Estados Unidos y la muerte de Trujillo I
En diferentes ocasiones el general Antonio Imbert Barrera y Luis Amiama Tió, por separado, ofrecieron declaraciones públicas desmintiendo versiones en el sentido de que los Estados Unidos, a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), estuvieron involucrados en el complot para derrocar al dictador Rafael L. Trujillo, fuera por la vía del asesinato o de un golpe de Estado.
Al proceder de esa manera ambos héroes actuaban con sinceridad y conforme a los datos que poseían acerca de ciertas interioridades de la conjura. No podían opinar sobre lo que desconocían, especialmente las vinculaciones o acuerdos con agencias foráneas, como la embajada de Estados Unidos en el país.
Recuérdese que el complot estuvo estructurado por cuatro núcleos (el grupo de Moca, el grupo de Juan Tomás, el grupo de Salvador y el grupo de Mr. X) cuyos principales jefes o coordinadores eran quienes realmente manejaban información sensible acerca de las ramificaciones políticas y militares de la trama. Y es que, acaso por motivos de seguridad, no todos los amarres y contactos eran compartidos con cada uno de los conjurados.
Sin embargo, varios años después del tiranicidio trascendió que, ciertamente, los Estados Unidos habían manifestado interés para contribuir a deponer a Trujillo, asegurándose, claro está, que dentro de los conspiradores hubiera personas competentes y confiables para garantizar una transición pacífica hacia un sistema democrático.
Se ha demostrado, a través de datos empíricos que no admiten dudas, que desde mediados de 1960 la administración Eisenhower decidió modificar su política exterior respecto de América Latina, tomando distancia de manera prudente de determinados regímenes dictatoriales que, como el de Trujillo, habían sido sus tradicionales aliados durante varios decenios.
En los Estados Unidos existe una amplia bibliografía, autoría de historiadores, periodistas y algunos ex agentes de la CIA, que contiene documentos oficiales desclasificados vinculando al gobierno norteamericano con algunos miembros del grupo político del complot contra Trujillo. Por la parte dominicana, son recomendables principalmente las investigaciones y publicaciones de los historiadores Bernardo Vega, Eisenhower y Trujillo (1991), Kennedy y los Trujillo (1991), y Los Estados Unidos y Trujillo. Los días finales, 1960-1961, editado en 1999; y Víctor Grimaldi, Tumbaron al jefe. Los Estados Unidos en el derrocamiento de Trujillo (1999), recientemente reeditado.
En principio, el presidente Dwight Eisenhower, lo mismo que su sucesor John F. Kennedy, a través de su sede diplomática en Santo Domingo, estimularon a algunos disidentes dominicanos para conspirar y derrocar el régimen dictatorial. Incluso, esos opositores solicitaron al embajador norteamericano el envío de rifles con miras telescópicas y otras armas para poder acometer con éxito el atentado. Las armas solicitadas nunca llegaron, sobre todo tras el fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos, en Cuba, en abril de 1961, la cual había contado con el abierto apoyo de la Casa Blanca.
El escándalo internacional originado por la fallida invasión anticastrista dio lugar a que el Departamento de Estado y el representante de la CIA en el país se distanciaran del plan tiranicida y hasta recomendaran su posposición; pero el grupo de acción desestimó tal recomendación y continuó con los aprestos tiranicidas.
Así las cosas, desentendida la Casa Blanca del affaire dominicano, el historiador Arthur M. Schlesinger, asistente especial de Kennedy, tiempo después del 30 de mayo reveló que el asesinato de Trujillo tomó a Washington por sorpresa.