‘Celebrities’ frente a plutócratas

O Taylor Swift versus Elon Musk, como prefieran. Poder blando frente a poder duro. Una se inclinó por Kamala Harris y el otro por Donald Trump. Ambas preferencias fueron titular de primera plana en todas las primeras páginas de la prensa mundial. Como también la carta abierta que George Clooney dirigió a Biden desde The New York Times para que desistiera de ir a la reelección, poniendo en peligro el apoyo del lobby de Hollywood al todavía presidente. No fue la causa de su renuncia, en ella seguro que influyó mucho más el propio partido y los donantes de los demócratas. El dinero sigue siendo el poder duro por excelencia en su país. Pero su efecto simbólico fue importante, aunque a años luz de la declaración de Swift en Instagram. El impacto de la cantante es difícil de evaluar, pero tenerlo lo tiene.

Bastante más opaco es el poder que pueda tener un personaje como Elon Musk, que cada vez se va pareciendo más al estereotipo de malo de las películas de James Bond. ¿Puede llegar a ser el vector decisivo que incline la balanza a favor del magnate? De él se sabe que aparte de ser el hombre más rico del mundo, controla X, el viejo Twitter, y ya está tratando de influir desde allí. Por lo pronto se detecta en esta red social una mayor presencia de cuentas favorables a la extrema derecha y un mayor activismo protrumprista. Hace un par de días, The Guardian presentaba una exclusiva según la cual Musk podría estar también detrás de la empresa subcontratada para la organización del American Political Action Committee (PAC), un grupo diseñado para actuar en los principales swing states, los más decisivos en las próximas elecciones. Su acción consistiría en movilizar a sectores de la población rural para registrarles y empujarles al voto anticipado a favor de Trump. Y el Financial Times nos sorprendía este viernes con un artículo donde se desvelaba la intención del SpaceX de Musk por conseguir nuevas autorizaciones para ampliar su acción en las transmisiones del espectro de ondas de órbita baja; es decir, la posibilidad eventual de interferir sobre las comunicaciones de los satélites. Su potencial militar es, pues, ilimitado. Por no hablar del económico.

Aparte de lo que esto último significa como acumulación de un inmenso poder por parte de una sola persona, lo que por ahora debería preocuparnos es algo distinto: el uso potencial que pueda hacer de sus capacidades tecnológicas para favorecer al magnate naranja. Este cuenta también con el apoyo de plutócratas como Peter Thiel, que ya ha puesto parte de su fortuna en la campaña de Trump; lo peligroso de Musk es que ignoramos cuáles puedan ser las triquiñuelas técnicas a las que puede recurrir para avanzar los intereses de aquel. O cuáles puedan ser también las contraprestaciones que eventualmente pueda exigir a Trump en su intento de ganar las elecciones. No creo que lo haga a cambio de nada. Una nueva victoria republicana puede consistir en dejar la vía libre para que él y otros plutócratas vean consolidarse su enorme poder social y tecnológico. Por el contrario, Taylor Swift pone toda su popularidad a favor de Harris a cambio de nada en especial; quizá, que se limite a cumplir con su programa.

Lo más interesante de estos casos, sin embargo, es cómo la política estadounidense se ve más influida cada vez por estos poderes intermedios encarnados en personas individuales y con un gran potencial para condicionar votos y opiniones. Lo de la cultura popular no me parece preocupante, la amenaza real proviene del nuevo fenómeno de los zares tecnológicos hiperricos, que empiezan a atesorar una capacidad cada vez mayor para afectar a la política y, por tanto, el devenir del mundo.

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