Michel Barnier solía esgrimir su afición a la montaña para dar pistas sobre su capacidad de alcanzar cimas a primera vista inalcanzables. Durante muchos años, el Brexit pareció una de esas cimas. Y la elección en 2016 de este veterano político, de aspecto rígido y con un dominio limitado del inglés, para acometer la tarea más ingrata en la historia de la Unión Europea —el divorcio británico— generó un enorme escepticismo en Bruselas y en Londres. Barnier no se arredró y, al filo de la fecha límite, a finales de 2020, logró un pacto que más tarde reveló importantes fisuras, pero que entonces concitó el acuerdo tras años de tortuoso diálogo.

Para aplacar la frustración que generaba en las filas británicas, y también en las de la UE, la lentitud del proceso, Barnier reiteraba —siempre en francés— un mismo argumento: no es fácil destejer una relación de 47 años, los que permaneció el Reino Unido integrado en la UE. Para lograrlo, necesitó tejer alianzas imposibles con todos los miembros del club comunitario. Esa experiencia de tejer y destejer resultará ahora clave para tratar de poner fin al bloqueo político que ha vivido Francia en las últimas semanas.

En Bruselas, la templanza con la que Barnier deslizaba los mensajes más rotundos sobre las consecuencias de la salida del Reino Unido desconcertaba a los negociadores —y a buena parte de los periodistas— británicos. Algunos presagiaban que en algún momento sería destituido. Ocurrió lo contrario: la dificultad de la tarea obligó a Londres a relevar varias veces a sus negociadores, mientras Barnier resistió hasta el final sin grandes concesiones.

Los primeros sorprendidos de esa capacidad para expresar con una sola voz la posición europea frente al socio que pedía la salida tras un referéndum fueron los propios países europeos. Aun así, no todo fueron éxitos. De hecho, uno de sus enfrentamientos velados en este proceso ocurrió con España. El Gobierno español consideraba que no defendía con suficiente ardor la necesidad de encontrar una solución europea para Gibraltar, la colonia británica enclavada en territorio español que, con la salida del Reino Unido de la UE, quedaba obligada a reescribir la relación con España.

El ya primer ministro francés necesitará recuperar esas dotes de forjador de consensos si pretende sobrevivir en la Asamblea francesa más fragmentada de la V República. La polarización del panorama político francés convierte su nueva misión en una tarea casi tan titánica como la de gestionar el Brexit.

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