Michel Barnier: “Una espada de Damocles pesa sobre Francia”

Michel Barnier se puso bajo el brazo la carpeta donde llevaba el discurso que iba a leer y recorrió a pie los 950 metros que separan el palacio de Matignon, sede del Gobierno francés, de la Asamblea Nacional. Algunos transeúntes le detenían y le animaban, como si el nuevo primer ministro se encaminase al frente de una guerra. Entre sus papeles, el político conservador, miembro de Los Republicanos (LR), llevaba la declaración de política general, hoja de ruta para un mandato que nadie sabe cuánto durará, pero al que todo el mundo augura una vida fugaz. La más breve, probablemente, de la historia de la V República. En parte por eso, Barnier fue directo al grano nada más subir al estrado, donde permaneció durante una hora y 23 minutos desgranando su programa. “La verdadera espada de Damocles que pesa sobre Francia es nuestra deuda colosal (…) que, si no tenemos cuidado, colocará al país al borde del precipicio”, anunció bajo la mirada inquisidora de quienes decidirán su suerte: la extrema derecha de Marine Le Pen y el Nuevo Frente Popular (NFP), el grupo de partidos de la izquierda que ya han anunciado que votarán una moción de censura.

La ley prevé la posibilidad de que el primer ministro se someta a una moción de confianza el día del discurso de política general, algo así como el debate de investidura. Pero Barnier, que ahora mismo es un funambulista tratando de no caer del cable que une las bancadas de la extrema derecha a la extrema izquierda, prefirió no correr ese riesgo. Su discurso —largo y tibio en cuanto a propuestas— fue un ejercicio de equilibrismo, con mensajes a ambos lados. Toca sobrevivir. Y a la izquierda le prometió revisar la polémica ley de pensiones, que alarga la jubilación a los 64 años. “Ajustes razonables”, lo llamó. A la derecha, en cambio, la confortó con su dureza sobre el asunto migratorio, asegurando que “no se está gestionando de manera satisfactoria”. El primer ministro, además, señaló que quiere que el pacto europeo de inmigración y asilo se ponga en práctica con urgencia para tratar las demandas de asilo en las fronteras exteriores de la UE y que sea la agencia Frontex la que se encargue de la supervisión de esas fronteras.

Barnier, que ha nombrado a un ministro del Interior —Bruno Retailleau— que comparte la mayoría de tesis de la ultraderecha en materia de inmigración, aseguró que Francia tratará de restringir los visados para aquellos países que se muestren reacios a acoger a sus nacionales expulsados. Además, el Gobierno trabajará para lograr una tramitación más eficiente de las solicitudes de asilo y facilitará una “prórroga excepcional” de la detención de los migrantes en situación irregular para acelerar las órdenes de expulsión. Los Republicanos, el partido al que pertenece Barnier, ha presentado un proyecto de ley para aumentar el periodo máximo de detención de los migrantes a 135 días en lugar de los 90 fijados actualmente.

Pero es difícil contentar a todos, y Marine Le Pen fruncía el ceño y pedía luego una nueva ley de inmigración, mientras la izquierda confirmaba con enorme beligerancia que firmará una moción de censura contra el Ejecutivo. “La República no ama a los monarcas, y mucho menos a los monarcas absolutos”, lanzó Mathilde Panot, presidenta del grupo de La Francia Insumisa.

La jornada, como casi todas las que Francia se ha empeñado en vivir en los últimos meses desde que Emmanuel Macron decidió convocar elecciones, se publicitó como un momento inédito. Y Barnier, que intentó mandar guiños ideológicos a todas las sensibilidades que componen un fragmentado hemiciclo de 577 diputados, no escatimó en adjetivos para señalar también su “gravedad”. El jefe del Ejecutivo comenzó citando al general De Gaulle, su ídolo de la infancia y referente político, cuando en plena invasión nazi y desde Londres pidió a los franceses: “Os pido hacer mucho con poco, partiendo de casi nada”. Comenzó ahí el murmullo, los silbidos desde la bancada de la izquierda. También una protesta de los diputados de La Francia Insumisa, que blandieron las papeletas electorales para denunciar que no se ha respetado el resultado de las elecciones. Barnier continuaba inmutable, con la voz ajada. Y “hacer mucho con poco”, confirmaron poco después los diputados del hemiciclo, consistirá primero en aumentar la recaudación.

Barnier, consciente de la amenaza que pesa sobre su Gobierno, quiso devolver la pelota a quienes cuestionan su duración. El primer ministro recordó que este año el déficit público alcanzará el 6%. “Y en 2025, si no se hace nada, todavía será mayor. Es grave porque las cifras no tienen nada que ver con las de comienzo de año. La situación nos debilita. Gastamos más en intereses que en Defensa o Investigación. No tenemos elección. Necesitamos responsabilidad y encontrar márgenes para reducir esa deuda”.

La situación económica de Francia es crítica. El país paga ya por su deuda como España o Portugal, como recordó el propio Barnier. “Queremos reducir el déficit al 5% en 2025. ¿Cómo hacerlo? No contaré mentiras”, anunció antes de comenzar algunas de las medidas que piensa implementar. “No caeremos en la tentación del todo subvencionado o todo gratis. Hay que renunciar al dinero mágico. Pero tomaremos las decisiones con atención a los más frágiles, con las colectividades locales: no contra ellas ni sin ellas”, señaló. “Nuestros impuestos están entre los más elevados del mundo. Hoy pediremos un esfuerzo a grandes empresas con un gran beneficio”, anunció, señalando también la posibilidad de tasar a las grandes fortunas y la necesidad de luchar más activamente contra el fraude fiscal.

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