La amenaza israelí planea sobre la poderosa industria petrolera de Irán
La irrupción de Irán en la guerra abierta en Oriente Próximo abre un enorme abanico de posibilidades de hacia dónde puede evolucionar el conflicto. La primera y más preocupante en lo económico es que, en respuesta, Israel lance un ataque sobre infraestructuras clave en la hoy engrasada cadena de exportación de petróleo iraní. Esa opción, adelantada el miércoles por el medio digital estadounidense Axios, no solo dañaría la principal vía de ingresos del régimen: también añadiría un punto más de presión sobre el precio del petróleo, que encadena ya cinco jornadas consecutivas al alza. Obligaría, además, a otros grandes países productores del Golfo a poner más crudo en el mercado para compensarlo. Y muy probablemente arrastraría a Teherán a una respuesta mucho mayor que el contenido ataque del martes, que causó un muerto y apenas dejó daños.
El peso de la industria petrolera iraní ronda el 20% de su producto interior bruto. Es, además, su mayor fuente de reservas y, en palabras de Viktor Katona, jefe de análisis petrolero de la consultora Kpler, también el eslabón “más frágil” de su engranaje económico. “De ahí que pueda ser objetivo de Israel, sobre todo los puertos”, subraya por correo electrónico. La gran mayoría de las exportaciones fósiles del país se canaliza a través de una única terminal marítima: la de la isla de Jark, en el golfo Pérsico. “Un ataque sobre las refinerías, en cambio, es poco probable que tuviera un gran impacto”, aquilata Katona.
El grueso de los pozos petroleros iraníes se encuentra en el suroeste de Irán, cerca de las fronteras con Irak y Kuwait, una de las subregiones más ricas en crudo del planeta, y a un paso de Masjed Suleiman, el primer yacimiento descubierto en el país hace algo más de un siglo. Las refinerías, en cambio, están mucho más distribuidas por su vasta geografía (1,6 millones de kilómetros cuadrados, el triple que España), con importantes instalaciones cerca de la capital, Teherán, y del mar Caspio.
Reciente recuperación
Aunque lastrado por las sanciones y por un déficit inversor que viene de largo, el peso de Irán en el bazar petrolero mundial (cercano al 4%) ha recuperado parte de su vigor en los últimos años, en especial tras la invasión rusa de Ucrania, que ha abierto un nuevo e importante mercado para su producción. Pese a las sanciones occidentales, que siguen en vigor, sus exportaciones rondan hoy los 3,2 millones de barriles diarios, apenas medio millón por debajo de su capacidad potencial. Es, en suma, el tercer mayor productor de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), tras Arabia Saudí e Irak, y el séptimo del mundo.
El sector petrolero iraní depende en gran medida de las compras de países que no reconocen las sanciones estadounidenses. Sobre todo China, de largo su mayor socio, con un peso cercano al 95% del total y que “enfurecería en caso de ataque israelí”, subraya Katona. No solo porque Pekín vería mermado al suministrador del que proceden la sexta parte del crudo que adquiere en el exterior para su consumo interno, sino porque el crudo que le llega desde Irán lo hace a precio de derribo, “muy inferior” al de mercado. “Cualquier caída en los volúmenes petroleros iraníes tendría impacto en el mercado global y, particularmente, en el asiático”, agrega el analista de Kpler.
Irán atesora las terceras mayores reservas de petróleo del planeta (más de 200.000 millones de barriles, el 12% del total), únicamente a la zaga de Venezuela y Arabia Saudí. Estas cifras le sitúan muy por delante de colosos petroleros como Canadá (el cuarto mayor productor mundial), Irak (el quinto) y a gran distancia de Estados Unidos (el país que más crudo extrae cada día, pero cuyas reservas superan rondan los 50.000 millones de barriles) o Rusia (segundo productor mundial, pero octavo en reservas, con unos 80.000 millones).
Vastas reservas de gas
El petróleo es la principal fuente de ingresos de Irán, con unas exportaciones que —según sus propias cifras oficiales— superan los 35.000 millones de dólares (unos 32.000 millones de euros) al año, pero no es la única materia prima energética clave para su economía. La capacidad de influencia iraní en el mercado gasista es, de hecho, incluso mayor: el año pasado fue el tercer productor mundial, según los datos del Energy Institute, tras Estados Unidos —que ha acelerado el paso en los últimos meses para cubrir el hueco dejado por Rusia en Europa— y la propia Rusia. Sus reservas no solo son las mayores de la OPEP —casi la mitad del gas del cartel está en Irán—, sino también las segundas mayores del mundo, únicamente por detrás de Rusia.
El poder de Irán en la esfera energética también tiene mucho que ver con su ubicación. La geografía le confiere un poder casi absoluto sobre el estrecho de Ormuz, que conecta los golfos Pérsico y de Omán y por cuyas aguas discurre la quinta parte del crudo que se comercia cada día en el mundo, con un flujo diario de un millar de buques petroleros. Es, también, la vía por la que llegan a Europa prácticamente todos los cargamentos de gas natural licuado (GNL) saudíes, emiratíes o cataríes, fundamentales para reemplazar el combustible que antes llegaba desde Rusia.
Ese potencial cierre de Ormuz —el escenario más extremo, que pocos analistas ven posible a corto plazo— llevaría la contienda económica a otra dimensión. Primero, sobre el resto de la región: “Irak, Qatar, Baréin y Kuwait se quedarían sin medios para exportar su petróleo”, apunta Katona. “Y tanto Arabia Saudí como Emiratos Árabes Unidos verían gravemente restringida su capacidad de venta”. Segundo, sobre unos precios a los que la represalia iraní a Israel ya ha dado rienda suelta: el barril se anota una subida de siete dólares en lo que va de semana, hasta rozar los 78. Lejos, muy lejos aún, de los más de 120 que llegó a alcanzar en el verano de 2022, en lo más crudo de la invasión rusa de Ucrania.