victoria en comicios de países como Austria. El auge en Rumania del ultraderechista conspiranoico prorruso Calin Georgescu, el candidato más votado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, aunque el Tribunal Constitucional acabó anulándolas. Y la última: la cita del primer ministro eslovaco, Robert Fico, con el autócrata ruso este domingo en Moscú. Los crecientes movimientos de acercamiento a Putin inquietan en la Unión Europea.

El último ejemplo de este fenómeno ―la visita de Fico a Rusia, tras un contencioso con Kiev por la próxima interrupción del tránsito de gas ruso hacia Eslovaquia a través de Ucrania― ha generado cierto malestar en el club comunitario. Porque, además, esos gestos de países europeos se producen en un momento en que a la UE le preocupa la inminente llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, que durante años se ha mostrado mucho más afín a Putin que al ucranio Volodímir Zelenski. La promesa que ha hecho el presidente electo estadounidense de poner fin a la guerra de Rusia contra Ucrania, que puede derivar en negociaciones de paz tempranas, genera en la UE el temor a que la decisión incite a los países más afines al Kremlin y agriete la unidad europea.

“No nos engañemos; cuando llegue el diálogo diplomático pueden surgir voces internas que aboguen por un restablecimiento de las relaciones con Rusia”, dice una fuente comunitaria, que pide permanecer en el anonimato para pronunciarse sobre este espinoso asunto.

Hasta ahora, salvo la excepción húngara, la Unión Europea ha mantenido de manera unánime el aislamiento contra Putin. El club comunitario ha aprobado 15 paquetes de sanciones contra el Kremlin y también ha incluido en su lista negra, de forma inédita, a varios artífices y ejecutores de la guerra híbrida, una herramienta que Rusia ha amplificado contra la UE en los últimos tiempos.

Sin embargo, a medida que la guerra lanzada contra Ucrania suma meses, aumentan ―o se van haciendo más visibles― las voces que ponen en duda el apoyo a Kiev o que piden una salida rápida del conflicto, aunque perjudique a Ucrania, país candidato al club comunitario. Fico, por ejemplo, ha clamado que Putin ha sido “demonizado erróneamente” por Occidente.

Orbán y Putin en el Kremlin de Moscú, el pasado julio.Evgenia Novozhenina (REUTERS)

El líder ruso cuenta con dos aliados visibles en el Consejo Europeo, la institución que reúne a los líderes de la UE: Orbán, el verso suelto de la UE, que suele poner palos en las ruedas a las medidas contra el Kremlin, y Fico. Ambos mandatarios, además, de sendos países miembros de la OTAN. Además, Putin también goza de simpatía en varios partidos de corte ultraderechista y populista en el Viejo Continente. Algunos, en pleno auge.

En ese grupo figura la formación de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que reclama el fin de la ayuda europea a Ucrania y afirma que Estados Unidos y la OTAN también tienen culpa de la invasión a gran escala, que pronto cumplirá tres años. Sus eurodiputados en el Parlamento Europeo ―14 legisladores― han votado contra varias resoluciones de ayuda a Kiev y de condena a Rusia. Su postura sobre Rusia, al menos de momento, no parece penalizarlos: si se celebrasen hoy las elecciones legislativas, previstas para el 23 de febrero, AfD sería la segunda formación más votada en todo el país, tras los conservadores, según los sondeos.

También en Alemania, la autodenominada “izquierda-conservadora” de la populista Sahra Wagenknecht (BSW), que ha clamado contra el final de la ayuda a Ucrania, cosecha muy buenas cifras en el este del país. En junio, cuando Zelenski acudió a dar un discurso en el Parlamento alemán, la mayoría de diputados de AfD y de BSW abandonaron el edificio. “La insatisfacción social y la sensación de no estar representados por los partidos existentes, amplificadas por el atractivo emocional de la idea de la paz como símbolo de la estabilidad, se están convirtiendo en riesgos para el apoyo colectivo occidental a Ucrania”, sostiene Gwendolyn Sasse en un análisis para el Instituto Carnegie sobre la instrumentalización de la guerra de Rusia en la política europea.

Putin, considerado durante décadas como el gran desestabilizador, ha jugado sus cartas durante años para labrar vínculos ideológicos con partidos de ultraderecha de todo el planeta. Sobre todo con sus posiciones conservadoras contra los derechos de las personas LGTBIQ+; a favor de la idea de una familia tradicional; y también con políticas duras con la migración. De ese relato beben, por ejemplo, nuevos partidos en Bulgaria ―el país más pobre de la UE―, como Mech (Moralidad, Unidad, Honor) una formación ultraconservadora y euroescéptica que reivindica la neutralidad sobre la guerra en Ucrania, y también Velichie (Grandeza), que ha asegurado que paralizará la ayuda búlgara a Kiev.

Más allá de esas afinidades, el Kremlin también vive de las rentas de la antigua Unión Soviética y su vínculo con partidos de izquierdas que mantienen una postura antiestadounidense y anti-OTAN en todo el mundo. Algunos de los miembros de esa izquierda también han votado contra las resoluciones de condena a Rusia y ayuda a Ucrania en el Parlamento Europeo, como los griegos del Partido Comunista Lefteris Nikolau-Alavanos o Costas Papadakis, según una amplia revisión de las resoluciones parlamentarias.

Vínculos con la extrema derecha

En la Eurocámara más derechizada en décadas, la mayoría de formaciones afines a Rusia se concentra en las filas de la ultraderecha, según evidencian sus votos con respecto a los textos votados sobre Rusia. Como ocurre en el grupo de los llamados Soberanistas, la familia política de AfD, y en los autodenominados Patriotas Europeos, donde están Fidesz, el partido del húngaro Orbán, la Liga del italiano Matteo Salvini y el partido español Vox.

Como Salvini, que no demasiado tiempo antes de la invasión a gran escala visitaba Moscú y lucía camisetas con el retrato de Putin, el partido extremista español no toca el tema ruso desde la invasión a gran escala de Ucrania. Tampoco lo hace ya el ultra holandés Geert Wilders ―su partido es mayoritario en la coalición de Gobierno de Países Bajos―, que hasta que se convirtió en un tema tóxico elogiaba al Kremlin y lo veía como un aliado en la lucha contra el terrorismo y la inmigración “masiva” de fuera de Europa.

También ha tratado de esconder bajo la alfombra su afinidad con el autócrata ruso la ultraderechista francesa Marine Le Pen, cuyo partido, Reagrupamiento Nacional, cosechó grandes apoyos en las europeas de junio y en las legislativas de julio. Además, en 2004 obtuvo un crédito millonario de un banco ruso a un interés muy conveniente.

La victoria en septiembre del extremista Partido de la Libertad (FPÖ) en Austria ―aunque aún no ha logrado formar gobierno y puede que no lo consiga al no sumar en solitario— también fue un elemento provechoso para el Kremlin. Su líder, Herbert Kickl, que sigue los pasos de Orbán, ha prometido poner fin a la ayuda austriaca a Ucrania y vetar las sanciones contra Moscú. Austria, militarmente neutral, ha acogido a miles de refugiados ucranios, pero mantiene cierta afinidad con el Kremlin y todavía depende del gas ruso a buen precio. “Rusia observa ahora con atención las elecciones en 2025 en Alemania, Polonia y República Checa y hará lo posible para tratar de influirlas”, advierte una fuente diplomática.

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