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Sísifo en un cubículo del libro “Condeno la noche y sus perros de caza”, de Ronny Ramírez

Sísifo en un cubículo del libro “Condeno la noche y sus perros de caza”, de Ronny Ramírez

Sísifo en un cubículo del libro “Condeno la noche y sus perros de caza”, de Ronny Ramírez

El poemario Condeno la noche y sus perros de caza, de Ronny Ramírez, me hizo preguntarme cómo ve el mundo un poeta que ha sido condenado a un cubículo de oficina tal como Sísifo había sido condenado a subir la misma roca a la montaña solo para verla caer y así por toda la eternidad. Recordemos que al igual que Prometeo, Sísifo hizo enfadar a los dioses y como castigo lo condenaron a empujar un peñasco gigante montaña arriba y hasta la cima, solo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recoger la piedra y empujarla nuevamente hasta la cumbre y así repetir el ejercicio perpetuamente.

 Con este libro, Ramírez recuerda la idea del «hombre y su sensibilidad absurda» desarrollada por Albert Camus en su filosofía existencialista en la que el ser humano está consciente de la inutilidad de su vida, incapaz de comprender al mundo, pero el poeta experimenta la libertad cuando dice: «Qué grato dejar el ventilador a sus anchas, /qué regocijo saber que todavía es temprano. / Saludo el otoño con mi amada entre los brazos y no tocamos libros ni canciones/hasta que suba el café». Este momento de paz antes de comenzar de nuevo es, a mi juicio, tal como Camus se imaginaba al ciego de Sísifo, feliz en el momento en que terminaba de subir el peñasco, únicamente, quizás, por imaginarse el paisaje de fondo y ese preciso instante de paz que lo salva del destino suicida.

La poesía, a menudo, encuentra su mayor fuerza en los intersticios del alma humana en los que el silencio y la palabra se enfrentan a las paradojas de la existencia. Pero también, la poesía, como lo hace el lenguaje del mito y la leyenda del que habla Campbell, permite ver el mundo primario en profundidad, porque la realidad sin poesía nos pasa desapercibida, o como dijo el poeta Antonio Gamoneda: «La poesía intensifica la conciencia».

Ronny Ramírez usa la poesía para abstraerse, es decir, para salir de su cuerpo y colocarse sobre una nube capaz de ver ese mundo primario, el de los sentidos, para observar la verdad y allí, elevado en su nube, preguntarse cómo actuar ante la realidad a la que se enfrenta, es allí donde empieza el pensamiento poético con esa herida perpetrada por la realidad y que no cierra. Es en ese momento donde el poeta escribe desde una sensibilidad profundamente conectada con la realidad social, económica y política de su entorno. Este punto de partida lo conecta con una tradición literaria de compromiso social, enraizada en la poesía latinoamericana, porque no hay nada más realista que ver el mundo desde la poesía.

En su obra Condeno la noche y sus perros de caza, Ronny Ramírez, poeta, ensayista y narrador dominicano, nos presenta una colección de versos que, desde la simbólica estrechez de un cubículo, denuncia y eleva un lamento y un canto de resistencia ante las tensiones de la modernidad y la fragilidad de la experiencia humana. Podríamos asegurar que con este libro surge además una voz poética para el desencanto contemporáneo y que lo hace con esa mezcla de crítica, belleza y melancolía. Con esta perspectiva, Ramírez aborda temas como la alienación laboral, la deshumanización, la política corrupta y las tensiones emocionales del individuo en una sociedad fragmentada e incluso eleva un canto por los desaparecidos y el miedo que nos invade en la ciudad con sus solitarias noches.

En su obra, Ramírez transforma la experiencia del trabajo burocrático en una metáfora de alienación y deshumanización. Desde este espacio confinado, observa un mundo que se descompone, pero también encuentra destellos de belleza. Al igual que Mario Benedetti en Poemas de la oficina, Ramírez convierte la rutina en materia poética. Sin embargo, mientras Benedetti utiliza la ironía para abordar la monotonía laboral, Ramírez opta por un enfoque más lírico y fantástico, donde las imágenes de mariposas, naufragios y transformaciones corporales revelan un deseo de trascender la opresión del día a día.

El libro está dividido en tres secciones tituladas: «Sueños desde mi cubículo» (de 10 poemas); «Bajo el candor de la ciudad» (con 12 poemas), y «Un poeta contra el fin del mundo» (de 10 poemas), son poemas que fluyen con una coherencia interna que refleja las preocupaciones centrales del autor. Los textos colocados en «Sueños desde mi cubículo», «Arte poética» y «Elegía por el capitán que soñaba» son representativos de esta preocupación. Esta estructura permite al lector transitar entre escenarios cotidianos y metáforas universales convirtiendo cada poema en un microcosmos de experiencias humanas no solo dominicanas, sino universales que pueden pasar en cualquier parte del mundo.

Condeno la noche y sus perros de caza es un libro en el que el autor demuestra una capacidad para la creación de imágenes; desde su cubículo, el poeta, como personaje, es capaz de ver a una mariposa que galopa sobre el lomo de una nube y comanda las nubes para dirigir al viento: «Pero, esta vez, una mariposa ha tomado las riendas del viento.» También sufre una metamorfosis kafkiana cuando dice: «Conozco el terror de amanecer como un parásito.»

Considero que el autor establece un motivo recurrente a lo largo del libro: la lucha contra fuerzas adversas, representadas por cazadores y bestias. Estas imágenes funcionan como metáforas de las presiones sociales, económicas y emocionales que enfrentan los individuos en la modernidad. Desde temprano en el libro, en el poema «Dientes de león», Ronny Ramírez introduce la idea de que la vida es una entidad hostil, un animal de «pellejo duro» que exige sacrificios constantes, como si se tratara de una cacería donde todos luchan por sobrevivir. Este uso del lenguaje violento y visceral en este poema refuerza la idea de que el mundo es un escenario cruel, en el que la lucha no solo es inevitable, sino también desgarradora.

La metáfora del cuchillo para arrancar la piel sugiere que, aunque se otorgan herramientas para enfrentar los desafíos, estas mismas herramientas implican dolor y desgaste. Este es un ejemplo temprano de cómo Ramírez posiciona al ser humano como una figura frágil frente a un entorno implacable, una constante en el libro. En «Deshoras» hay una imagen potentísima que refleja lo dicho: «Pero sé que me volvería a reír si el excelentísimo me llamara/con sangre entre los dientes». Una imagen que bien pudiera ser de un cazador o de una bestia. Y así, a lo largo de la obra, cazadores y bestias emergen sus cabezas y sus dientes, como símbolos del sistema opresivo y los conflictos internos.

Por ejemplo, en «Minuto de silencio», que debo señalar que es para mí el poema que destaca las dotes de narrador del autor, pues nos presenta una especie de cuento convertido en poema para contarnos la historia del personaje de Manolo, el fiel trabajador que «se consagró a su rol de sombra» y que «perseguía como sabueso a las ratas» convertido, por tanto, en un perro de caza, pero Manolo es víctima de un sistema que lo utiliza y lo desecha. Aquí, los cazadores son los poderes que manipulan desde las sombras, mientras las bestias son las dinámicas deshumanizantes del trabajo. Manolo es también un espejo del presente y del futuro para el poeta como personaje.

En «La bella durmiente», una niña es observada por un «animal hambriento». Este poema enfatiza la indefensión y vulnerabilidad frente a depredadores, tanto literales como metafóricos, en un mundo donde lo inocente y puro es constantemente amenazado.

En este universo poético, las bestias no solo representan amenazas externas; también son un reflejo de las luchas internas. El poema «Arte poética» lo ilustra cuando el autor dice que está «lleno de ratas» que gangrenan sus entrañas, convirtiendo al cuerpo en un campo de batalla donde el cazador y la presa coexisten. Ramírez parece sugerir que dentro de cada individuo reside una bestia latente, alimentada por las exigencias del mundo exterior y las contradicciones internas.

Entre los temas principales destacan la alienación y la monotonía laboral como parte de esta declaración contra la desesperanza del ser humano común, del poeta condenado al cubículo desde donde debe ver el mundo. Aquí escribe poemas como «Aniversario» y «Hora del almuerzo», Ramírez captura con precisión el desgaste emocional de los trabajadores atrapados en sistemas burocráticos que despojan al ser humano de su individualidad. Las imágenes de «hígado graso» y «engranaje público» se presentan como símbolos de una rutina que devora lentamente.

Otro tema importante es la crítica social y política. Poemas como «Tiempo electoral» y «Los firmantes» denuncian las promesas vacías y la manipulación política. Aquí, Ramírez evoca a un «candidato de cartón» cuyas acciones no resuelven las necesidades básicas de la población, un comentario mordaz que resuena en contextos locales e internacionales.

Con los temas del duelo y la memoria la obra adquiere una dimensión profundamente personal en poemas como «Elegía por el capitán que soñaba». En este texto el autor utiliza el simbolismo del mar y las estrellas para abordar la pérdida y la inmortalidad de los recuerdos. Esta sección muestra a un Ramírez introspectivo y capaz de encontrar belleza en el dolor.

La poesía como resistencia ante toda rutina deshumanizante es una constante en todo el poemario. En «Arte poética» y «El caballero de medianoche» el autor reflexiona sobre su propio rol como poeta. La escritura, según Ramírez, es tanto un acto de purga como un grito contra la indiferencia del mundo.

Ramírez despliega un lenguaje poético que mezcla lirismo y denuncia. Lo que le permite conectar con el lector a través de imágenes vívidas y metáforas potentes. Su uso del verso libre otorga flexibilidad a sus ideas, mientras que el simbolismo recurrente —el sol, la luna, las flores— dota a los poemas de una dimensión casi mística. Además, la intertextualidad enriquece la lectura, con referencias explícitas a autores como Walt Whitman y Allen Ginsberg, pero también puede verse que en algunos momentos de crítica hay influencia de José Martí, Neruda, Vallejo, Octavio Paz, además de la influencia francesa existencialista y surrealista.

El simbolismo se presenta como un eje central del estilo de Ramírez. Por ejemplo, la mariposa en «Hora del almuerzo» simboliza la fragilidad de los sueños en un mundo que constantemente los aplasta. Asimismo, las imágenes de naufragios, barcos y mareas sugieren tanto el peligro como la posibilidad de redención.

Un poema en el que Ramírez utiliza una estrategia de escritura intertextual y al que le da un efecto de literatura fantástica con una imaginación desbordada es «Una flor en el bolsillo» en el que la intertextualidad también se extiende al universo literario con menciones al libro El señor de los anillos y las cascadas de Milford Sound. Estas referencias no son gratuitas; pues funcionan como símbolos de evasión en los que el hablante-poeta encuentra consuelo en paisajes literarios y naturales que le permiten escapar de la opresiva realidad laboral y social. Esta capacidad de imaginar otros mundos refuerza el carácter fantástico del poema en los que el autor es capaz de llevar al lector a montañas y cascadas en un baño.

El universo poético de Ramírez se encuentra impregnado de una filosofía existencialista. Al igual que Sartre y Camus, el autor enfrenta el absurdo del mundo moderno: un lugar hostil marcado por sistemas opresivos y un vacío emocional. Este absurdo es evidente en poemas como «Dientes de león» en el que describe la vida como «un animal de pellejo duro» y sugiere que las herramientas para enfrentarla también implican dolor y sacrificio. Esta visión resuena con la idea camusiana de la lucha como una forma de encontrar significado en lo absurdo.

El poema «Arte poética» refuerza esta perspectiva mostrando al poeta como alguien que purga sus tormentos internos a través de la escritura. Ramírez, lleno de «ratas» que gangrenan su interior, convierte su dolor en estrellas a través de un proceso de transformación creativa. Esta lucha interna no solo refleja la condición humana, sino también la resistencia inherente al acto poético.

Condeno la noche y sus perros de caza es una obra editada por el también poeta Luis Reynaldo Pérez en Luna Insomne, un libro que entiendo trasciende las barreras culturales y le habla tanto al lector dominicano como al global. La crítica a las estructuras de poder y el lamento por la pérdida de humanidad en un mundo cada vez más mecanizado y deshumanizado son temas universales que encuentran en Ramírez una voz honesta y comprometida.

En el contexto literario dominicano, Ramírez destaca como una figura que equilibra la introspección poética con el comentario social. Su habilidad para transformar experiencias cotidianas en arte lo conecta con una generación de poetas que buscan reflejar las contradicciones de su tiempo sin perder de vista la belleza y la esperanza.

Condeno la noche y sus perros de caza no es solo una colección de poemas; también es un manifiesto que invita a reflexionar sobre las tensiones del mundo contemporáneo. Ronny Ramírez, con su lenguaje preciso y su sensibilidad única, nos recuerda que, incluso en medio del desencanto, la poesía puede ser un acto de resistencia, una brújula hacia la belleza y un refugio para quienes se atreven a cuestionar. Con este libro, Ronny Ramírez se vislumbra como uno de los mejores poetas de su generación.

El lector, como el protagonista de estos poemas, se encuentra en una constante cacería: buscando sobrevivir, encontrar sentido y, quizás, arrancar la piel dura de la vida para descubrir qué yace debajo. 

La metáfora de Sísifo sirve para recordarnos las pruebas que enfrenta el mundo contemporáneo y la manera en cómo el ser humano está dispuesto a aceptarlo y no a evadirlo, al igual que el poeta, que encuentra en este absurdo una forma de libertad, así como Sísifo que abraza su roca o Cristo, que llama a cargar la cruz cada día, metáforas existencialistas y profundamente humanas que permiten entender la vida tal como es, o en palabras de Ramírez: «Hoy naufragas de pie y con calma entre restos de madera que aun resplandecen henchidos de fe». Esta obra es un testimonio de la capacidad del arte para iluminar en las sombras y condenar los perros de caza que persiguen nuestros sueños. Así, Ramírez no solo escribe sobre la noche, la enfrenta, armado con la fuerza eterna de sus palabras de encontrar esos momentos de paz en el valle antes de empezar nueva vez a subir la roca absurda de nuestra vida.

Invito a leer esta obra audaz, potente y que nos permitirá descubrir un autor contemporáneo que se abre paso en la poesía dominicana como un poeta con un futuro promisorio. Invito a sumergirnos en las páginas de su libro para descubrir en cada poema una forma de habitar y resistir en el mundo, aunque sea desde la estrechez de un cubículo de una oficina pública.

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