El turismo 30 años atrás
Hace ya 30 años escribí en mi columna semanal en la memorable revista Rumbo que dirigía Aníbal de Castro, una serie dedicada a evaluar el desarrollo turístico en las primeras décadas de su asentamiento fundacional. Nuestro emergente buque insignia sectorial surcaba a medio camino de los años 90. Entonces el encaje del turismo en la estructura productiva de bienes y servicios dominicana no concitaba el consenso logrado hoy, tras medio siglo de terca validación.
Me propuse explorar los meandros de este ajuste -que viví como pez en el agua recorriendo los emplazamientos hoteleros en los denominados polos de desarrollo– y exponer las bondades del «nuevo modelo» afincado en turismo, zonas francas, minería, remesas, y su impacto revitalizador en la agropecuaria, manufacturas locales, construcción, transporte, y servicios financieros. En las columnas «Las dos caras del turismo» y «El boom del turismo» (Rumbo 7/6/1995 y 13/8/97) abordé el tema enfatizando los eslabonamientos productivos.
«Con dos décadas a cuestas de desarrollo turístico -a mitad de la tercera- conviene pasar balance del impacto que ha tenido la industria sin chimenea en la economía y en la sociedad dominicanas. Para un sector cada vez más creciente de la población, los efectos positivos del turismo pesan mucho más que aquellos percibidos como negativos. Sin embargo, existe la percepción entre determinados segmentos de la sociedad, de que la expansión de las actividades relacionadas con el turismo, a lo largo de las comunidades del litoral nacional, compite con su modo de vida tradicional.
El turismo es visto como un factor acelerador de procesos de cambios sociales y culturales que se confunden con otras tendencias propias de la modernización. En esta perspectiva, el modelo de economía de servicios del cual el turismo y las zonas francas industriales son sus sectores más dinámicos, la apertura comercial que acompaña a la globalización, la migración internacional, las comunicaciones electrónicas que acortan distancias y barreras culturales, son identificados como los nuevos signos de un Apocalipsis finisecular.
Una de las premisas del impulso al turismo dado por el Estado desde la década del 70, ha sido su contribución al equilibrio de la balanza de pagos mediante la generación de divisas para la sustentación de nuestro comercio exterior. Con relación a1993, este aporte registró en 1994 un crecimiento de 7.2%. La otra premisa ha sido la creación de empleos productivos. En efecto, unas 43,000 personas laboran directamente en el sector ofreciendo servicios a los turistas en los hoteles, en la organización de tours y otras actividades. Pero el impacto es mayor si se computan 106,000 empleos indirectos habilitados en la construcción, industria -en especial de alimentos y bebidas-, agropecuaria, transporte, comunicaciones, artesanías y artes plásticas, así como en el sector gastronómico. En total 149,000 empleos.
La demanda de carnes, pollos, pescados, mariscos, vegetales frescos, frutas, quesos, embutidos, leche, huevos, grasas comestibles, jugos, helados, refrescos, cerveza, ron, cigarrillos y cigarros, detergentes y productos de limpieza, jabones, champú, rinse, para alimentar y garantizar la higiene de 1,900,000 turistas que promedian una estancia de 10.7 días por persona en el país, puede dar una idea del impacto que el turismo tiene en la industria y en el sector agropecuario. A diferencia de lo que podría pensarse, muchos de los productos alimenticios que se ofrecen en las instalaciones turísticas del país bajo el sistema de todo incluido, no son los elaborados por las grandes empresas industriales y reputados como los de mejores y más caros. Cuando se repasan las bandejas de embutidos y quesos, marcas establecidas como Campofrío y Rica brillan por su ausencia. En su lugar figuran quesos de típica factura artesanal elaborados por empresas locales medianas o pequeñas, ubicadas en un segundo rango de calidad y precio, que proveen a buena parte de los resorts, profundizándose el tejido productivo. La cerveza Bohemia, casi desaparecida en tramos de colmados, se sirve en hoteles de todo incluido para deleite de alemanes y canadienses.
La febril construcción de hoteles, villas y apartahoteles, junto a facilidades de infraestructura, genera una demanda de cemento, blocks, pintura, madera, muebles, piezas sanitarias, materiales eléctricos y equipos de refrigeración, que beneficia a las empresas de esas ramas. Las habitaciones, los pasillos, recepciones y salones de los hoteles se hallan decorados con litografías, murales cerámicos, jarrones, maceteros, ceniceros y bases de lámpara, elaborados por artistas y artesanos dominicanos. En los gift shops figuran muñecas de cerámica sin rostro, aves talladas en madera, casitas vernáculas o réplicas de nuestros monumentos, la joyería de ámbar y larimar, junto a una amplia oferta de camisetas hand painted, que reflejan la presencia de gente renombrada y anónima, que venden sus productos a los visitantes.
El turismo obliga a una inversión estatal y privada en infraestructura que no sólo es aprovechada por los turistas. Gracias a su desarrollo podemos aterrizar en Puerto Plata, La Romana, Punta Cana y Samaná, y muy pronto en Barahona. Las Américas ha sido remodelado como un aeropuerto funcional y confortable. Carreteras modernas para el acceso a las zonas turísticas benefician a otras actividades productivas y acortan distancias en las rutas del transporte regular de pasajeros. Pero como sucede también con las instalaciones industriales, el emplazamiento de hoteles y villas -aunque cada proyecto instale su generador y cisterna- coloca demanda adicional de energía eléctrica, agua potable, recogida de basura, sobre servicios deficitarios.
La presencia de alemanes, norteamericanos, canadienses francoparlantes, ingleses, españoles, italianos, ha expuesto a los dominicanos -desde gente bien formada hasta el simple limpiabotas- al contacto con nuevas lenguas y culturas. Enriqueciendo el conocimiento en idiomas de quienes se las ingenian prestando servicios a los turistas: encargados de actividades en trance de políglotas improvisados, personal de front desk, mozos, bartenders, guías, quienes mastican fonemas en lenguas extranjeras.»
Un par de años después, en agosto 1997, publiqué «El boom del turismo«.
«Contra viento y marea, pese al catastrofismo que suele apoderarse cíclicamente de la opinión pública y a los paros en zonas de importancia turística, los datos del crecimiento de la industria sin chimenea durante el año 96 y el primer semestre del 97 son tercamente elocuentes. El país es un destino atractivo no sólo para quienes nos han favorecido con su preferencia en los últimos años. También para argentinos, ingleses, franceses, austríacos y belgas, que han descubierto la espléndida oferta de playas, sol y montañas, empaquetada en resorts concebidos arquitectónicamente para el descanso y la sana diversión bajo la modalidad del todo incluido.
El Informe de la Economía Dominicana de enero-junio 1997 del Banco Central, revela que las actividades del sector turismo crecieron un 9.5% durante el período en cuestión, resultado del incremento en la tasa de ocupación hotelera (76%), basada en mayor número de habitaciones (35,751), superior en 8% a las disponibles a junio del año anterior. Los ingresos por concepto de turismo aumentaron debido a un flujo superior de visitantes de 12% respecto a 1996 y a un mayor gasto per cápita. Los extranjeros gastaron USD$1,004 frente a USD$956 el pasado año y los dominicanos no residentes pasaron de USD$578 a USD$691. El fisco fue más eficiente: mejoró 12% las recaudaciones por habitación y 62% por ITBIS.
Al analizar las 10 principales fuentes nacionales (EE.UU., Alemania, Canadá, Italia, Argentina, España, Inglaterra, Francia, Austria y Bélgica) del turismo que nos visita -sin los dominicanos no residentes que son el 20%-, se observa una reducción en el flujo desde EE.UU. y Alemania de 11% y 7%. Empero, los incrementos de canadienses, argentinos, ingleses y franceses sobre compensaron las pérdidas sufridas en aquellos mercados. Por región de origen, Europa predomina con 54%, seguida de Norteamérica con 35% y Sudamérica con 8%.
El Informe del BC ilustra las características de los visitantes. El 85% viajó por motivo de placer, 5% visitó amigos y parientes y 3% lo hizo por negocios. El 70% de los viajeros no residentes incluyendo a los dominicanos, se alojó en hoteles, prefiriendo el resto casas de parientes, en especial entre los criollos. La composición por sexo es paritaria (51% hombres y 49% mujeres), siendo la tarjeta de turismo (69%) el documento más utilizado. Los adultos entre 21 y 49 años fueron el 62%, seguidos por mayores de 50 (21%), niños (8%) y adolescentes (7%). La estadía de los extranjeros fue 11 días y los dominicanos 16 días.
Al analizar el gasto de los extranjeros, 74% se destinó a cubrir alojamiento comidas y bebidas, 9% a entretenimiento, 7% a regalos y 5% a transporte. Los criollos dedicaron 51% al primer renglón, dada una menor carga por alojamiento, aumentando el gasto en diversión (18%) y transporte (13%), figurando gastos médicos con 4%, al aprovechar su estadía para «arreglarse la boca» y acudir a otros servicios de salud.
Un dato por resaltar es el aporte global que durante su visita realizaron los dominicanos residentes en el exterior a la dinámica de la economía. En el 1er semestre del 97 estos inmigrantes que retornan estacionalmente invirtieron USD$182 per cápita y efectuaron remesas de bolsillo por USD$190, que sumados a los USD$691 gastados en consumo, alcanzan USD$1,064.
Con anuncios de nuevas inversiones que se proyectan en los próximos 2 años o ya en fase de ejecución -unos 750 millones de dólares a cargo del sector privado con generación de 40 mil plazas laborales directas e indirectas-, junto al flujo del turismo de crucero en ascenso, el país se perfila como una potencia turística regional imbatible.»
Este miércoles, el ministro Collado -que ha realizado una estupenda gestión del sector- anunció la meta de finalizar el 2024 con más de 11 millones de visitantes. Ojalá que llueva café.