Las críticas a la guerra de Gaza llevan la relación entre España e Israel a su momento más crítico
Aunque hace meses que tiene concedido el plácet, el nuevo embajador de Israel en España, el diplomático Zvi Vapni, aún no se ha incorporado a su puesto y nadie sabe cuándo lo hará. La jefatura de la Embajada israelí en Madrid está vacante desde que, en mayo pasado, el Gobierno de Benjamín Netanyahu llamara a consultas a su antecesora, Rodica Radian-Gordon, en protesta por el reconocimiento del Estado palestino por parte de España, que calificó como “una recompensa a los asesinos de Hamás” e ilustró con un vídeo en el que mezclaba imágenes de una parodia de baile flamenco con otras reales de los ataques terroristas del 7 de octubre. Las descalificaciones y palabras gruesas evidencian la irritación de las autoridades israelíes ante las críticas del Gobierno español a sus bombardeos indiscriminados sobre Gaza y el deterioro de una relación bilateral que atraviesa su peor momento desde que España reconoció a Israel, en 1986.
No es la primera vez que Israel retira a su máximo representante diplomático en España. Ya lo hizo el pasado 30 de noviembre, aunque ahora su ausencia se prolonga cinco meses y entonces la embajadora regresó al cabo de poco más de un mes. Lo que en esa ocasión molestó a Netanyahu fue que el presidente Pedro Sánchez expresara “francas dudas” de que el ejército israelí estuviera respetando el derecho internacional en su ofensiva sobre la Franja. Lo hizo durante su visita al paso fronterizo de Rafah entre Gaza y Egipto, acompañado por el primer ministro belga, Alexander De Croo, y lo reiteró a su regreso a España. Esas palabras parecen hoy comedidas, pero entonces casi nadie cuestionaba la proporcionalidad de la respuesta de Israel a los crímenes perpetrados por Hamás semanas antes.
Desde el principio, señalan fuentes diplomáticas europeas, Netanyahu planteó la disyuntiva: “O estás conmigo o contra mí”. Y acusó a quienes se atrevieran a criticar su estrategia de alinearse con sus enemigos. Sin embargo, a medida que se fue conociendo la magnitud de la catástrofe humanitaria provocada por los bombardeos israelíes, los miembros del Gobierno español fueron elevando el tono de sus denuncias. Y no solo los ministros del socio minoritario, primero Podemos y luego Sumar.
La ministra de Defensa, Margarita Robles, llegó a hablar de “genocidio”, una palabra que evitó cuidadosamente su compañero de Exteriores, José Manuel Albares. Pero, más allá de las palabras, lo que ha molestado a Israel han sido, sobre todo, los hechos: en junio, España anunciaba su personación en la causa abierta en el Tribunal Internacional de Justicia, la máxima instancia judicial de la ONU, tras la denuncia por genocidio en Gaza presentada por Sudáfrica.
Mientras otros gobiernos dudaban o quedaban paralizados por el peso de su historia, como el alemán, el español se convertía en el adelantado de la causa palestina en la UE. Sánchez realizó varias giras por capitales europeas para intentar ahormar un grupo de países dispuestos a dar juntos el paso de reconocer al Estado palestino. El efecto dominó no se produjo, al menos no con el alcance esperado. Finalmente, solo tres se unieron: Irlanda, Noruega y Eslovenia. Pero este goteo eleva a casi tres cuartas partes de los miembros de la ONU (144 de 193) el número de países que lo reconocen.
Este liderazgo hizo que España ganase popularidad en el mundo árabe, mientras Israel lo incluyó en su particular lista negra. El ministro de la Diáspora, Amichai Chikli, que acudió en mayo pasado a Madrid para participar en un mitin preelectoral de Vox ―el mismo donde el presidente argentino, Javier Milei, tachó de “corrupta” a la esposa de Sánchez—, responsabilizó al presidente español de alargar el sufrimiento de la población gazatí por dar alas a Hamás.
El Gobierno español, junto al irlandés, planteó la suspensión del acuerdo de asociación entre la UE e Israel por la vulneración de los derechos humanos en Gaza, pero la petición quedó aparcada a la espera de una reunión de los Veintisiete con el ministro israelí de Exteriores, Israel Katz, que sigue todavía sin fecha. La apuesta por celebrar una conferencia internacional de paz sobre la base de la coexistencia de dos Estados, uno israelí y otro palestino, conviviendo en paz y seguridad, fue resucitada por la diplomacia española y obtuvo el respaldo de la UE, la Liga Árabe y la Conferencia Islámica, pero cayó en saco roto ante el desdén israelí y la debilidad del presidente estadounidense, Joe Biden, en la recta final de su mandato.
Albares aseguró que no se habían concedido nuevas autorizaciones de exportación de material militar a Israel desde el 7 de octubre, aunque varias ONG denunciaron que no se habían suspendido las otorgadas con anterioridad. Fue, en todo caso, una medida unilateral, ante la incapacidad de la UE para decretar un embargo. La mera sugerencia de que se corte el suministro de armamento a Israel, planteada por el presidente francés, Emmanuel Macron, el pasado sábado, provocó una airada reacción de Netanyahu.
El protagonismo asumido por el Gobierno español en la defensa del pueblo palestino ―España fue uno de los primeros países en pedir un “alto el fuego permanente” para facilitar la ayuda a la población de la Franja, cuando la mayoría de sus socios occidentales solo hablaban de “pausas humanitarias”— ha abierto un abismo de desconfianza entre ambos países.
El último episodio de este desencuentro ha sido la celebración la semana pasada en Madrid de la conferencia anual del movimiento Masar Badil, que aboga por la destrucción del Estado de Israel y celebra la “gloriosa” jornada del 7 octubre del año pasado, en la que fueron asesinados 1.200 israelíes y secuestrados 251. El Ministerio de Exteriores israelí ha llegado a acusar a España de haberse “convertido en un paraíso para sembrar el odio e incitar a la destrucción de Israel”, unas palabras que están “fuera de lugar” para Albares, quien ha instado a las autoridades israelíes a acudir a la Fiscalía si creen que se ha producido un delito de odio.
En este clima de frialdad y recelo, fuentes diplomáticas dan por descontado que Israel volverá a dejar su silla vacía en la cumbre ministerial que el próximo día 28 celebra en Barcelona la Unión por el Mediterráneo (UPM), el único foro internacional más allá de la ONU en el que sientan juntos a Israel y los países árabes. Por ahora no lo han confirmado.