El inicio del ascenso al Everest de Thais Herrera
El 13 de mayo conocimos a nuestros sherpas definitivos. Tashi, que era el mío, había coronado tres veces la montaña y hablaba muy buen inglés. Poder comunicarme en la montaña me daba mucha tranquilidad. Rinji era el de Paul y también tenía experiencia, pues ya había hecho cima una vez.
Tras conocerlos, hicimos una ceremonia que consistía en una ofrenda a la montaña de buenas intenciones, para que todo saliera bien. Los sherpas no suben hasta que se hacen esas ofrendas. Si no se hace, da mala suerte. Así pues, hicimos un ritual en el que ellos ofrecieron arroz, harina, cerveza, Coca-Cola… de todo. Uno pone sus mochilas y sus equipos al frente de una torre ceremonial adornada con unas banderas de oración que cuelgan de unos hilos. El lama se pasa dos horas haciendo mantras, repitiendo oraciones, y uno se pinta con harina la cara, tira arroz, come, bebe alcohol… Yo no bebí, pero comí unas galletas que se ofrendan. Fue una ceremonia muy bonita. Solo después de eso uno está listo para subir a la montaña.
Abandonamos el campamento base
Por fin llegó la hora. La noche del 15 de mayo fue la última en el campamento base. Nos anunciaron que el 21 había una ventana de clima para hacer cima, por lo que debíamos salir al día siguiente.
El 16 de mayo, por la tarde, hicimos las últimas preparaciones de equipamiento que necesitábamos. No queríamos dejarnos nada. Ordené mi carpa: acomodé el catre, limpié y me reuní con Paul. Empezó a oscurecer y nos despedimos de aquellas personas que se quedaban en el campamento base. Con unos abrazos calurosos, nos desearon suerte: a mi equipo y a mí. A las once de la noche, salimos hacia el campamento 1.
Salimos por la noche porque teníamos que pasar por la Cascada de Khumbu, la parte más peligrosa de la ruta hacia la cumbre del Everest. Tomamos la decisión de empezar al anochecer porque era cuando la temperatura estaba más baja. De esta forma, minimizamos el riesgo de que hubiera desprendimientos de hielo y otro tipo de accidentes.
El Glaciar de Khumbu es traicionero y exige mucha concentración. A medida que nos adentramos en él, nos encontramos con grietas aterradoras que había que cruzar por unas escaleras horizontales colocadas por los sherpas. En esas escaleras había que agarrarse de dos cuerdas fijas que no ofrecían mucha estabilidad. Además, había que caminar con los crampones: esos utensilios metálicos y puntiagudos que se colocan en las botas para caminar sobre hielo y nieve. No fue nada fácil. Como no veíamos el fondo, no sabíamos si las grietas tenían varios metros de profundidad o kilómetros. Mientras caminaba sobre las grietas, sobre unas finas escaleras que me separaban del vacío, pensaba: «Mira la bota, mira la escalera». La cuestión era no mirar al vacío. Sabía, por mi afición a la bicicleta de montaña, que donde pones la vista, allí llegas. Consistía en un juego de equilibrio y paciencia.
Íbamos sin oxígeno y el ritmo del grupo era elevado. En uno de esos momentos, le dije a Paul que necesitaba ir más despacio. Prefería ir a mi ritmo y no parar. No me importaba alejarme del grupo. Podíamos alcanzarlos más adelante. Empezamos a escalar a nuestro ritmo: sin prisa, pero sin pausas.
A las cuatro horas de salir del campamento base, llegamos a la pared más difícil y fue entonces cuando vi mi mayor temor: la fila. En esa hilera de gente alcanzamos a nuestro grupo y pasamos cerca de una hora esperando a las otras expediciones. Hacía frío, pero estaba amaneciendo y había un poco de luz. Nos pusimos a hablar con la gente que estaba alrededor y observamos a los que estaban delante para ver cómo subían y poder replicar lo mismo. En esa pared subí asistida. Nos engancharon e íbamos subiendo con el dispositivo ascensor. Para que la fila fuera más rápida, nos ayudaban a subir.
Las vistas desde el campamento 1
Tras escalar esa pared de hielo, seguimos caminando por el glaciar durante una hora y media más, hasta que finalmente llegamos al campamento 1. Nos encontrábamos a 6,000 metros de altitud, en medio de unas grietas y en unas condiciones climáticas adversas. Pero con una sonrisa y un corazón feliz porque fue la primera vez que vimos con tanta claridad cuál era el recorrido hasta la cima: sabíamos que el campamento 2 se encontraba hacia la izquierda y, a lo lejos, se podía ver pequeñito el campamento 3.
Al llegar, nos instalamos en nuestras tiendas de campaña. Los sherpas, siempre atentos, prepararon agua caliente. Tras unas seis horas de travesía, teníamos hambre, así que preparamos comida deshidratada. Para no llevar peso, llevábamos comida en sobres que se mezclaba con agua caliente y estaba lista para ingerir. Tenía suficientes carbohidratos, proteínas… Sin embargo, aunque era alimento, allí empiezas a comer mucho menos. El cuerpo, a esa altura y condiciones, no quiere comer, sino utilizar la energía que tiene para mantenerse vivo. Eso es lo que nosotros queríamos: mantenernos con vida.
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Un relato de Thais Herrera tal como se lo contó al periodista Miguel Caireta Serra.