La batalla entre Kamala Harris y Donald Trump se encona a un mes de las elecciones
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2024 se han convertido en una película de acción y suspense en la que la intriga sobre el desenlace se mantiene completamente viva tras varios giros de guion inesperados. Aún falta un mes de metraje hasta el día de la votación y la narrativa parece algo estancada. A falta de novedades de calado y ante el empate técnico a que apuntan las encuestas, los dos candidatos a la presidencia, el republicano Donald Trump y la demócrata Kamala Harris, batallan sin descanso en los siete Estados que tienen las llaves de la Casa Blanca. Los ataques arrecian. Trump chapotea en el barro de los insultos y las mentiras incesantes, mientras Kamala Harris entra también en el terreno de las descalificaciones personales con la ayuda de los republicanos que reniegan del expresidente.
Tras el debate de esta semana entre los candidatos a vicepresidente, no hay ninguna fecha especialmente señalada en la agenda hasta el propio día de la votación, el 5 de noviembre, el martes siguiente al primer lunes del mes, como manda la Constitución. Lo que queda por delante es una carrera de fondo cargada de mítines y un bombardeo publicitario sin precedentes, pues las campañas de ambos candidatos tienen las alforjas llenas.
La campaña ha estado plagada de sorpresas que han dado un vuelco a las expectativas. El presidente, Joe Biden, en su búsqueda de la reelección, pensó que una buena actuación en un debate madrugador contra Trump podría despejar las dudas sobre su capacidad de estar al frente del país cuatro años más, pese a que renovaría el cargo con 82 años. Fracasó estrepitosamente. Cuando pasó de la fase de negación a la de aceptación, cedió el testigo a Kamala Harris, la primera candidata presidencial de uno de los dos grandes partidos desde 1968 que fue coronada candidata sin haber participado en las primarias. Harris insufló aire fresco y llenó de entusiasmo a la campaña demócrata.
Enfrente, Donald Trump ha sufrido dos intentos de acabar con su vida. En el primero, en Butler (Pensilvania), se libró de ser asesinado por cuestión de centímetros. En el segundo, en su club de golf en Florida, no llegó a correr peligro inminente. Trump habló de cómo vivió el atentado que le hirió en una oreja en el discurso de aceptación la convención republicana y aseguró que no volvería a hablar de ello. No ha dejado de hacerlo. Este sábado, de hecho, vuelve a la escena del crimen para dar un mitin exactamente en el mismo sitio en que fue tiroteado y estará acompañado por el hombre más rico del mundo, Elon Musk.
Cruce de insultos
Trump y Harris se han saludado solo una vez, en el debate que les enfrentó el 10 de septiembre y que se saldó con victoria de la demócrata. El expresidente se ha negado a participar en nuevos cara a cara, así que el duelo entre ambos se produce a distancia. Trump ha descendido al terreno del insulto: “El corrupto Joe Biden se convirtió en un deficiente mental. Triste. Pero la mentirosa Kamala Harris, sinceramente, creo que nació así. A Kamala le pasa algo. Y no sé lo que es, pero definitivamente le ocurre algo, todo el mundo lo sabe”, dijo el fin de semana pasado en Erie (Pensilvania). Además, ha tratado de politizar con mentiras sobre Biden y Harris la respuesta ante el huracán Helene, que ha dejado al menos 215 muertos.
Harris, por su parte, ha descalificado a Trump como alguien que “violó el juramento de defender la Constitución”, en referencia a su negativa a aceptar su derrota de 2020 y al asalto al Capitolio. Para ello contó el jueves como invitada con la excongresista Liz Cheney en un mitin en Ripon (Pensilvania), el lugar de nacimiento del Partido Republicano. Fue la republicana la que asumió el trabajo sucio del insulto al llamar a Trump “mezquino, vengativo y cruel”.
En medio de esa polarización extrema, el expresidente juega la baza de la xenofobia, el racismo y el miedo, culpando a la inmigración de todos los males. Los republicanos también insisten en la inflación y en la supuesta amenaza que representa Harris para la economía, el asunto al que los votantes conceden mayor importancia. Trump describe de forma apocalíptica un país que se hunde, con una invasión continua de inmigrantes ilegales que convierten a las ciudades en un infierno de inseguridad.
Los acontecimientos, en realidad, están jugando en su contra. Los cruces en la frontera han caído drásticamente con las últimas medidas aprobadas por el Gobierno de Joe Biden. Y en la economía, aunque las subidas de los precios a lo largo de los últimos cuatro años pesan en el ánimo de los ciudadanos, las elecciones llegan en un momento dulce. En septiembre se crearon 254.000 empleos y el paro se redujo al 4,1%, ahuyentando una vez más el fantasma de una recesión. La inflación ha caído al 2,5% y los salarios llevan muchos meses ganando poder adquisitivo. La Reserva Federal ha empezado a bajar los tipos de interés, el gasto de los consumidores sigue pujante y la economía crece de una forma saludable. Incluso la amenaza de una larga huelga de estibadores que estrangulase la cadena de suministros se ha evaporado.
Lo que se ha complicado es la situación internacional, con las guerras de Ucrania, Israel y el Líbano. Los árabes americanos siguen indignados por el apoyo del Gobierno de Biden a Israel y no está claro que Harris pueda librarse de un voto ―o abstención— de castigo, especialmente en Míchigan, uno de los Estados clave en los que la diferencia en las encuestas es estrecha.
Los politólogos se suelen referir a la “sorpresa de octubre” como un acontecimiento o revelación imprevista que surge cuando queda poco para las elecciones y puede cambiar el curso de la campaña. Este año, sin embargo, tras las sorpresas para la historia de junio, julio, agosto y septiembre, el listón está muy alto. El mes ha empezado con el raro apoyo de Melania Trump, la mujer del candidato, al aborto y con la difusión de un demoledor informe de la fiscalía con nuevas pruebas sobre los “desesperados” intentos de Trump de robar las elecciones de 2020. Los votantes, sin embargo, parecen curados de espanto y el republicano, primer delincuente convicto con posibilidades de ser elegido presidente, ha logrado despejar su agenda judicial hasta después de las elecciones.
Cualquiera que sea el ganador, hará historia, bien como el primer presidente que recupera el cargo tras haberlo perdido desde Grover Cleveland en 1892 o bien como la primera mujer ―además negra— que ocupa el Despacho Oval desde la fundación del país, aunque no haya hecho ni de su raza ni de su sexo un asunto de campaña. Ambos candidatos se presentan como agentes del cambio, pero los dos han tenido ya en distinto grado la responsabilidad de Gobierno.
Tras la frenética acción del verano, la trama de la película electoral avanza ahora lentamente. El hilo argumental se repite y las encuestas están casi congeladas. Conceden una victoria en el voto popular a la demócrata, pero no son concluyentes en el colegio electoral, el que elige al presidente. Lo que mantiene en vilo a los espectadores es el suspense, que no se resolverá, como mínimo, hasta la semana de las elecciones, sin que quepa descartar alguna escena poscréditos.