Otra vez tango: la Unión Europea y Mercosur vuelven a acordar cinco años después
El 6 de diciembre de 2024 se cerró en Montevideo un acuerdo comercial entre la Unión Europea y Mercosur. Lo mismo había ocurrido en Bruselas el 28 de junio de 2019. Entonces, como ahora, los negociadores festejaron y aseguraron que solo faltaba la revisión técnica y la traducción a las 24 lenguas oficiales de la UE. En síntesis, un trámite burocrático. Parece que faltaba algo más: apoyo político.
Las negociaciones entre las dos organizaciones regionales comenzaron en 1999. Irónicamente, se las mencionaba como un intercambio de “vacas por autos”, con Mercosur exportando recursos naturales y la UE productos industriales. Algo de eso había, y fue el proteccionismo de ambos bloques lo que trabó el acuerdo, porque Mercosur hace las vacas más ricas, y Europa, los autos más lindos. Por supuesto, el pretexto era ambiental (para Europa) o desarrollista (para Mercosur), nunca proteccionista. En diplomacia, las cosas no se llaman por su nombre.
La base de toda negociación es que cada parte, concediendo algo, igual gana. El comercio es win-win: se beneficia el vendedor, pero también el comprador. En este caso, además, se agregaba el bonus geopolítico: frente a un mundo bipolar en que Europa declinaba y América Latina perdía relevancia, el acuerdo sumaba fuerzas y subía a los dos pugilistas de nuevo al ring global. Sin embargo, ni las concesiones ni la geopolítica fueron suficientes para convencer a quienes, de ambos lados del Atlántico, se sentían perjudicados. A la cabeza estaban los agricultores franceses, que lideraban a sus colegas de media docena de naciones especializados en producir vacas caras y duras. Aunque las culpas por la demora eran lanzadas de una costa a la otra, el verdadero obstáculo siempre se llamó Francia.
A los intereses defensivos se sumó la maraña normativa que caracteriza a la Unión Europea. Según el mandato negociador, el acuerdo con Mercosur debía ser mixto: es decir, constaría de un pilar comercial y otro político. El problema es que la política comercial es competencia exclusiva de la Unión Europea, mientras las negociaciones políticas deben ser refrendadas por cada uno de los Estados miembros. Así fue como la Dirección General de Comercio negoció el primer pilar, mientras el Servicio Diplomático Europeo negociaba el segundo. Nunca pudieron compilarlos en un cuerpo único, y por eso repiten ahora los ritos que fallaron hace un lustro. Las novedades son dos: primero, que Francia hoy se opone expresamente; segundo, que la Comisión decidió puentearla separando el acuerdo comercial del resto, en violación del mandato negociador.
El presidente francés, Emmanuel Macron, difícilmente se dará por vencido. Para bloquear el acuerdo en el Consejo Europeo, que debe aprobarlo, necesita reunir al menos cuatro países que sobrepasen el 35% de la población del bloque. Si Italia y Polonia se le suman, el acuerdo caerá; si no, intentará sumar más aliados pequeños.
Los recientes antecedentes electorales de Macron son penosos, pero en la UE Francia siempre triunfó. En la década de 1960, Charles De Gaulle se retiró de las votaciones dejando una silla vacía y forzando al resto a atenerse a sus condiciones; en 2005, un referéndum francés mató el proyecto de Constitución europea; y hace pocas semanas, Francia logró que el Consejo aprobase un aumento de aranceles contra los autos chinos, derrotando la posición alemana.
El futuro está abierto pero, si el pasado sirve de lección, contra Francia no hay integración europea. ¿Podrán los bifes latinoamericanos cambiar la historia?