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En el diccionario no tienen cabida las personas ni las cosas

En el diccionario no tienen cabida las personas ni las cosas

En el diccionario no tienen cabida las personas ni las cosas

Hace unos meses la prensa se hizo eco de la noticia de que Larousse había incluido a Beyoncé en el diccionario francés. El titular de nuestro Diario Libre rezaba así: «Beyoncé es incluida entre las nuevas palabras del diccionario francés».

En España el periódico El País seguía la misma línea: «Beyoncé, incluida entre las 150 nuevas palabras del diccionario francés». Hablemos hoy de diccionarios, enciclopedias y nombres propios para descubrir por qué estos titulares no nos cuentan apropiadamente la realidad.

Empecemos por entrar en el meollo de la noticia. La editorial Larousse anunció la lista de las ciento cincuenta nuevas entradas de su enciclopedia, que no de su diccionario. La diferencia bien vale que nos detengamos un momento.

Una enciclopedia, como nos define el Diccionario de la lengua española, es una obra en la que se recogen informaciones de muy diversos campos del saber y de las actividades humanas.

Sus artículos, generalmente ordenados alfabéticamente como en los diccionarios, nos hablan de la realidad, de qué son las cosas y las personas.

Al hilo de los titulares de prensa, desde este año, si consultamos la enciclopedia francesa de Larousse podremos buscar la entrada dedicada a Beyoncé y saber más acerca de su vida y de su carrera. Junto a ella, unas cuarenta personalidades que la editorial ha considerado vinculadas a la francofonía.

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En el diccionario, en cambio, no tienen cabida las personas ni las cosas. En el diccionario solo tienen cabida las palabras. El matiz es sutil, como en casi todo lo relacionado con la lengua, pero muy importante.

La enciclopedia nos habla de la amapola y el diccionario nos habla de la palabra amapola.

Por eso un diccionario nunca nos hablará de Beyoncé, a menos que su nombre propio llegue a transformarse en una palabra común, como les sucedió a quijote (´hombre que, como el héroe cervantino, antepone sus ideales a su conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas´) o a celestina (por alusión a Celestina, personaje de la Tragicomedia  de Calisto y Melibea, ´alcahueta, mujer que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita´).

Un nombre propio como tal aparece en el diccionario para facilitar la  localización de una expresión que lo contenga. Linda tal vez no tenga la notoriedad de Beyoncé, pero aparece en el Diccionario del español dominicano para ayudarnos a encontrar la expresión ver a Linda ´ganar, conseguir algo que está en juego´.

El piloto Charles Lindbergh está incluido en las enciclopedias, pero en nuestro diccionario solo se registra para localizar la expresión más perdido que el hijo de Lindbergh ´desorientado, desubicado, que desconoce acerca de lo que dice o hace´. 

Así mismo, la presencia de la fértil Bonao en el diccionario solo se justifica para remitir a la expresión saber algo hasta los chinos de Bonao ´ser sobradamente conocido o fácil de entender´.

Desde hoy el porqué los nombres propios no son cosa de diccionarios lo saben hasta los chinos de Bonao.

María José Rincón González, filóloga y lexicógrafa. Apasionada de las palabras, también desde la letra Zeta de la Academia Dominicana de la Lengua.

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