En la frontera de Austria con Alemania: “Tendrían que haber hecho antes controles para evitar una inmigración interminable”

El policía, armado, para el coche. “¿A dónde va? ¿De dónde viene? Identifíquese”. Revisa el pasaporte y tras un vistazo al vehículo, ordena: “Siga”. Este es uno de los controles de fronteras de Alemania con Austria. Está situado en la autopista A-3, por la que se entra en territorio germano desde la pequeña localidad austriaca de Schärding, en el noroeste del país. La inspección fronteriza no debería existir porque ambos países son miembros del espacio Schengen en la UE, pero el debate migratorio vuelve a levantar barreras entre los Veintisiete. El Gobierno de Berlín, ante el auge de la ultraderecha de AfD y los últimos atentados terroristas, ha ampliado los controles a todas sus lindes para frenar la inmigración irregular. “Austria no aceptará a personas que sean devueltas desde Alemania. No hay margen de maniobra”, reaccionó airado el ministro del Interior austriaco, el conservador Gerhard Karner, al conocer la medida, que entró en vigor el 16 de septiembre.

En realidad, las inspecciones alemanas en esa frontera no son ninguna novedad. Se realizan desde la ola de refugiados de 2015. Pero el partido de Karner, el ÖVP, en el Gobierno, también quiere mostrar firmeza. El domingo se elige un nuevo Parlamento, y los ultras austriacos, con el rechazo a la migración y el asilo por bandera, van por delante de los populares como primeros en las encuestas.

“Yo voy poco al lado alemán, o sea que no noto nada de los controles, pero tengo clientes que se quejan de que se producen atascos en la autopista”, cuenta Daniela Piereder, de 48 años, en la tienda de ropa en la que trabaja en Schärding (unos 5.500 habitantes), en una plaza principal de postal por sus fachadas de colores y arquitectura barroca, que estos días de buen tiempo está llena de excursionistas.

Control fronterizo de la policía alemana con Austria en la autopista A-3 en dirección a Passau, este miércoles.Sara Velert

Desde ahí no se ve ningún control fronterizo, y si se baja al paseo del río Inn, por cuyas aguas pasa la linde en los mapas, solo son visibles los puentes que lo cruzan y llevan a la alemana Neuhaus am Inn. Los habitantes de la zona los usan para evitar los atascos del control germano. Aparentemente, no hay vigilancia, pero la policía alemana afirma que no siempre se mueve de uniforme. “No significa que no estemos ahí”, explica el portavoz de la policía de Passau Daniel Gibis, en una conversación en el control de la autopista.

En un Eurobarómetro del pasado julio sobre las prioridades de la UE, los austriacos situaban la inmigración irregular como el mayor reto de la Unión, por encima de la media. El país registró entre 2015 y 2023 unas 408.000 peticiones de asilo (datos del Ministerio del Interior), con los sirios y afganos como los grupos más numerosos; la invasión rusa trajo a 120.000 ucranios huidos y que tienen el estatus de protección europeo. Austria está así entre los miembros de la UE con más acogidas en relación con su población, de unos nueve millones de habitantes.

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La preocupación en torno a la migración, y los problemas de la integración, trasluce también en conversaciones con vecinos de Schärding, con opiniones entre favorables y escépticas sobre la utilidad de los controles. “Yo los veo bien, hay que saber quién entra y sale, y no solo para luchar contra el tráfico de personas”, opina Martina Zauner, administrativa de 40 años, en el centro de Schärding. En los trenes que cruzan de Austria a Alemania también se inspecciona al pasaje y Stephanie Lehner, de 36 años, que pasea con dos de sus cuatro hijos, lo aprueba “si sirven para aumentar la seguridad”. “Tendrían que haber hecho antes controles para evitar una inmigración interminable. Se veía venir que habría problemas. Antes vivía en Viena, donde se nota más. No estoy en contra del asilo, pero muchos son migrantes económicos”, explica esta mujer, entrenadora de yoga y que no confía en que el próximo Gobierno solucione nada. Por eso dice que ha decidido no votar.

El centro histórico de Schärding, en la región de Alta Austria, el pasado miércoles.
El centro histórico de Schärding, en la región de Alta Austria, el pasado miércoles.Sara Velert

Las recetas de los populares austriacos para rebajar la presión migratoria pasan por más expulsiones cuando se deniega el asilo, centros exteriores a la UE para la tramitación y condiciones al acceso a los servicios sociales. Y un cumplimiento estricto del pacto migratorio de la UE, que el Gobierno defiende es restrictivo gracias a presiones de países como Austria. Tal vez como guiño a los miembros más duros en política migratoria, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha elegido como comisario de la cartera al austriaco Magnus Brunner.

El programa de los ultras del Partido de la Libertad (FPÖ) sube varios grados en dureza y no se detiene ante posibles incumplimientos del derecho internacional. El partido quiere suspender al menos temporalmente el derecho al asilo, levantar vallas en tramos de frontera y reducir la atención sanitaria de solicitantes de protección a lo básico. Sus medidas rechazan especialmente a los musulmanes, que no cuadran en su idea de una población “homogénea” y que asocian al terrorismo y la criminalidad.

Por una cuesta detrás de la plaza principal de Schärding sube corriendo Mostafa Shiraz, kurdo de Siria, de 40 años. Tiene prisa por prolongar el pago del aparcamiento, le preocupa incumplir las reglas. Vive en esta pequeña localidad de Alta Austria desde hace siete años. Recibió asilo tras huir de la guerra en Siria, está casado y tiene mellizos de tres años y cuatro meses. Trabaja en la cocina de un restaurante y se muestra comprensivo con el rechazo de una parte de austriacos. “Entiendo el debate, hay muchas guerras y gente que huye. No es fácil para ellos, pero si trabajas, te respetan. Aquí la mayoría es amable”, cuenta en alemán, que para él “ha sido lo más difícil de aprender”.

En la necesidad de ofrecer más clases del idioma y un acceso más rápido al mercado laboral para favorecer la integración inciden los socialdemócratas, Los Verdes y en parte los liberales. Ver a peticionarios de asilo “ociosos” en los parques porque no tienen permiso de trabajar enfada a la gente, ha dicho el candidato socialdemócrata, Andreas Babler.

El debate migratorio se ha recrudecido de nuevo en la campaña electoral. Pero en la frontera en Schärding se nota menos. La policía austriaca no vigila en el límite con Alemania, los vehículos vienen y van sin cortapisa. Pese a lanzar advertencias contra Berlín por las posibles devoluciones de migrantes, el Ministerio del Interior austriaco también toma medidas y hace tiempo que ha blindado su frontera con Hungría. Ahora saca pecho del “drástico retroceso” de entradas irregulares y detenciones de presuntos traficantes de personas. Considera que el “estricto control” frente a Hungría ha desviado las rutas de entrada irregular, lo que hace que lleguen menos migrantes a Alemania pasando por suelo austriaco, según un portavoz. La policía germana defiende que sus controles también son útiles. “Todos los días tenemos casos. Nuestra tarea principal es evitar la entrada ilegal de migrantes, pero en los controles también entran personas con órdenes de detención por otros asuntos”, explica el portavoz Gibis. Alemania ha devuelto a Polonia, República Checa, Suiza y Austria a unas 30.000 personas desde octubre de 2023.

El Ayuntamiento de Schärding no lleva estadísticas de cuántos extranjeros o refugiados viven en su término. A nivel nacional, un 27,2% de los nueve millones de habitantes tienen origen migrante, según la estadística de 2023 del Fondo Austriaco de Integración, y un 19,7% son extranjeros. Seguidos de rumanos, turcos y serbios, el mayor grupo foráneo es el alemán.

Eso se ve en las calles de Schärding, donde los alemanes pasean por el casco histórico o hacen sus compras. Como Marlene y Christoph Schröder, de 72 y 75 años, respectivamente. Han cruzado desde Alemania por caminos secundarios para comprar ropa y consideran que los controles tienen que ver con el intento de restar fuerzas a la ultraderecha y que eso no funciona. “Schengen era un éxito y es muy triste que demos pasos atrás”, afirma él. Su esposa abunda: “Los que viven en la frontera no quieren fronteras”.

Fritz Gächner, de 55 años, en cambio, cree que “en general, es bueno que se controle”, pero le gustaría ver más colaboración entre los miembros de la UE para que esa vigilancia “se produzca en la frontera exterior” de la Unión. Los controles llegaron hace tiempo y se mantendrán de momento. También seguirán llegando migrantes. “El debate está en todas partes, no solo Austria. Hay que trabajar en los lugares de origen, porque ante la desigualdad, la gente busca mejorar en otra parte”, afirma Gächner, policía de Schärding.

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