Junten los puntos
Presten atención a la conexión entre los hechos. Del 28 de abril al 7 de mayo, el estado brasileño de Río Grande do Sul sufrió la mayor inundación de su historia, una catástrofe climática similar a la que ocurrió en Valencia a finales de octubre. Casi 200 personas murieron y 2,4 millones de gauchos, como se llama a los habitantes de ese Estado, se vieron afectados. En el segundo semestre, la selva amazónica ha sufrido una sequía extrema por segundo año consecutivo, incluso peor que la de 2023. También ha ardido: 138.000 incendios provocados por la acción humana, la inmensa mayoría intencionados, una pérdida hasta noviembre de 16,9 millones de hectáreas, 7,6 millones solo de selva. En septiembre, el humo del fuego en el extremo norte de Brasil recorrió miles de kilómetros hasta el extremo sur del país. Durante varios días, Porto Alegre, la capital del Estado que sufrió la inundación, amaneció con el cielo cubierto de ceniza. Los “ríos voladores”, llamados así porque conducen por el cielo la transpiración de los árboles, creando las lluvias de Sudamérica, han empezado a arrastrar el humo de los incendios. Otro aviso de que la selva estratégica para frenar el calentamiento global podría convertirse no en una solución, sino en un problema.
¿Y cómo lo procesó un grupo de productores de soja del Estado inundado? En noviembre, la asociación de latifundistas de Altamira, uno de los municipios más devastados de la Amazonia, anunció alegremente que productores gauchos querían instalarse en “al menos” 40.000 hectáreas de selva para plantar soja destinada a la exportación. Ya se están construyendo cuatro enormes silos de almacenamiento en la ciudad vecina. “Es muy natural”, celebró Maria Augusta da Silva, presidenta de la asociación, describiendo el ciclo histórico de destrucción de la Amazonia de al menos medio siglo. “Viene la madera, viene el ganado y [luego] viene el cultivo [de soja]”. Uno de los representantes de la “iniciativa” hizo el siguiente comentario a la prensa local: “Habrán visto lo que pasó en Río Grande do Sul. Aparte de eso, [hubo] tres años de sequía. Así que los productores buscan emigrar a regiones más favorables, como esta [la Amazonia], que puede producir dos cosechas anuales sin riesgo de sequía”.
Esta es la reacción tras un fenómeno climático extremo y también la mentalidad que sigue destruyendo la Amazonia y otros biomas, que está ampliamente activa en la agroindustria brasileña y domina en el Congreso. ¿Y a dónde va esa soja? Principalmente, a China, pero también a Europa, sobre todo la harina de soja, para alimentar cerdos y otros animales de países como España. ¿Y qué hace la Unión Europea? Aplaza la ley antideforestación para que los productores de países como Brasil puedan “prepararse”.
Los grandes productores de soja para la exportación se están preparando mucho. Fíjense cómo. Desde hace 18 años está en vigor la llamada “moratoria de la soja”, un acuerdo voluntario en el que las empresas exportadoras se comprometen a no comprar soja procedente de zonas deforestadas después de 2008 en la Amazonia. Pero en este momento existe un gran movimiento de parte de la agroindustria brasileña para anular este acuerdo. Dos Estados amazónicos ya han aprobado recortar los incentivos fiscales a las empresas signatarias y otros están considerando seguir su ejemplo. Hay una fuerte ofensiva en los parlamentos de los Estados y en el Congreso brasileño y existe la posibilidad de que la moratoria caiga. Con el avance del acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur a principios de diciembre, la presión puede aumentar aún más.
Este año que ahora termina es el primero en que, durante los 12 meses, la temperatura media ha estado 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales. Quizá convendría que los ciudadanos de los países europeos prestaran más atención a lo que ocurre en la selva, donde está el futuro de todos, ya que los legisladores fingen no saberlo.
Traducción de Meritxell Almarza.