Israel en Líbano, mejor sin testigos
Cuando las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) cometen un acto contrario al derecho internacional, como los recientes ataques al cuartel general de Unifil y a varios de sus puestos de observación en la Línea Azul (la frontera entre Israel y Líbano), se pone en marcha una secuencia de actos que, de tan gastada, resulta inevitablemente aburrida (además de inservible). Israel se limita a anunciar que pone en marcha una investigación interna para aclarar lo sucedido, sabiendo de antemano que terminará argumentando que se trata de un trágico error. La ONU opta por condenar los ataques, sin posibilidad de ir más allá porque Washington hará lo necesario para evitar algún revés a su principal aliado en la región. Y algunos gobiernos, como los de España, Francia e Italia en este caso, llaman a capítulo al embajador israelí en sus capitales, sin atreverse a retirar a los suyos propios de Tel Aviv y menos aún a replantear sus relaciones con quien lleva demasiado tiempo burlando sin coste alguno las normas más básicas del derecho internacional.
Lo único que queda ante ese panorama, para evitar al menos que nos hagan tragar con ruedas de molino, es volver a insistir en que lo ocurrido es cualquier cosa menos un error. Israel conoce con exactitud la ubicación de las instalaciones y de los movimientos de los efectivos de Unifil, dado que la fuerza internacional de paz se encarga (por su propia seguridad) de informar puntualmente a las FDI de tal extremo. Por su parte, Israel dispone de protocolos de actuación y de tecnología suficiente para que las unidades que están combatiendo en Líbano sepan con precisión absoluta dónde están en cada momento los cascos azules y lo que tienen a cada instante al alcance de sus armas. Lo único racional que se extrae de esa conocida realidad es que las FDI no han disparado equivocadamente contra Unifil (es decir, contra la ONU), sino que, como tantas otras veces antes en Líbano, lo han hecho de manera deliberada para librarse de testigos incómodos.
Nada nuevo, en definitiva, para un Gobierno decidido abiertamente a instaurar un nuevo orden regional. Por lo que respecta a Líbano, eso supone al menos limpiar a su antojo los 800 kilómetros cuadrados que hay entre la frontera común y el río Litani, donde se encuentra desplegado el grueso de los efectivos de Hezbolá. En los escasos días transcurridos desde el arranque de la nueva invasión, las FDI ya han podido comprobar que, aunque Hezbolá está política y militarmente muy tocada, conserva capacidad y voluntad de combate y que, por tanto, su operación Flechas del Norte no va a ser un paseo militar. Israel calcula que vencer la resistencia que le van a oponer unos combatientes que conocen el terreno mejor que el invasor y que llevan años preparándose para este choque en los plazos previstos (antes de que la presión de mantener tantos frentes abiertos simultáneamente le pase factura) solo podrá ser posible si, una vez más, va más allá de lo que determina el derecho de la guerra.
La opacidad —que, como vemos en Gaza, incluye matar periodistas o, al menos, impedirles el acceso a las zonas de combate— se convierte así en una condición fundamental para poder acelerar el ritmo del avance sin tener que reparar en consideraciones humanitarias o simplemente propias de la manera en la que se supone que debe comportarse quien dice ser el ejército más moral del planeta.
Solo cabe esperar que la presión israelí no termine por derivar en una retirada de Unifil. Supondría hacerle aun más el juego a Israel y arruinar por completo lo poco que queda de dignidad internacional.