El desencanto del este alemán vota contra los partidos tradicionales

“Sigue habiendo dos Alemanias, y me parece que los políticos no son conscientes, o no quieren verlo”. Andreas Meyer tenía cinco años en 1990, el año de la reunificación. No recuerda cómo era la vida bajo el régimen comunista ni los primeros años de la República Federal, pero dice entender perfectamente a quienes todavía se remiten a esa época para justificar su actual decepción con el sistema democrático. “Lo veo en la generación de mi padre. Muchos añoran aquello, el trabajo para toda la vida, la seguridad, y se sienten maltratados por Berlín”, explica a la salida de una librería en el centro de Leipzig.

La mayor ciudad de Sajonia, que, como Dresde, la capital, perdió mucha población tras la reunificación, es hoy una ciudad en ebullición, moderna, universitaria y que atrae talento joven de todas partes del país. Los transportes públicos funcionan, el centro está cuidadosamente restaurado, la oferta cultural es apabullante. Pese a ello, Meyer, con un trabajo bien pagado en consultoría, asegura que todavía se percibe resentimiento y sensación de abandono. Cuando se cumplen 35 años de la caída del muro de Berlín, la brecha este-oeste sigue abierta, y ayuda a explicar por qué los populistas de derechas de Alternativa para Alemania (AfD) lideran las encuestas en las elecciones que se celebran este domingo en esta región y la vecina Turingia.

Los dos territorios van convergiendo poco a poco, pero todavía perviven diferencias. Independientemente de si se mide por producción económica per cápita, renta disponible o productividad laboral, el este sigue siendo más pobre que el oeste. El cambio radical de la economía planificada de la República Democrática Alemana (RDA) a la economía social de mercado occidental fue traumático. Todas las empresas estatales se privatizaron en escasos cuatro años y se perdieron el 70% de los puestos de trabajo. Regiones enteras se hundieron en el declive económico.

En 2005, la tasa de desempleo en los Estados orientales era de casi un 19%. En 2023 ya había descendido al 7,2%. Sin embargo, sigue estando por encima de la media de Alemania occidental (5,3%). También hay diferencias en los sueldos. Los asalariados en el este ganan casi un 16% menos de media que en el oeste, según un estudio reciente de la Fundación Bertelsmann. Las pensiones de jubilación, uno de los mayores agravios para los antiguos trabajadores de la RDA, no se igualaron con las del oeste hasta julio del año pasado.

Los resultados de los comicios de este domingo se leerán como la prueba palpable de que Alemania ha fracasado a la hora de integrar políticamente al este tras la caída del muro. Las desigualdades van más allá de las condiciones materiales. El este está infrarrepresentado en las esferas de poder a escala federal, pese a contar con figuras tan destacadas como la excanciller Angela Merkel o el expresidente federal Joachim Gauck. Una encuesta reciente reveló que solo el 14,3% de los directivos en el Gobierno habían nacido en Alemania oriental. Solo dos de los 35 secretarios de Estado del Ejecutivo del socialdemócrata Olaf Scholz proceden de la antigua RDA, mientras los residentes en el este suponen el 20% de la población total. El partido de izquierdas Die Linke ha llegado a pedir una “cuota del este”, al estilo de las cuotas de género, para los altos cargos gubernamentales.

En las actitudes ante el sistema político, la sociedad y la democracia también se aprecian disparidades, que explican por qué los alemanes del este son más propensos a rebelarse contra los partidos tradicionales. Para empezar, tienen el doble de probabilidades de sentirse abandonados, o dejados de lado, que los del oeste (19% frente al 8%), según el último Deutschland Monitor, un exhaustivo estudio sociológico anual que analiza el estado de ánimo de los ciudadanos. Entre los del este cunde en mayor medida la impresión de que los políticos no se interesan o no hacen lo suficiente por ellos.

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Insatisfacción

“Hay que tomarse en serio este sentimiento, porque quienes se ven a sí mismos o a su región como ‘dejados atrás’ son más proclives a adoptar actitudes populistas y están menos satisfechos con el funcionamiento de la democracia”, asegura Marion Reiser, politóloga de la Universidad Friedrich Schiller de Jena, una de las autoras del trabajo. Prácticamente, todos los encuestados (97%) dijeron estar a favor de la idea de la democracia, pero al hablar de la práctica vuelven a surgir diferencias. Mientras en el oeste el 40% asegura estar insatisfecho con su funcionamiento, el porcentaje sube al 56% entre los alemanes orientales.

Algunas cifras pueden atribuirse a factores objetivos, señalan los expertos. El sentimiento de quedarse rezagados se aprecia en regiones afectadas por el envejecimiento de la población, la emigración o la falta de servicios públicos como sanidad o digitalización. Justo lo que sufren amplias zonas rurales de la antigua RDA, donde ha ocurrido lo contrario que en ciudades como Leipzig: una lenta despoblación. Cuatro millones de alemanes del este emigraron al antiguo territorio federal entre 1991 y 2021, en su mayoría adultos jóvenes de entre 18 y 29 años. Solo 2,8 millones de personas se desplazaron en sentido contrario.

“Muchos retos a los que se enfrenta Alemania en su conjunto se magnifican en partes del este como vistos a través de una lupa”, apunta Carsten Schneider, comisario del Gobierno Federal para Alemania Oriental, que cada año elabora un informe sobre el estado de la unidad alemana por encargo del Bundestag.

El candidato del partido de extrema derecha AfD en Turingia, Björn Höcke, en un acto de campaña en la región el 29 de agosto. Heiko Rebsch (dpa/picture alliance via Getty)

El último, de 2023, refleja una aparente contradicción: mientras la proporción de personas con antecedentes migratorios era de un solo dígito en todos los Estados federados del este ―excepto Berlín—, muy por debajo de la media nacional de algo más del 24%; es en el este donde se aprecia mayor prevalencia de actitudes xenófobas, así como un mayor número de casos de violencia de derechas, racista y antisemita. Si las encuestas no se equivocan, casi uno de cada tres votantes escogerá la papeleta de AfD, partido con un potente mensaje antiinmigración y que en Turingia presenta como candidato a Björn Höcke, un extremista condenado por emplear eslóganes nazis.

Conocer la historia de la RDA y la traumática reunificación ayuda a poner en contexto la polarización que viven ahora estas regiones, con ciudades pequeñas como Bautzen o Pirna, donde cada pocos días se convocan manifestaciones de signo neonazi así como contraprotestas antifascistas. La República Federal absorbió a la RDA sin tener en cuenta la perspectiva del este, recuerda Momme Schwarz, historiador de la Universidad de Leipzig. “Muchas personas de la Alemania oriental sintieron que no eran parte de la historia, que eran objeto, pero no sujeto de la reunificación. Con el paso del tiempo, la gente se ha ido sintiendo más y más frustrada”, añade.

“Pero cuidado, esta no es la única razón por la que la gente vota a AfD, es algo mucho más complejo”, asegura el también guía del museo Foro de Historia Contemporánea de Leipzig, que recorre la historia de la RDA y el complejo poso de la reunificación. “La mentalidad de no comprometerse, de no participar como ciudadano en la democracia forma parte de ese legado de la RDA”, añade Schwarz, que atiende a EL PAÍS frente a la mesa del politburó del régimen, una de las numerosas piezas originales que muestra la exposición permanente. “Mucha gente sigue pensando que le gustaría volver a los viejos tiempos”, añade, “a que alguien cuide de ellos y a no tener que lidiar con todas las complejidades de un mundo globalizado”.

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