La desierta ciudad de Líbano donde Israel ha matado al alcalde y destrozado el mercado histórico

En las calles de Nabatiye, a solo 12 kilómetros de Israel, se ven más gatos que personas. No solo porque ya estuviese casi vacía cuando el ejército israelí exhortó hace medio mes a la población a marcharse de inmediato (40.000 habitantes antes de la guerra, la localidad más grande de la fracción de Líbano sobre la que pesa una orden de evacuación), sino porque acaba de vivir su peor bombardeo en dos décadas, tiñendo 15 puntos de la ciudad de color gris del polvo. Pero, aun siendo pocos, quienes quedan en Nabatiye (sobre todo ancianos y pobres con pocas fuerzas y dinero para huir a otras partes del país) sabían que, cada día a las 10.00 de la mañana, podían acudir a un edificio municipal a recibir gratis la comida, agua y medicamentos básicos que antes compraban en los comercios (hoy cerrados) o el mercado (reventado por cuatro misiles).

Este jueves, una hora antes de la entrega, la aviación israelí lanzó una serie de bombardeos que coronaron Nabatiye, casi simultáneamente, de columnas de humo. Uno, directo contra ese edificio municipal, durante una reunión de la célula de crisis para analizar las necesidades de vecinos y desplazados. El misil mató a 16 personas: el alcalde, siete trabajadores municipales (un concejal, el responsable de medios…), cuatro empleados de los servicios de emergencia y cuatro vecinos que se disponían a recoger la ayuda o pasaron por el lugar equivocado en el momento equivocado.

Es el primer ataque directo de la guerra contra la sede de una autoridad civil de Gobierno en Líbano, pero el ejército israelí emitió un comunicado genérico: “La aviación ha golpeado decenas de objetivos terroristas de Hezbolá en la zona de Nabatiye que incluyen sitios de infraestructura terrorista, centros de mando de Hezbolá e instalaciones de almacenamiento de armas, colocadas por Hezbolá junto a infraestructura civil, usando a la población civil como escudo humano”.

Mohammad Shbib sobrevivió al ataque —está bien: ni siquiera cuenta entre los 52 heridos— y lo cuenta junto a los escombros. Trabaja como guarda de seguridad y cuenta que la explosión le pilló tomando café justo al lado. “Es como si, de repente, [la onda explosiva] me propulsase”, cuenta. “Me levanté y escuché a la gente gritando ¡Socorro! ¡Ayuda! Aquí nos conocemos todos, así que reconocía algunas de las voces”.

Primero, sube las escaleras hacia la parte superior del edificio, que servía como almacén de la ayuda, para ilustrar cómo, dos horas antes de la caída del misil, él mismo estaba ayudando al alcalde y su hijo a cargar las cosas. A continuación saca los pañales que se iban a distribuir de un vehículo dañado. No parece rabioso. Solo quiere enseñarlo. “Esta furgoneta y esa otra de allí estaban en llamas. ¿Has visto la película Rambo? Así me sentía, como si estuviese dentro de esa película. Solo ahora creo haber recuperado la audición desde entonces”, asegura.

24 horas más tarde, no hacía falta buscar pistas en lo más profundo de los escombros. Se presentaban a cada paso, como los listados municipales desperdigados por el suelo (turnos de limpieza, guardias policiales, un antiguo informe urbanístico…). Hay imágenes de esos momentos previos a que, a ojos de Shbib, Nabatiye se convirtiese en el Vietnam de Rambo. Menos de una hora antes, el alcalde, Ahmad Kahil, se había grabado embalando panes de pita en cajas para repartir entre quienes quedan en el ámbito municipal, que las autoridades calculan en algunos pueblos en torno al 3% o 4% de la población.

“Fue horrible”, recuerda en el hospital en la ciudad del Socorro Popular Libanés su director médico, Shafi Fouani. “Todas las ambulancias llegaban, descargaban heridos y volvían de seguido. Además, teníamos que ir derivando a otros hospitales a quienes podíamos, porque en estas situaciones necesitas liberar camas por si hay otro ataque”.

Ambulancias camino de los hospitales

En la carretera desde la costa, los coches se cuentan con los dedos de las manos. Ya dentro de Nabatiye se ve solo algunas ambulancias camino a los hospitales, un par de coches de policía, otro particular y alguna moto solitaria. Se escuchan y ven de fondo bombardeos, más al sur. Y de pronto, el silbido de los cohetes lanzados en la otra dirección: hacia Israel.

De mayoría chií, pero con una importante minoría melquita, las banderas contienen loas a Hussein (el nieto de Mahoma, venerado en el islam chií) o a Hezbolá. Un inmenso cartel de Imad Mugniye (el alto mando de Hezbolá asesinado con un coche bomba en Damasco en 2008 en una operación conjunta de los servicios de inteligencia de Israel y EE UU) cubre una fachada entera.

Casi nadie se atreve a venir: el portavoz del ejército israelí en lengua árabe, Avijai Adree, ha exhortado a los civiles a dirigirse al norte del río Awali, entre 60 y 90 kilómetros de la Línea Azul (la divisoria con Israel). También ha dejado claro que abrirán fuego contra los vehículos sospechosos al sur del río Litani, que marca el límite de la zona de operaciones de los cascos azules, donde Israel lleva a cabo su incursión terrestre, y les ha llamado a limitar sus movimientos: “Tened cuidado, no tenéis permitido ir hacia el sur. Puede poner vuestras vidas en peligro”. Nabatiye está entre ambos ríos, a apenas cuatro kilómetros del Litani por el sur y el este.

Da igual cuán larga sea la calle: no se distingue un solo comercio abierto. Solo en partes menos expuestas, y rastreando, aparece algún colmado que tira de lo que tenía. Necesitan aprovisionarse en ciudades más grandes, como Sidón o Beirut. Un vecino anciano aprovecha que vienen periodistas para pedir que le traigan bolsas grandes de pan.

Importa más el estado físico que el cargo. Quien puede echa una mano a los que no se valen por sí mismo, como las familias que permanecen encerradas en sus casas o el único vecino que se mueve por las calles: un anciano con dos muletas para andar y una aparente discapacidad intelectual.

La muerte del alcalde —y las circunstancias en las que se produjo— han sido la gota más gorda de las que vienen llenando el vaso en Nabatiye. “Instalaciones médicas, mezquitas, mercados históricos, complejos residenciales y, ahora, edificios gubernamentales están siendo reducidos a escombros”, indicó el coordinador humanitario para Líbano, Imran Riza, en un comunicado.

Apenas tres días antes, Israel lanzó cuatro misiles sobre el alma de la ciudad: su histórico mercado. Data de 1910, de época otomana, y los escombros ocupan hoy dos manzanas enteras. Los servicios de emergencias combatieron el fuego en 12 edificios residenciales y 40 tiendas, según informaron en un comunicado.

Verduras y frutas, sin vendedores

Aún sale humo de los pequeños incendios entre los escombros. En un puesto callejero abandonado, las verduras y frutas siguen expuestas para los clientes, ahora cubiertas de polvo y sin vendedor. El bombardeo ha dañado también el acceso a la tumba de uno de los hijos predilectos de la ciudad, Hassan Kamel Al-Sabbah, un inventor que hizo carrera en Estados Unidos y cuyo nombre probablemente no sea más conocido por sus orígenes y su prematura muerte, en un accidente de tráfico en Nueva York sucedido en 1935.

La sucesión de ataques sobre Nabatiye ha llevado al primer ministro libanés, Nayib Mikati, que justo acaba de tener una enganchada diplomática con Irán, patrón de Hezbolá, a acusar a la comunidad internacional de “alentar con su silencio” al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, tras el “ataque intencionado contra una reunión municipal”. “Si todas las naciones del mundo son impotentes para detener la flagrante agresión contra el pueblo libanés, ¿tiene sentido recurrir al Consejo de Seguridad de la ONU para exigir un alto el fuego? ¿Qué puede disuadir de sus crímenes al enemigo, que incluso ha llegado a atacar a las fuerzas de mantenimiento de la paz [de la ONU, Unifil] en el sur? ¿Y qué solución se puede esperar en estas circunstancias?”.

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