Huracanes
El huracán Milton es solo el más reciente recordatorio de que el cambio climático está alterando nuestras vidas de manera catastrófica. Florida, que apenas se recupera del devastador paso de Helene, ahora se enfrenta al impacto de otro monstruo meteorológico. En un lapso de dos semanas, más de 200 personas han muerto, millones han perdido sus hogares, y el impacto económico y emocional es incalculable. Y no, estos no son eventos aislados ni aleatorios.
La ciencia es clara: el calentamiento global, impulsado por la quema de combustibles fósiles y la deforestación, está aumentando la frecuencia y la intensidad de estos desastres. Antes, un huracán de la magnitud de Helene se esperaba cada 130 años en la región; ahora, la probabilidad ha disminuido a un evento cada 53 años, y cuidado. El mar está más cálido, alimentando la fuerza destructora de estos ciclones. Milton, con su intensificación explosiva de 143 km/h en menos de 24 horas, es el ejemplo más reciente de cómo el clima está fuera de control.
Lo más preocupante es que seguimos sin una respuesta política acorde a la gravedad de la crisis. Los líderes mundiales debaten, pero las acciones concretas son mínimas o inexistentes. En tanto, las temperaturas del mar en el Golfo de México, unos 2 °C por encima de lo normal, seguirán proporcionando el combustible perfecto para más huracanes que amenazarán no solo la vida de los residentes de Florida, sino también la estabilidad de todo el planeta.
Lo que estamos presenciando no es solo la furia de la naturaleza, sino el resultado directo de nuestras decisiones como humanidad. ¿Cuántas vidas más se perderán antes de que tomemos medidas reales? Necesitamos un cambio radical, y lo necesitamos ya. El tiempo se ha acabado y cada huracán que llega es un recordatorio brutal de que hemos cruzado un umbral demasiado peligroso. La pregunta es: ¿reaccionaremos antes de que estemos definitivamente condenados? Yo creo que no lo haremos.