Día de Acción de Gracias
El orgullo podrá detenernos, pero agradecer es un gesto honorable de humanidad. Es reconocer que nos debemos al otro. Y, como escribía la novelista estadounidense Louisa May Alcott, «el amor expulsa al miedo y la gratitud doblega al orgullo».
Para muchos pedir es consentir en sus carencias y eso los avergüenza, porque supone desnudar las escaseces que socialmente se disimulan. La gratitud nos empuja de esta manera a la honestidad, a aceptarnos en nuestras miserias y a confrontarnos con nuestros límites.
Aunque lo resistamos, no existe manera de vivir autosuficientemente. La vida colectiva es una red cada vez más compleja de interdependencias y los sistemas se organizan para que otros tomen decisiones en la nuestra. De manera que aun cuando se crea tener los medios y capacidades para no requerir del otro, el momento más impensado nos urgirá a admitir nuestras insuficiencias. Entonces será la ocasión más meritoria para decir ¡gracias!
La gratitud es una condición esencial del carácter moral cristiano. Las Sagradas Escrituras están salpicadas de imperativos llamados a la acción de gracias. El apóstol Pablo fue enfático al exigir que esa virtud inspirara un modelo testimonial de vida: «Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús». (1 Tesalonicenses 5:18). «Así que nosotros, que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos agradecidos. Inspirados por esta gratitud, adoremos a Dios como a él le agrada, con temor reverente. (Hebreos 12:28).
El filósofo y teólogo francés Pierre Charron escribía con alucinante acierto: «Quien recibe un beneficio nunca debe olvidarlo; quien lo otorga, nunca debe recordarlo». Esa es la clave pendular del dar y el recibir. Dar no espera correspondencias; se hace por caridad; tampoco recuerda favores, se practica por liberalidad.
El propio Jesús estableció el principio que soporta la dinámica virtuosa de la gratitud: «dad y se os dará» (Lucas 6: 38). Si todos diéramos lo que recibiéramos en gracia el mundo fuera un círculo perfecto de solidaria convivencia.
Quien concede una ayuda con la expectativa de ser reconocido buscará admiraciones y no piedad; el que así obra, como dijo Jesús, ya tendrá su gloria entre los hombres. Es justo ahí donde encuentra aplicación aquel aforismo dorado del Evangelio: «Pero tú, cuando le des a alguien que pasa necesidad, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mateo 6:3).
Dar no es un acto mercadeable, es una acción callada de caridad. Las donaciones no se publican. Tampoco son prácticas de imagen corporativa. Esas fotos de políticos y empresarios haciendo entregas públicas de ayudas pierden toda razón solidaria. Son cuadros bochornosos y aún más degradantes cuando se hacen con recursos públicos.
En contrapartida, quien recibe debe agradecer. Ver al otro como un dócil instrumento de la gracia divina y confirmarse a sí mismo de que su providencia no considera medios ni circunstancias para alcanzarnos. Para el predicador Brandt Gillespie es «imposible mantener un equilibrio de paz interna sin estar agradecido, por lo que cultivar y cuidar el agradecimiento es un requisito previo para equilibrar todos los demás componentes necesarios para convertirse en una persona de fe vibrante».
No pagamos un derecho para nacer ni debemos a nadie razones para vivir. Todo se nos ha dado sin pedirlo ni merecerlo. Las cosas más caras son gratuitas: una sonrisa luminosa, un «te quiero» quedo e inesperado, un beso leve y tibio, un consejo sabio y oportuno, el suspiro de una emoción silenciosa, el asalto de un abrazo, el golpe del viento, el silencio impenetrable de la noche, la caída melódica de la lluvia sobre los techados de zinc: tañido mitad metálico, mitad sinfónico, que abraza tan fuerte hasta exprimir las añoranzas más escondidas. Frente a tales bondades solo hay una oración eminente: ¡gracias!
La gratitud es un beso universal a todo lo creado. Más que declaración, es suspiro del espíritu. Quien agradece vive otra vez en la gracia recibida. El alma agradecida es bondadosa y guarda motivos inacabados para ser feliz. Recuerdo así a David Steindl-Rast: «No es la felicidad lo que nos hace sentir agradecidos, es el agradecimiento lo que nos hace felices». Hoy es un renovado día para decir: ¡gracias!