Ser extranjero en el este de Alemania: la vida en una ciudad donde tres de cada diez vecinos votan a un partido xenófobo
“Es la primera y la única vez que me ha ocurrido algo así en los 22 años que llevo en Alemania”. Adeline Abimnwi Awemo quiere dejar eso claro antes de explicar cómo, a finales de julio, sufrió un ataque racista en plena calle en su ciudad, Cottbus, cerca de la frontera con Polonia. Estaba colgando sus propias pancartas electorales —se presenta a las elecciones de este domingo en Brandeburgo— cuando una mujer de 29 años la abordó a gritos mientras intentaba arrancarlos. “No sois humanos, me llegó a decir, ¿se lo puede creer?” También la agredió físicamente, se presentó la Policía y el caso está en el juzgado.
Awemo, nacida en 1977 en Camerún, decidió seguir adelante. “No solo no paré la campaña sino que me ha dado más fuerza para seguir”, afirma sentada en un banco frente a la estación del tren de Cottbus, donde aprovecha un hueco en su agenda de candidata (por la CDU) para atender a EL PAÍS antes de un acto de campaña. Dice que no está asustada por el auge de la ultraderecha en este Estado, parte de la antigua Alemania comunista: “Miedo no tengo, porque el miedo paraliza. Sí estoy preocupada, y mucho, pero eso me motiva a luchar por la democracia que tenemos”.
Los ánimos están muy caldeados en Brandeburgo, el land que rodea Berlín, donde el partido ultra Alternativa para Alemania (AfD) podría convertirse en primera fuerza este domingo, según las encuestas. Una formación con un discurso antiinmigración duro, que exige el cierre de fronteras y que presenta como cabeza de lista a un hombre que afirma abiertamente que la remigración [la expulsión de miles de inmigrantes] “no es ningún plan secreto sino una promesa”.
Cottbus, antaño capital de una próspera comarca minera, Lusacia, trata de reinventarse como ciudad universitaria. Acoge cada vez a más estudiantes de fuera de Alemania, que incluso pueden estudiar grados en inglés. Pero el éxito de la ultraderecha empieza a provocar inquietud a los extranjeros, a desanimar a quienes se planteaban mudarse al este alemán o, si ya residen aquí, a pensar en marcharse. En Cottbus el 29,2% de quienes votaron en las elecciones europeas de junio lo hicieron por la ultraderecha.
Nadeem Manjouneh, de 31 años, está decidido a quedarse. Cottbus es su hogar. Llegó de Siria con sus padres y su hermano menor en 2015, durante la oleada migratoria que llevó a más de un millón de sirios a las fronteras alemanas en busca de refugio. Aprendió alemán por su cuenta, acabó la carrera de Arquitectura que tuvo que interrumpir en Alepo y ahora es trabajador social. “Puedo entender por qué los alemanes del este están votando así”, asegura durante un paseo por su barrio, donde es muy conocido por su trabajo y porque se presentó por un partido pequeño a las últimas elecciones municipales.
Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
Manjouneh dice que, como inmigrante, y como musulmán, se siente amenazado por el auge ultra, pero cree que buena parte del voto es pura protesta. “La historia de la RDA pesa todavía aquí, los 40 años de dictadura, el sentimiento de inferioridad con el oeste, la diferencia de salarios… Empatizo con ellos”, asegura: “No se fían de los partidos políticos ni del Gobierno y se dejan llevar por la propaganda. Muchas cosas no funcionan y tiene que haber un responsable. En este caso, somos los inmigrantes”.
Los padres de Manjouneh volvieron a Siria en 2018. “No consiguieron integrarse”, cuenta. Y lo intentaron. Aprendieron alemán, buscaron trabajo, trataron de vencer a la burocracia. “Mi padre era abogado en Siria. Aquí en la oficina de empleo le dijeron que se hiciera taxista”, explica. Su madre, trabajadora social, tampoco pudo optar a un puesto adecuado a su formación y experiencia: “No querían vivir de prestaciones sociales, y les entiendo. Allí a veces no hay electricidad, pero al menos su vida es más digna”.
Para él y para su hermano pequeño, que estudia fisioterapia, Alemania ha supuesto una oportunidad que jamás habrían tenido en Siria con la guerra. Pero le preocupa “el entorno hostil con los inmigrantes” y lo que puede ocurrir en el futuro si la ultraderecha alcanza el poder. Cree que Alemania “se está disparando en el pie” al dar alas a un partido xenófobo. El mercado laboral necesita mano de obra extranjera. “Conozco a varios médicos que están estudiando en Turquía o Serbia y que se planteaban emigrar a Alemania que ya lo han descartado. Prefieren otros países”.
El ambiente hostil que describe Manjouneh también lo han experimentado Raiyan Al Jaber y Muntasir Hossain, ambos de Bangladesh y de 30 años. El primero, estudiante de Ingeniería, muestra en su teléfono móvil la foto de un cartel electoral de AfD en el que se lee “Hay que parar la islamización”. “Ya lo han retirado, pero para un musulmán, incluso uno laico como yo, no es algo agradable de ver”, explica. Hace dos semanas una señora mayor pegó a su novia con un bastón en la parada del autobús. “Sin motivo, solo porque llegó corriendo para no perderlo”, explica.
Hossain, que trabaja como camarero, añade que a veces notan las miradas reprobatorias de algunos conciudadanos. “Suele ser la gente mayor. Entre los jóvenes no se percibe el racismo. Y nosotros nos movemos en ambientes universitarios, que son muy seguros”, señala. Lleva dos años en Alemania y le gustaría quedarse. “Justo ahora estábamos comentando cómo van nuestras clases de alemán”, ríe, sentado en un parque en el centro de la ciudad.
Manjouneh relata, sin insistir demasiado en ello, que al racismo cotidiano, contra el hiyab en los colegios, por ejemplo, se han sumado últimamente otros actos que le inquietan. Además del ataque a la candidata de la CDU nacida en Camerún, algunos vecinos musulmanes encontraron orejas de cerdo en sus buzones. Los expertos explican que las personas a las que nunca les gustaron los extranjeros se han envalentonado al calor del éxito de AfD, de forma que en lugar de limitarse a mirar mal como hacían antes ahora pasan al insulto o la agresión.
No es esa la ciudad en la que Manjouneh se siente como en casa: “El 12% de los habitantes son inmigrantes, y sin ellos no se habría superado la barrera de los 100.000 habitantes que le ha dado a Cottbus su estatus de ciudad grande, más presupuesto, mejores servicios. En realidad les debe mucho”.