La ultraderecha logra una victoria histórica en las elecciones en Austria, pero lejos de la mayoría
La ultraderecha ha ganado este domingo por primera vez unas elecciones parlamentarias en Austria y lo ha hecho con su mejor resultado histórico. El Partido de la Libertad (FPÖ) consigue el 29,2% de los votos, lejos de una mayoría para gobernar, pero supera a los democristianos (ÖVP), que lideran el Ejecutivo y sufren un fuerte retroceso hasta quedarse en segundo lugar con un 26,5%. El líder ultra, Herbert Kickl, ha celebrado lo que llama “el milagro azul”, el color del partido, mientras le esperaban los militantes en la fiesta preparada en Viena. El canciller conservador, Karl Nehammer, encarnó la otra cara de la moneda: “La meta que me había marcado, de ser el primero, no la he alcanzado. Es amargo”. Los socialdemócratas (SPÖ) tampoco levantan cabeza y firman su peor registro con un 21%; los liberales de Neos crecen un poco hasta el 9% y Los Verdes, ahora el socio menor del Gobierno, bajan a un 8%.
El FPÖ enfiló las elecciones con el viento a favor, como líder de las encuestas durante casi dos años y su primera victoria de alcance nacional en las elecciones europeas del pasado junio, una señal más a Bruselas del peso que han alcanzado en la Unión Europea las formaciones ultraderechistas. Logró el primer puesto con un 25,4%, a un punto escaso de los democristianos (ÖVP), pero exhibió su fuerza con la vista puesta en el otoño y unas elecciones clave para Austria, de las que también está pendiente la Unión.
Los ultras superan el resultado que alcanzó su líder más carismático, el fallecido Jörg Haider, en 1999, con quien Kickl comenzó a trabajar en la formación preparando discursos y estrategias en las últimas décadas del siglo pasado. Aquel año, el 26,9% de votos dejó al FPÖ en segundo lugar y tuvo que permitir que los conservadores encabezaran como terceros el Ejecutivo. Batir aquella marca era un objetivo declarado de Kickl (55 años), que el viernes pasado eligió para cerrar su campaña la simbólica plaza de San Esteban, como en su momento hizo Haider, cuyas declaraciones relativizando el nazismo escandalizaron a Europa. Kickl, que reivindica su legado, aspira a ser ahora el Volkskanzler, canciller del pueblo (un término de resonancias nazis).
El FPÖ se ha recuperado de la dura caída de 2019, cuando las sospechas de corrupción lo dejaron en un 16,2% y acabaron con la carrera de su líder de entonces, Heinz-Christian Strache. Este domingo ha dado un salto de 13 puntos porcentuales.
Su líder se mostraba durante el escrutinio dispuesto “a tender la mano” para pactar un Gobierno. En las redes sociales le llovían ya las felicitaciones de otros partidos ultras, como el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, Vox o Alternativa para Alemania, mientras los dirigentes de los demás partidos austriacos volvían a rechazar una colaboración con él. El FPÖ de Kickl no tiene opciones de gobernar en solitario. Y socialdemócratas, Los Verdes y los liberales han rechazado pactar con un partido radicalmente antiinmigración, euroescéptico y prorruso que no ha dejado de verse confrontado con acusaciones de xenofobia y antisemitismo.
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El canciller Nehammer (51 años) ha insistido durante la campaña en que el ultra es un “peligro para la seguridad del país”, pero no ha excluido del todo una posible coalición con el FPÖ, donde dice que hay personas “razonables”. De Kickl afirma que vive de teorías conspirativas y de infundir miedo a la gente. “Tomo en serio a los votantes, pero eso no significa que acepte sus métodos”, le soltó al dirigente del FPÖ en la televisión pública ―este se quejó de que trata a sus seguidores como votantes “de segunda”―. Poco antes, el jefe del Gobierno había admitido ante los militantes conservadores que el partido tendrá que revisar “por qué” una fuerza radical consigue más votos que ellos, que han sido una fuerza dominante junto a los socialdemócratas durante décadas. “Nosotros no vivimos de los problemas, los solucionamos”, repitió Nehammer ante su formación, que pidió el voto por “un centro fuerte” para evitar a los radicales. Las urnas le han dejado un fuerte retroceso a los conservadores, que en 2019 alcanzaron el 37,5% de los votos, por lo que pierden 11 puntos porcentuales.
El Gobierno de los conservadores con Los Verdes ha cerrado la legislatura con una baja popularidad. Nehammer asumió la cancillería sin pasar por las urnas en diciembre de 2021 en medio de una tormenta de descrédito del ÖVP tras la dimisión del popular Sebastian Kurz, investigado por la Fiscalía por supuesta corrupción. Antes de liderar el Gobierno actual, Nehammer era ministro del Interior.
Al frente del Ejecutivo con los ecologistas ha lidiado con parte de la pandemia, la crisis energética y la fuerte inflación que siguieron a la invasión rusa de Ucrania y una recesión económica que está ya en su segundo año. Ambas formaciones gobernantes han acusado el desgaste. El malestar por el coste de la vida y la gestión del Ejecutivo, y también la preocupación por la inmigración y el asilo, han jugado a favor del FPÖ.
Pese a que el canciller asegura que no aceptará a Kickl como socio, los partidos de ambos coinciden en temas económicos y también en la necesidad de endurecer el control migratorio y del asilo, aunque los democristianos no llegan al punto del FPÖ, que directamente quiere suspender el derecho a la protección, aunque incumpla las leyes internacionales, y levantar vallas en la frontera. No están de acuerdo, sin embargo, en asuntos como la guerra de Ucrania o la UE ―el modelo del dirigente del FPÖ es el ultranacionalista húngaro Viktor Orbán―.
Al margen del factor Kickl, a los conservadores les resultaría probablemente más fácil negociar un acuerdo de coalición con los ultras que con otras formaciones. Además, ya han compartido gobiernos antes.
En cambio, el primer puesto del FPÖ sin una renuncia de Kickl puede llevar a los conservadores a buscar el acuerdo con los socialdemócratas (SPÖ), cuyo líder, Andreas Babler (51 años), alicaído por los resultados, también se brindó a dialogar con los populares para evitar a Kickl. Con el escrutinio ya prácticamente acabado, los dos partidos tradicionales lograban 93 escaños, mayoría en un Parlamento de 183 diputados. Un pacto con algo más de margen necesitaría otro partido más: los liberales de Neos, con la única mujer como cabeza de lista, Beate Meinl-Reisinger (46 años), se han ofrecido ya a intentarlo para que no haya un Ejecutivo con los radicales, o Los Verdes, si bien estos últimos no han acabado muy bien con los democristianos al final de la legislatura. Encabezados por Werner Kogler (62 años), que reclama también un “muro” contra la ultraderecha, retroceden más de cinco puntos frente al resultado de 2019.
Con o sin ultras, los democristianos del ÖVP tienen cartas en la mano para permanecer en el Gobierno. Otra cosa será la estabilidad que reclama Nehammer, más difícil con un Ejecutivo con los socialistas, ya que ambas formaciones están muy distanciadas y en desacuerdo en puntos clave, como nuevos impuestos que pretende Babler, del ala más izquierdista. Conservadores y socialdemócratas han gobernado juntos durante décadas, hasta que el exdirigente del ÖVP Sebastian Kurz rechazó seguir con ese modelo y apostó en diciembre de 2017 por un pacto con los ultras que fracasó año y medio después por las sospechas de corrupción en torno al entonces líder radical, Heinz-Christian Strache, en el llamado caso Ibiza.
Las objeciones del presidente
Con la elección concluida, ahora es el turno del presidente del país, el exlíder ecologista Alexander Van der Bellen. La Constitución no le obliga a encomendar la formación del Gobierno a la primera fuerza, si bien esa ha sido la tradición no escrita hasta ahora. Van der Bellen dejó caer el año pasado, cuando asumió su segundo mandato, que no le gustaría favorecer a un partido “antieuropeo y que no condena la guerra de Rusia en Ucrania”. Era una referencia directa a Herbert Kickl, si bien no dijo claramente qué haría. El líder del FPÖ replicó con dureza y ha llamado a Van der Bellen “momia”, “senil” y “comatoso”.
Este domingo, el presidente austriaco compareció para anunciar que hará lo mejor para garantizar que se forma un Gobierno que respete “los fundamentos” de la democracia y el Estado de derecho, la pertenencia a la UE y la independencia de los medios, y cuyo objetivo sea “dar un buen futuro” a todo el país. El presidente iniciará una ronda de conversaciones con los líderes políticos “para ver a qué compromisos se puede llegar y quién puede [gobernar] con quién”.
La única opción de veto al dirigente ultra sería no tomarle juramento para el cargo de canciller, si es que hipotéticamente se diera ese momento, pero ello abriría una crisis sin precedentes, ya que al final, quien gobierna en Austria es quien tiene una mayoría parlamentaria para no caer ante posibles mociones de censura.