Hezbolá, mucho más que una milicia, algo menos que un Estado en Líbano

Hezbolá es la transliteración de Partido de Dios en árabe, el nombre de la formación política y paramilitar chií libanesa que esta semana sufrió un ataque inédito que se atribuye a Israel. Unos 5.000 buscas y walkie-talkies estallaron matando a más de 30 personas e hiriendo a varios miles más. Mientras los aviones de guerra israelíes sobrevolaban Beirut, el líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, prometió este jueves un “ajuste de cuentas grave” que se conocerá “cuando llegue el momento”. Dejaba traslucir así que su organización sopesará su respuesta si decide abandonar esa doctrina que su principal aliado, Irán, define como “paciencia estratégica”: evitar la escalada si ello va en contra de sus intereses.

Al igual que con la palestina Hamás, Israel trata de reducir a Hezbolá a una mera organización terrorista, recordando no solo sus ataques contra territorio israelí, sino atentados que se le atribuyen en el pasado, como uno sucedido en 1983, cuando sendos camiones bomba mataron a más de 300 militares estadounidenses y franceses en sus cuarteles de Beirut. Así figura el partido-milicia en las listas negras de Estados Unidos y otros países, mientras que la Unión Europea considera “terrorista” solo a la rama militar del movimiento.

Esta organización es mucho más, según los expertos, que la describen como un “Estado dentro del Estado” libanés; un actor político que, desde 2005, ha participado —incluso con poder de veto— en los frágiles gobiernos del país. También es la milicia mejor armada de Oriente Próximo y un movimiento social especialmente consagrado a la población chií, mayoritaria en los feudos del partido en Beirut, como el barrio de Dahiye, en el sur del país y en el valle oriental de la Becá.

¿Grupo terrorista o movimiento de resistencia?

El partido-milicia que, desde el inicio de la guerra de Gaza, hace casi un año, libra una guerra limitada con el lanzamiento de cohetes a Israel, surgió en 1982 de una escisión de los Batallones de la Resistencia Libanesa (AMAL en sus siglas en árabe), fundados en los años setenta para defender a la marginada minoría chií, hoy aproximadamente el 27% de la población libanesa. Lo hizo inspirado en la Revolución Islámica de Irán de 1979 y con apoyo de ese país. Los primeros milicianos de Hezbolá fueron entrenados por la Guardia Revolucionaria, el ejército paralelo de Irán, un país mayoritariamente chií.

La organización no es, sin embargo, un invento de Irán. Sus raíces se remiten a la discriminación de los chiíes, pero el desencadenante de su creación fue la invasión israelí de Líbano en 1982 para expulsar a la Organización de Liberación de Palestina (OLP), durante la guerra civil de ese país (1975-1990). El grupo nació ese mismo año “como un movimiento social” con tres objetivos iniciales reflejados en su carta fundacional de 1985: “establecer un Estado islámico en el Líbano, expulsar a Israel de los territorios ocupados y aliviar el sufrimiento de los libaneses que más lo necesitaban”, recalca un artículo de Itxaso Domínguez de Olazábal, profesora de la universidad Carlos III de Madrid y del Instituto de Estudios Políticos de París, y experta en Oriente Próximo.

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Muchos habitantes de esa región ven a Hezbolá como un “movimiento de resistencia”. Por el contrario, consideran que “quien ejerce un terrorismo de Estado” es Israel con su guerra y su “genocidio” en Gaza, que ya ha causado más de 41.000 muertos, sus asesinatos selectivos y sus bombardeos de otros Estados —Líbano, Siria, Yemen, Irán, Túnez—, recalca por teléfono Haizam Amirah Fernández, analista especializado en las relaciones internacionales de Oriente Próximo.

Un partido político

Hezbolá se registró como partido político en 1992. En las municipales de ese año, se presentó en 12 distritos. Venció en todos y, desde 2005, participa también en los gobiernos del país. Cinco años antes, en 2000, la retirada de Israel del sur de Líbano, que se atribuyó en parte a sus acciones de resistencia, le concedió un gran crédito político. Esa aura de haber “plantado cara a un Estado ocupante y agresor [Israel]”, precisa Amirah Fernández, aumentó en 2006, tras la guerra de un mes con el ejército israelí de ese verano. Unos 1.300 libaneses y 165 israelíes murieron. Israel arrasó pueblos y barrios enteros de Beirut, pero el conflicto acabó en tablas y las tropas israelíes salieron de Líbano.

“El hecho de que [el partido-milicia] no fuera aniquilado, a pesar de la enorme superioridad militar de Israel, es en lo que la lógica de la resistencia se considera una victoria”, recalca el experto. En 2009, en su nueva carta de principios, abandonó la reivindicación de un Estado islámico y abogó por una “democracia consensual”. En las elecciones de 2022, Hezbolá y sus aliados chiíes y cristianos perdieron su hegemonía en el Parlamento de Líbano, que quedó sin una mayoría clara. Ello provocó un bloqueo político y un vacío de poder en la presidencia del país que aún perdura.

Definir a Hezbolá como un mero grupo terrorista “ha permitido justificar cualquier acción contra ese movimiento”, subraya Domínguez de Olazábal, “sin considerarlo un actor pragmático y racional”, que toma decisiones “muy meditadas”.

Armas, supermercados y hospitales

La evolución de Hezbolá como actor político en Líbano —con el apoyo de Siria— no ha mermado su identidad militar. Dispone de un enorme arsenal que según Washington incluye hasta 100.000 misiles, muchos capaces de alcanzar todo el territorio de Israel, además de tanques, artillería pesada y drones iraníes. Su líder asegura que sus combatientes alcanzan los 100.000, una cifra que las cancillerías occidentales reducen a menos de la mitad, sin contar con sus simpatizantes, de los que muchos tienen entrenamiento castrense. Sus unidades incluyen a la fuerza de élite Radwan, cuyo jefe fue asesinado por Israel el viernes en Beirut.

La milicia atesora una gran experiencia en la guerra de guerrillas y en entornos urbanos, así como ejército regular en las filas de Bashar el Asad durante la guerra civil siria. Es muy inferior militarmente a Israel, que incluso dispone de armas nucleares, pero no es un enemigo pequeño. Una guerra abierta entre ambos probablemente causaría miles de víctimas también en el lado israelí.

Además de la ayuda financiera —y en armas y entrenamiento— que recibe de Irán y de Siria, Hezbolá dispone de variadas fuentes de ingresos. Como los fondos transferidos por asociaciones internacionales de solidaridad islámica y la próspera diáspora libanesa. Además, ha establecido lo que Domínguez de Olazábal define como una “economía paralela” a través del control de lucrativos sectores como el de los medicamentos del mercado negro y las farmacias, o la creación de negocios propios como la cadena de supermercados, Al Nour Markets, donde venden productos iraníes y sirios. También ejerce actividades ilegales como el contrabando en la frontera con Siria y la evasión de impuestos. Washington ha acusado al grupo de estar implicado en el tráfico de drogas, algo que este niega.

Hezbolá obtiene, por ejemplo, importantes réditos de Jihad al Binna, su asociación para el desarrollo, que lleva a cabo proyectos de reconstrucción e infraestructuras. Esa organización se lucra con obras públicas y proyectos estatales gracias a la presencia del partido en las instituciones, según el centro de estudios británico Chatham House.

En un Estado semi fallido en el que la parálisis política ha espoleado una crisis económica que ha sumido al 80% de la población en la pobreza, la obra social del movimiento explica en parte el apoyo del que goza en un segmento de la población, especialmente la chií. Hezbolá gestiona hospitales y clínicas gratuitas para sus miembros, financia orfanatos, distribuye ayudas y paga centros de formación. Incluso dispone de una especie de sistema de seguridad social para sus afiliados, que también le proporciona ingresos: la tarjeta Al Sajed, que puede utilizarse para comprar artículos en los mercados Al Nour, y que se recarga cada mes con el equivalente en liras libanesas de unos 200 euros. La CNN resumió el papel de Hezbolá en 2006 al afirmar que, en sus feudos, hacía “todo lo que debe hacer un Gobierno, desde recoger la basura hasta gestionar hospitales y reparar escuelas”.

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