El temor a bombardeos urbanos masivos se cierne sobre la guerra de Ucrania
Los dos años y medio de bombardeos rusos por toda Ucrania han causado miles de víctimas, desde Kiev hasta Járkov, pasando por Odesa, Lviv y otras ciudades. Sin embargo, en estos 936 días de guerra nunca hasta el pasado martes un civil ruso había muerto por un ataque ucranio lejos de la frontera entre ambos países. Kiev ha disparado en las últimas semanas sucesivas oleadas de drones contra territorio ruso, pero solo en la andanada del 10 de septiembre causó una víctima mortal en Moscú. La mujer no murió en la ciudad fronteriza rusa de Bélgorod, castigada regularmente por los drones y cohetes ucranios, sino en Rámenskoye, cerca de la capital, en el corazón de Rusia. Esa muerte ha recordado el temor, expresado por algunos expertos militares, de que los contendientes recurran a bombardeos con drones y misiles a gran escala de zonas urbanas, como Moscú o Kiev, para doblegar al enemigo en un momento de estancamiento de la contienda. Una estrategia cuya plasmación en otro conflicto, el que enfrentó a Irán e Irán en los años ochenta, se denominó Guerra de las ciudades.
Las autoridades rusas parecen ser conscientes de esa posibilidad. “Alrededor de Moscú está desplegado uno de los sistemas de defensa aérea más potentes del mundo, que hasta ahora ha parado, en general, los ataques”, precisa a EL PAÍS el analista militar ruso Yuri Lyamin. A pesar de ello, en la capital rusa se han instalado torretas de defensa antiaérea Pantsir sobre algunos edificios, mientras los inhibidores de drones dificultan la vida y el trabajo, especialmente de los taxistas, pero también de los conductores corrientes, al interferir la señal de los navegadores GPS.
Varias ciudades rusas anunciaron a su vez la pasada semana la construcción de búnkeres de hormigón en sus calles para protegerse contra los drones, cuya carga explosiva es pequeña, si bien estos refugios en ningún caso protegen del impacto de un misil. Algunas de esas localidades, como Tomsk y Krasnoyarsk, están a unos 3.000 kilómetros de distancia de Ucrania.
Un anuncio de esta semana del Servicio de Emergencias de Penza, a 1.500 kilómetros del país invadido, trasluce también el temor a un ataque en territorio ruso con gran número de bajas civiles: “El emplazamiento de este refugio [el de Penza] no ha sido elegido por casualidad. Los márgenes del río Sura son un punto de reunión masivo y salvarán la vida a la gente en caso de amenaza”, rezaba ese anuncio.
Uno de los peores intercambios en cuanto a número de bajas civiles entre ambos bandos de la guerra tuvo lugar a finales de 2023. Rusia mató al menos a 58 ucranios en un bombardeo masivo el 29 de diciembre con misiles hipersónicos Kinzhal. Ucrania atacó Bélgorod el día siguiente con drones y cohetes Vampire acabando con la vida de al menos 24 personas. Rusia lanzó otra oleada de 90 drones en las primeras horas de año nuevo que hirieron a decenas de civiles más.
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Ahora, Kiev ha solicitado ahora permiso a EE UU y Reino Unido para emplear sus misiles de largo alcance contra una lista de objetivos rusos exclusivamente militares, como centros de mando y bases aéreas. Londres y Washington han rechazado de momento la petición, a la que el presidente ruso, Vladímir Putin, ha respondido amenazando con una escalada.
“Si observamos las guerras desde la aparición de la aviación y de los cohetes capaces de atacar en profundidad, este tipo de ofensivas [contra ciudades] se han vuelto casi inevitables a largo plazo en cualquier conflicto importante”, puntualiza el analista Lyamin. En la “práctica”, señala, “la lógica de la guerra suele dictar que acaba siendo necesario aumentar la escala de los ataques y ampliar la lista de objetivos”. La llamada guerra de las ciudades del conflicto que enfrentó a Irán y a Irak entre 1980 y 1988 “es sin duda un ejemplo muy bueno de este fenómeno”.
Las grandes ciudades “suelen ser los centros industriales y de transporte más importantes, así como las sedes de los principales organismos gubernamentales”, destaca Lyamin. “Incluso si estos ataques no causan un daño militar o económico radical, obligan a desviar relevantes recursos para fortalecer la defensa aérea”, añade. Este analista no alude a otra de las ventajas, desde el punto de vista militar, de un ataque con muchas víctimas civiles: su impacto en la moral de la población, que podría luego presionar a sus respectivos gobiernos para que se rindieran.
Otros expertos militares, occidentales y rusos, también han establecido semejanzas entre ambos conflictos. “Esta guerra se parece mucho más a la de Irán e Irak que a otras”, señalaba a este periódico Ruslán Pujov, director del Centro de Análisis de Estrategias y Tecnologías (CAST). Mientras, el instituto de análisis independiente Re:Russia advierte: “[El entonces líder iraquí] Sadam Husein sumió al país en un conflicto tras una década de prosperidad impulsada por el petróleo, que reforzó su dictadura personalista. Pero ni siquiera el enorme coste humano y económico, ni la falta de resultados tangibles de la guerra, pudieron socavar el régimen y lo consolidaron aún más”.
La amenaza de posibles ataques masivos en ciudades convive además con la reiterada y apenas velada amenaza de Rusia de utilizar sus armas nucleares. Este sábado, el subjefe del Consejo de Seguridad de Rusia, Dmitri Medvédev, advirtió de que la paciencia de su país tiene un límite en lo que respecta al empleo de ese armamento. Aludía a esa posibilidad de que Occidente autorice a Ucrania el uso de misiles de largo alcance contra objetivos en territorio ruso. Estados Unidos y Kiev acusan, por su parte, a Rusia de usar cloropicrina, un arma química ―como todas, prohibida por las leyes internacionales― en la línea del frente, pero no hay constancia hasta ahora de ningún ataque químico contra ciudades.
Los civiles como blanco
Los primeros bombardeos aéreos contra ciudades en una contienda se dirigieron contra Londres y París en la I Guerra Mundial (1914-1918), pero a pequeña escala. Causaron menos de 1.000 muertos en la primera y unos 250 en la segunda. Fue en la Guerra Civil española donde se produjeron los primeros bombardeos con un número elevado de víctimas. Esa estrategia se utilizó luego de forma masiva durante la II Guerra Mundial.
En el caso de la guerra entre Irán e Irak, con la que los analistas comparan ahora la posible deriva de la guerra entre Rusia y de Ucrania, los ataques masivos contra las ciudades iraníes y la respuesta análoga de Teherán comenzaron en 1984. Se abrió entonces la guerra de las ciudades, que tuvo varios capítulos. Según un análisis del Boletín de los Científicos Atómicos, Teherán terminó por aceptar “por sorpresa” el alto el fuego por un giro clave en 1987, “cuando las tropas iraníes mejoraron sus defensas contra la guerra química e Irak movió el blanco contra la población civil”.
En Ucrania, las bombas han matado a al menos 11.743 civiles —incluidos 673 menores— y 24.614 personas han resultado heridas —1.322 son niños— desde que Vladímir Putin ordenó la invasión a gran escala el 24 de febrero de 2022, según el informe de agosto de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU. El organismo internacional ha advertido, sin embargo, de que la masacre de civiles “es probablemente mucho mayor”.
En cuanto a Rusia, las autoridades no han presentado ninguna cifra total de víctimas en su territorio y solo han ofrecido un dato parcial limitado a la primera mitad de 2024, cuando Ucrania intensificó su respuesta. El Ministerio de Exteriores ruso informó de 465 muertos en su territorio en el primer semestre de 2024, dos meses antes de la invasión ucrania de Kursk. Las autoridades de la región fronteriza rusa de Bélgorod calculan que unos 200 civiles han fallecido a lo largo de la guerra.
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