El Gobierno de los milmillonarios de Donald Trump
Entre los múltiples récords que Donald Trump está batiendo durante estas semanas con la formación de su segundo Gobierno hay uno que es muy probable que nadie le dispute en el futuro: el del gabinete con más multimillonarios de la historia. Está, claro, Elon Musk, su nuevo mejor amigo y el hombre más adinerado del planeta, que esta semana se convirtió en la primera persona cuya fortuna supera los 400.000 millones de dólares (unos 380.000 millones de euros). Pero no solo: entre los nombramientos del presidente electo hay al menos una docena de superricos como él mismo (y unos cuantos ricos, a secas, más). A todos ellos, además del dinero, les emparenta una lealtad a prueba de bomba al líder, que ya alistó a unos cuantos (muchos menos) potentados para su primera Administración.
A Musk lo acompaña en el club de los billionaires (los que acumulan más de mil millones de dólares), Vivek Ramaswamy, su compinche en el Departamento de Eficacia Gubernamental, entidad de nueva creación que no forma exactamente parte del Ejecutivo y tiene el encargo de recortar gastos en la Administración. Los negocios de Ramaswamy en la biotecnología le han granjeado una riqueza en torno a los 1.000 millones (según consta, como el resto de las cifras de este artículo, en los registros públicos). Sus ideas antiwoke y su imagen de libertario milenial lo catapultaron en 2023 a la fama en el mundo MAGA (siglas de Make America Great Again). Se presentó a las primarias republicanas, pero cayó en los primeros rounds, antes de convertirse en un fiel defensor de Trump.
Doug Burgum, exgobernador de Dakota del Norte, cuya fortuna sobrepasa los 1.100 millones, también probó en las primarias y también tiró pronto la toalla. Si el Senado aprueba su nombramiento, se pondrá al frente de Interior, como uno de los cuatro secretarios que pertenecen a la liga de los billionaires. Los otros son Linda McMahon (Educación), que hizo su dinero (unos 2.600 millones) gracias a la lucha libre profesional estadounidense, esa mezcla de deporte y espectáculo circense; el banquero Howard Lutnick (Comercio; unos 2.000 millones); y Scott Bessent (Tesoro), de cuya riqueza si bien no constan datos precisos, nadie duda de que supera los 1.000 millones. Hay otro subsecretario, Stephen Feinberg (Defensa), con 5.000 millones en activos, y un secretario, el de Energía, Chris Wright, que se queda fuera del club de los billionaires pero no del de los obscenamente ricos: su fortuna está cifrada en 171 millones.
Cuando Trump amenazó en campaña con poner casi todo patas arriba en materia de política exterior no fue fácil saber que también se refería a instaurar algo así como una plutodiplomacia, con nombramientos como los del banquero Warren Stephens (3.300 millones) como embajador en el Reino Unido o el inversor Steven Witkoff (enviado a Oriente Próximo; más de 500 millones). Tampoco que, de paso, el candidato pensaba romper las reglas del decoro de la consanguinidad al nombrar a sus consuegros Massad Boulos (asesor para Oriente Próximo) y al magnate inmobiliario Charles Kushner (embajador en París; 2.900 millones).
La lista de los más ricos del entorno de Trump —cuya fortuna estaba cifrada esta semana en 5.400 millones— la completan el astronauta amateur Jared Isacman (quien, con fuertes lazos con Musk, se situará al frente de la NASA y posee una fortuna de unos 1.900 millones); el consejero delegado de la financiera Fiserv, Frank Bisignano (comisionado de la Seguridad Social, más de 900 millones); el médico televisivo Mehmet Oz (al cargo de los servicios sanitarios públicos; al menos 100 millones); la empresaria Kelly Loeffler (Administradora de los Pequeños Negocios; 1.100 millones); y el inversor tecnológico David Sacks (zar para los asuntos de Inteligencia Artificial y criptomonedas; 200 millones). Aunque todo depende de dónde se coloque la barrera (o mejor, el cordón de terciopelo) para formar parte del exclusivo grupo. Y tendiendo en cuenta que tal vez uno se conformaría con el dinero que tiene, pongamos, el vicepresidente J. D. Vance, al que la CBS le calcula una fortuna entre los 4,8 y los 11,3 millones.
El papel de la clase obrera
La pregunta ahora es cómo casan esos nombramientos con una campaña que Trump basó en gran medida, y con probado éxito, en sus promesas de acudir al rescate de la clase obrera. Entre los fieles que asistían a sus mítines, era común el argumento de que la riqueza del candidato y de aquellos de los que pensaba rodearse eran la garantía de que iban a gobernar limpiamente. “Esa gente no necesita la política para enriquecerse; podemos estar seguros de que no habrá corrupción”, explicó poco antes de las elecciones una votante a las puertas de un mitin de Vance en Arizona. También se extendió otra idea, resumida por el joven simpatizante de Carolina del Norte DeAndre Jones: “Si esas personas llevan el país con el mismo éxito que sus empresas, estamos salvados”.
“Como el famoso súperrico que es, Trump le gusta rodearse de los que son como él”, opina por correo electrónico el historiador Michael Kazin, profesor de la universidad de Georgetown en Washington y experto en el sindicalismo en Estados Unidos. “La mayoría de los miembros de la clase trabajadora que lo votaron lo hicieron porque les seduce una personalidad que perciben como la de alguien que dice lo que piensa, además de, por supuesto, por su promesa de frenar la inmigración ilegal y la inflación. A la mayoría de los estadounidenses nunca les han disgustado los ricos por el mero hecho de serlo, pero sí aquellos que sospechan que los explotan o engañan como trabajadores y consumidores. Y Trump ha logrado evitar que lo vean así”. Kazin espera, no obstante, que esos votantes despierten pronto a la ironía de que el presidente haya colocado ese desfile de multimillonarios con el encargo, en algunos casos, de recortar servicios públicos que benefician a los más vulnerables.
Para el caso de Musk, Chuck Collins tiene otra teoría. Heredero de la cárnica Oscar Mayer que renunció a su herencia para convertirse en un académico experto en desigualdad, Collins es autor de Los acumuladores de riqueza, ensayo-denuncia de las argucias de los multimillonarios estadounidenses para eludir impuestos, secuestrar el poder político y disfrazar de filantropía lo que en muchas ocasiones no es más que otra forma de perpetuar su poder. En un correo electrónico, opina que Musk ha llegado a ese punto en el que “un líder empresarial desvía la atención de sus negocios para defender su dinero, frustrar la competencia y participar en el ejercicio de la influencia política, a través de contribuciones a las campañas [donó más de 260 millones a la de Trump], de asegurarse la propiedad de los medios de comunicación [es dueño de la red social X] y de apoyar a laboratorios de pensamiento político”. Normalmente, explica el Collins, esa fase llega con “la segunda o tercera generación de familias dinásticamente ricas”. “Pero Musk es, dada su extraordinaria fortuna y ambición, también inusual en eso”, añade.
Para encontrar precedentes a lo que está pasando con la Administración Trump 2.0, el experto recomienda remontarse a los años veinte, al final de lo que se conoce como la Gilded Age (edad dorada). Entonces, el financiero Andrew Mellon dirigió el Departamento del Tesoro, puesto desde el que promovió los intereses de los suyos, la tribu de lo que se conocía los “robber barons” (los barones ladrones), término peyorativo que sirvió para referirse a los empresarios que forjaron la potencia industrial de Estados Unidos y se enriquecieron por medio de prácticas monopolísticas. Aquello no resultó bien, y hoy está considerado como uno de los periodos más corruptos de la historia del país, que cerró el crac del 29.
De momento, Musk ha logrado sobre todo beneficios para sí mismo: si el magnate se convirtió este miércoles en la primera persona en superar la barrera de los 400.000 millones (y si el sábado rozaba los 430.000, según Forbes) es también gracias a su asociación con el nuevo presidente. La fortuna de Musk, pese a que insiste en que no se ha metido en política por el dinero, casi se ha duplicado en menos de dos meses. Especialmente, desde que Trump recuperó, cuatro años después, las llaves de la Casa Blanca.