Un encuentro con Corinne Drewery

Un encuentro con Corinne Drewery

Al escuchar una música como ésta no queda más remedio que pronunciar que se está ante una obra maestra. Decía alguien «amigo del rock» que la gente no quiere entender que se trata de entrar en otras versiones musicales. Como en una ocasión en el bar más reconocido de la ciudad, hay algo en la creación que va más allá de lo que piensas. Como hubiera dicho un miembro del Harpsichord de Londres, no siempre hubo los instrumentos que nos dieron las más disímiles sinfonías. El concepto de modernidad musical es interpretado desde numerosas acepciones y podemos decir que se enmarca en consideraciones músico-ideológicas.

Como ocurre en temas inmortales, las variantes no se agotan en unas cuantas páginas. Pero quiero traer a colación por qué razón soy tan fanático de Corinne Drewery, una artista a cuerpo completo (Nothingham, Inglaterra, 1959).

Había afirmado que la música de Corinne me había atravesado el alma (seamos melancólicos, y románticos), pero lo cierto es que su música se entiende con el alma en medio de un bar de comensales concentrados en hábiles conversaciones.

Como el caso de las citas esperadas, cuando accedes a Swing Out Sister, entiendes algo que ocurre muy a menudo. Uno se encuentra en el bar y de repente suena un artista que uno ignora: uno se pone a meditar por qué razón no sabe uno de quién se trata, y luego se intenta preguntarle al que pone la música y para esto se debe levantar uno de la mesa y dejar a los comensales solos por un momento. Y lo que ocurre es que la música es una herencia del género humano que está en Paris, Londres o New York, o en un suburbio en Nueva Orleans, en un jardín japonés o un apartamento en Viena.

Pueden argumentar los conocedores del tema que existen las personas que son mas musicales que otras. Gente como quien esto escribe que no puede hacer casi nada sin música, o que prefiere la música como compañía en una gran parte del día. Pero Corinne –cantante, compositora, diseñadora de moda– no estaba ese día sino para que la detectara y me diera cuenta que tendría que entender su música, su canto y su manera de ver el mundo («my imagination set me free»), que, como en el caso de los más grandes músicos, es de plena dedicación a su arte.  

Es casi imposible rastrear todo lo que ocurre en el arte musical de una época. Una persona no podría tener en su nómina de discos, todo lo que se está produciendo en un momento determinado. Pero esto no quiere decir que se trata de una pérdida de tiempo. Uno se levanta y dice que quiere oír ese día algo de Brahms y lo logra porque ahora las plataformas permiten acceder a la música del músico del compositor sin tener que comprar viejas colecciones de cidis o vinilos de reconocidas casas.

Lo cierto es que uno ha comprendido que la música de Brahms es vasta; por esta razón, uno intenta que lo que vaya a escuchar sea algo determinante como ocurre con otras misiones vitales. Como diría un fanático de Motley Crue, cuando se intenta llegar al fondo de todo esto uno siempre sale rejuvenecido en términos musicales.

La misión de un melómano no es tener todo lo que sale en un momento pero cuesta no admitir que la función del mercado es una de las «axiomáticas lecciones» que tenemos en función de lo que ocurre en términos de calidad. Hay mucho que discutir sobre esto: no todo lo que triunfa en el mercado es lo mejor, pero tampoco podemos negar que la misión de la Billboard, por ejemplo al darnos los más exitosos de los músicos del rock, es una misión específica pero tampoco quiere decir que se trate del canon de la época, aunque el que intenta conocerlo todo empieza –digámoslo sin ambages– por tantear lo que observa en el mercado.

Lo que me sucedió con Corinne es mágico. En una tarde determinada, había dado una entrevista en New York y me enteré que en su crónica no existía todo lo que sería dable esperar en el mundo de los «números unos». Los charts que daban a Corinne como la gran artista que es, cronometran otras variantes epocales, pero los países (a esos es que vamos, ahora con el asunto de la tecnología y de la mundialización del arte), tienen el acceso a la gran mayoría de los artistas que vemos en una determinada onda musical. No son desconocidos que están en un momento de salida de su carrera, y aquí entra todo el tema del filtro musical en base al talento de los artistas. No todo el que saca un cidi –muchas veces comprado en términos de la producción– terminará por ser el gran invento o el gran descubrimiento que todos sabemos que se manifiesta en el caso de otros artistas.

Me pareció que la música de Breakout (la pista está en el disco de 1988 It´s better to travel), me lanzaba por un descubrimiento que no tenía comparaciones. La música de Corinne no había llegado sino porque sí («la vida no era como la habíamos planeado»), y es de entender lo que ocurre con los salvíficos momentos relatados por los videos, donde sale ella en Swing Out Sister pero en «tiempos lejanos» en términos londinenses, durante el reinado de Real Life, en los ochentas y los inicios de los 90´s. Me gusta que Corinne sea tan natural –es modista y luce genial en todos sus videos–  y la expresión de su canción es tan perfecta como demuestran que también son los discos de ´Surrender´, y ´Waiting Game´, que nos dejaron de una sola pieza. Pero el caso es que van ya más de diez años en que la relación con Corinne ha aumentado desde la partitura y la lógica del fan que se nutre con las aspiraciones que tiene uno de que haga el tema de James Bond.

Lo que ocurre con los Swing Out Sister, con algunas canciones femeninas como ´Am I the same Girl?´, son «abismos cruzables». Uno piensa mucho en los Fine Young Cannibals, (la realización Pop de éxitos), pero también uno entiende que lo que proponen algunos admiradores de The Killers, tiene razón de ser en medio de las más connotadas misiones musicales. Lo cierto es que en Corinne se dieron todas esas misiones que uno no solo vio en el festival de Jazz de Java sino que interpreta uno como sucesión de grandes acontecimientos musicales. El Hangover de New York, pero la noticia pérdida del cumpleaños de Andy Connell en una interpretación para la memoria de la forma de cantar de la artista que da la impresión de acceso a un mundo de interpretaciones veloces y excelsas.

Lo mismo que uno piensa cuando intenta conocer otras interpretaciones y de otros intérpretes que tienen toda la misión paras comprender un tiempo en que no estuvimos con la edad o con el nivel de acceso a producciones verdaderamente corroborables desde más allá de la Billboard o de las plataformas modernas de Soundcloud, Spotify o iTunes. La música ha ido más allá en este momento y nos permite comprender como uno accede y como se definen las misiones en un tiempo de grandes descubrimientos.

El autor es mercadólogo, escritor y melómano nacido en 1974.  

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