Las lecciones contra incendios que siguen pendientes en Portugal
El martes pasado, mientras se dirigían a combatir el incendio declarado en la aldea de Tábua (Portugal), las llamas se apoderaron del coche en el que viajaban los bomberos voluntarios Sónia Cláudia Melo, Susana Cristina Carvalho y Paulo Jorge Santos. Este sábado fueron enterrados rodeados de autoridades circunspectas, compañeros llorosos y anuncios de honores en Vila Nova de Oliveirinha. Si alguien puede saber lo que vivieron antes de morir es Rui Rosinha, el bombero que sobrevivió al infierno en Pedrogão Grande en 2017. Las imágenes de estos días, con la desesperación de vecinos, el heroísmo de los equipos contra incendios y las críticas de alcaldes, han reactivado en Rosinha todo el espanto que sufrió. Hasta el extremo de que prefiere no hablar.
Pero sí lo hace Dina Duarte, presidenta de la Asociación de Víctimas del Incendio de Pedrogão Grande, donde murieron 66 personas: “Portugal aprendió muy poco con los incendios de 2017”. Duarte siente que la tragedia de aquel año apenas ha servido para evitar nuevas pérdidas humanas y catástrofes ambientales. “Por fortuna no han ocurrido muchas muertes, pero son suficientes para crear una tristeza profunda. No solo en sus familiares, sino también en todos los que han perdido a alguien antes. Para nosotros nunca es fácil saber que ha vuelto a morir alguien más en otro fuego, principalmente los bomberos”, lamenta. “Siento una tristeza y una amargura que ni sé explicar; esto nos trae de regreso un 2017 triste que no mejoró en nada para el futuro”, lamenta Duarte.
La oleada de siniestros de la última semana ha arrasado más de 135.000 hectáreas y se ha llevado por delante siete vidas, además de causar 12 heridos graves y la destrucción de un número de casas y otras edificaciones todavía por cuantificar. Este año, que llevaba camino de ser uno de los más benignos, se ha convertido en uno de los peores de la década en menos de seis días. Solo 2017, con su trágico legado de muertes y más de medio millón de hectáreas ardidas, se puede considerar peor.
En esos seis días se dieron unas condiciones meteorológicas extremas que aceleraron la propagación de las llamas. Pero lo cierto es que el estado del territorio ayudó a que estas escalasen rápido. Los alrededores de algunas casas calcinadas muestran árboles demasiado cercanos, los bordes de numerosas carreteras están flanqueados por eucaliptos o matorrales y buena parte del territorio sigue pendiente de limpieza. “La política de prevención de incendios es avanzada y reconoce la importancia de la prevención. El problema es concretar en el terreno estas intenciones. Es un problema crónico de Portugal: tener buenos planes que luego no conseguimos aterrizar”, reflexiona Paulo Martins Fernandes, un profesor de la Universidad de Trâs-os-Montes, con larga trayectoria en la investigación de incendios y gestión forestal.
En 2024 se han registrado menos fuegos, pero su impacto ha sido más devastador. Hasta el pasado 17 de septiembre, “el año de 2024 presenta el valor más reducido en el número de incendios y el cuarto más elevado en área ardida desde 2014”, según el informe del Sistema de Gestión de Incendios Forestales. Por primera vez en una década, la cifra de siniestros estaba por debajo de los 6.000, muy lejos de los 15.841 de 2017 o los 17.393 de 2015. Hay menos, pero son peores.
Un tercio de los fuegos, intencionados
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En cuanto a las causas, la estadística oficial desvela que la acción humana está en el origen de la mayoría, ya sea con intención (33%) o negligencia al hacer quemas (12%). La policía detuvo este sábado a un hombre de 47 años como sospechoso de causar uno de los incendios recientes más graves en Sever do Vouga, que se prolongó más de tres días. También se le atribuyen otros tres fuegos en la zona, registrados en julio. Más allá de su alcoholismo, la policía no logró atisbar las razones que podrían haber alentado sus acciones.
Para este domingo se han convocado protestas en 12 localidades por plataformas ciudadanas, que reclaman una transformación de las políticas forestales y territoriales, “combatiendo activamente el abandono y el monocultivo del eucalipto”. Paulo Martins Fernandes considera que el problema no reside tanto en la especie como en el modelo de explotación. “Es un problema cuando son manchas forestales continuadas muy extensas y cuando falta gestión del territorio”, puntualiza.
De las más de 200.000 hectáreas forestales sobre las que se pretendía intervenir cada año, solo se ha logrado actuar sobre la quinta parte. Para Dina Duarte, es una responsabilidad tanto del Gobierno como de los ciudadanos: “La prevención también depende de nosotros. Hay que hacer limpiezas cerca de las poblaciones, es obligatorio y no todo el país lo ha hecho. Debe haber una mejor gestión forestal y otra vegetación, no puede haber un monocultivo en tantos kilómetros como ocurrió aquí. El Gobierno tiene que hacer algo para cambiar esto”.