Macron también ha traicionado a sus votantes
El sistema electoral francés, basado en dos vueltas, es endiablado y se podría argumentar que incluso bastante injusto. Reagrupamiento Nacional (RN), el partido de ultraderecha que Marine Le Pen está intentando blanquear con más o menos fortuna —recuerda aquella remota frase de Alfonso Guerra sobre la derecha española: “¿De dónde vendrá el PP, que lleva tantos años viajando al centro?”—, siempre ha estado infrarrepresentado con respecto a su posición real entre los votantes franceses.
Le Pen ha logrado pasar dos veces a la segunda vuelta de las presidenciales —en 2017 y 2020—. En ambas fue derrotada por Emmanuel Macron gracias a los votantes de izquierdas, que prefirieron apoyar a un candidato que no les convencía con tal de frenar a la ultraderecha. Lo mismo ha ocurrido en comicios legislativos y locales, lo que no ha impedido que los ultras siguiesen avanzando.
Es muy posible, incluso, que ese sentimiento de injusticia haya contribuido a fortalecer a RN. Pero en las elecciones —y en los juegos, los deportes y la vida en general— no se pueden cambiar las reglas en mitad del partido. Y eso es justamente lo que acaba de hacer Macron al nombrar primer ministro al conservador Michel Barnier tras unas legislativas que perdió estrepitosamente y que ganó un variopinto frente de izquierdas.
Macron es presidente porque muchos votantes de otros partidos, principalmente a su izquierda, respetaron el frente republicano, esto es, la obligación moral de impedir que la ultraderecha —que no logra disimular su racismo ni su desprecio por muchos de los valores democráticos sobre los que se funda la Unión Europea— alcance cuotas de poder. Pero, tras perder las legislativas, se ha negado a nombrar un primer ministro que represente el resultado de las urnas.
La excusa de que necesitaba un candidato que no pudiese ser bloqueado por los demás apenas se sostiene porque el futuro de Michel Barnier —un político sólido de 73 años, con una experiencia indiscutible y una larga carrera en las instituciones europeas, que supo llevar a buen puerto las laberínticas negociaciones del Brexit— es tremendamente endeble. Después del rechazo que han mostrado a su nombramiento tanto el Partido Socialista como la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, se queda en manos de Marine Le Pen porque el bloque presidencial no tiene, ni de lejos, los diputados suficientes para sostenerle (166 en una cámara de 577).
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En Italia, durante varias elecciones seguidas, salía un resultado en las urnas; pero se acababa nombrando a un primer ministro gestor dando la espalda al electorado. El pretexto era la gobernabilidad, la estabilidad, la crisis… Argumentos muy razonables. Al final, los hechos son tozudos y ha acabado de presidenta del Consejo la ultraderechista Georgia Meloni. Solo hay un tipo de partidos que ganan cuando se lanza el mensaje de que da igual lo que se vote, porque al final deciden otros. La V República francesa, fundada por Charles de Gaulle en 1958, es un régimen claramente presidencialista. Pero los poderes del presidente no son absolutos, aunque tal vez Macron sea cada menos consciente de ello.