La sombra de Ormuz o por qué el precio del petróleo al fin reacciona a la convulsión en Oriente Próximo

El petróleo ha dejado de ser inmune al polvorín de Oriente Próximo. Tras varias semanas de anestesia general, con el precio del crudo en mínimos de casi tres años, la irrupción de Irán en el conflicto ha reavivado un temor latente: que el choque regional acabe derivando en una represalia israelí sobre pozos iraníes o incluso en un ataque de Teherán sobre yacimientos o refinerías saudíes, como ya ocurrió en septiembre de 2019. El escenario más extremo —y temido, por las consecuencias que acarrearía— sería el cierre del estrecho de Ormuz, una vía absolutamente crucial por la que discurre la quinta parte del crudo mundial. La clausura de esta ruta entre Irán y Omán, de apenas 34 kilómetros en su punto más ajustado, sería un golpe de primer orden para el equilibrio de precios.

Quienes siguen el día a día de los mercados energéticos llevaban semanas absortos, preguntándose cómo era posible que el precio no reaccionase, ni siquiera mínimamente, a la escalada en Oriente Próximo, cuna de uno de cada tres barriles que se extraen cada día en el planeta. “Lo que estábamos viendo era algo verdaderamente extraño en clave histórica”, reflexiona Jorge León, vicepresidente y jefe de análisis petrolero de la consultora Rystad Energy tras muchos años como analista sénior de la OPEP.

“Algunos se frotaban los ojos: hace un año, solo con el conflicto entre Israel y Líbano, el precio del petróleo se habría ido triple dígito”, escribía Norbert Rücker, responsable de estudios económico del banco suizo de inversión Julius Baer, pocas horas antes de que Irán azuzase el avispero regional con el lanzamiento de dos centenares de misiles sobre suelo israelí y elevase el precio del Brent en cuatro dólares en apenas dos jornadas.

Los mercados confiaban, en fin, en dos factores: que el choque no fuese a mayores y que la ingente capacidad ociosa de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en máximos de muchos años, compensase cualquier posible corte en la producción. Pero este frágil equilibrio ha saltado por los aires con el ataque iraní a Israel, un movimiento de consecuencias aún por descifrar. Se decía, así, adiós a la llamada fatiga geopolítica: la falsa sensación de seguridad después de que en los casi 12 meses transcurridos desde los atentados de Hamás en Israel no hubiese salido ni un solo barril del mercado.

“Nadie sabe realmente hasta dónde puede llegar esta situación. ¿Cuál va a ser la respuesta de Israel ahora? ¿Y la posible respuesta de Irán? ¿Se involucrarán otros actores [regionales]?“, se pregunta retóricamente el economista jefe de Trafigura, Saad Rahim, en declaraciones a Bloomberg. Su voz no es precisamente liviana: Trafigura es uno de los mayores traders mundiales de materias primas.

Hay, con todo, una cosa clara: “El mercado petrolero venía de una etapa de extrema complacencia sobre el riesgo geopolítico”, sintetiza Bob McNally, exasesor energético de la Administración estadounidense en tiempos de George W. Bush. “Esa prima de riesgo crecerá tanto si el mercado percibe que la escalada impacta directamente sobre infraestructuras o flujos energéticos, o si Israel ataca infraestructuras críticas para el régimen [iraní]”.

Pese al giro de guion de estos últimos días, conviene poner la escalada en perspectiva. Incluso tras dos jornadas consecutivas al alza, que han llevado al Brent al entorno de los 75 dólares por barril, niveles de principios de septiembre, la referencia europea sigue estando cerca —muy cerca— de sus mínimos anuales. Y sigue sin ser, al menos por ahora, un elemento preocupante en plena bajada de tipos de interés a ambos lados del Atlántico. Bastante más tendría que subir para convertirse, nuevamente, en un factor inflacionista.

El segundo paño caliente tiene que ver con el importante cambio en la estructura del mercado mundial en los últimos años. Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e incluso Kuwait disponen de una notable capacidad ociosa que podrían poner en el mercado en caso de necesidad: unos ocho millones de barriles diarios, cuatro de ellos a muy corto plazo (en menos de 60 días). Un colchón significativo, superior, por ejemplo, a lo que Irán —séptimo productor mundial de crudo— pone cada jornada en el mercado: 3,2 millones de barriles, el 4% del total.

“Eso debería calmar el mercado”, sustenta León por teléfono. China, un mercado en el que el consumo da síntomas de debilidad y en el que la electrificación del transporte presiona claramente a la baja las previsiones a medio y largo plazo, ya ha dejado atrás su pico de producción. Con un sobrante teórico ya a partir del año que viene y que alcanzará su cenit en 2030, según los cálculos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE).

Giro radical en la estructura de mercado

El bazar mundial del crudo poco tiene que ver con el de una década atrás. Aunque aún significativo, el peso de los países del golfo Pérsico es notablemente menor, lo que reduce la proporción de petróleo sujeta a la zozobra geopolítica. La otra cara de esta moneda es una producción creciente en países occidentales o de la órbita occidental: Canadá, Brasil, Guyana y, sobre todo, Estados Unidos, que ha logrado convertirse en el primer extractor de crudo del planeta a lomos de la fracturación hidráulica (fracking), una técnica que ha revolucionado el sector. El resultado de ambas fuerzas es un mayor volumen de crudo a resguardo de la convulsión geopolítica.

Hay más. La segunda jornada de alzas en el precio del crudo ha coincidido con el encuentro telemático entre los miembros del cartel de la OPEP, con la perspectiva aún viva de que pongan punto final a partir de diciembre a los recortes unilaterales de oferta con los que han tratado de sostener los precios en los últimos años. Un paso que, de darlo finalmente, presionaría claramente a la baja el precio del crudo.

“Si la respuesta de Israel [a Irán] no es demasiado agresiva, los mercados podrían considerar que ambos países, por segunda vez en lo que va del año, prefieren desescalar tras un breve intercambio hostil”, confía Francesco Pesole, del banco neerlandés ING. “La clave es Ormuz”, zanja León en referencia a un potencial cierre del estrecho, la última arma del arsenal iraní para dañar económicamente a Occidente y cuya activación elevaría el conflicto a otra dimensión. “Las consecuencias sobre el suministro global serían enormes, similares a la que tuvo la invasión rusa de Ucrania en 2022”. Que se dice pronto.

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