El duelo entre Kamala Harris y Donald Trump entra en su fase decisiva tras dos convenciones triunfales

Poco más de un mes y 150 kilómetros de distancia han separado este año las convenciones de los dos grandes partidos estadounidenses. Una lluvia de confeti y la suelta de decenas de miles de globos con los colores de la bandera estadounidense —rojos, blancos y azules— marcaron el final de la fiesta en dos estampas intercambiables, de no ser por los enormes globos dorados (el color predilecto de Donald Trump) con los que han innovado los republicanos. Además de la puesta en escena, ambas convenciones han compartido estado de ánimo. Aclamado como un héroe semidivino que había sobrevivido unos días antes a un atentado y con un rival —Joe Biden— en la cuerda floja, Trump salió de Milwaukee convencido de que su triunfo en las presidenciales del 5 de noviembre era inevitable. En una campaña repleta de dramáticos giros de guion, la coronación de Kamala Harris como candidata ha llevado un mes después el entusiasmo a las filas demócratas en Chicago y descolocado al expresidente. Tras dos convenciones triunfales, apenas dos meses y medio de campaña decidirán el sustituto de Biden en la Casa Blanca, con el debate del 10 de septiembre como la próxima gran cita.

Sea quien sea el ganador, hará historia en las primeras elecciones desde 1976 en que los apellidos Bush, Clinton o Biden no figuran en las papeletas. O bien Harris se convierte en la primera mujer que ocupa el Despacho Oval, o bien Trump logra ser el primer presidente en más de un siglo que recupera el cargo después de perderlo. Las elecciones se plantean como un contraste de candidatos en el que el carácter, las historias personales y las grandes ideas cobran protagonismo en detrimento de las propuestas programáticas concretas.

Los demócratas ni siquiera se han molestado en actualizar su llamada plataforma y han presentado en Chicago un documento en el que se habla una y otra vez de lo que harían en el “segundo mandato” de Biden. Trump, por su parte, reniega del elaborado y ultraconservador Proyecto 2025, una especie de guía de actuación para su hipotética segunda presidencia elaborado por personas de su entorno, convertido en blanco predilecto de los demócratas. En 2016, Hillary Clinton se presentó con propuestas detalladas y sucumbió frente a un Trump con un programa de una sola frase: Make America Great Again [Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande].

Para lo bueno y para lo malo, Trump es una de las personas más conocidas del planeta. Harris, en cambio, ha pasado cuatro años a la sombra de Biden. “Lo malo de los vicepresidentes es que nadie sabe quién eres. Lo bueno de los vicepresidentes es que nadie sabe quién eres”, dijo esta semana David Axelrod, que fue estratega jefe de Barack Obama, en una declaración recogida por AP. Patrick Gaspard, presidente del Center for American Progress, lo interpreta en positivo: “Tiene esta poderosa y única e interesante ventaja que nunca hemos visto antes en nuestra política. Es a la vez la titular, pero también una candidata del cambio”, señaló en un evento de esta semana en Chicago en paralelo a la convención.

Harris, de 59 años, utilizó su discurso de cierre para tres cosas: atacar a Trump, apelar a la unidad (”seré una presidenta para todos los estadounidenses”) y presentarse a sí misma. Repasó su historia familiar, hija de un inmigrante jamaicano y otra india que se conocieron en la Universidad de Berkeley y se crio en un barrio de clase media. Repasó su carrera de fiscal, trabajando “para el pueblo”. Antes, sus sobrinas nietas enseñaron a pronunciar correctamente (comma-la) su esdrújulo nombre.

Un examen a Harris

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El examen de Harris no ha hecho más que empezar. Aún no ha dado ninguna rueda de prensa ni entrevista a fondo —ha prometido una para la semana entrante— para enfrentarse a preguntas sobre su gestión de estos años, sus planes de futuro y sus cambios de opinión. Ha abandonado, por ejemplo, su oposición al fracking y su propuesta de cobertura sanitaria universal, sus medidas estrella al concurrir a las primarias en 2019, en su intento por ofrecerse como una gobernante pragmática y en la que confiar.

De momento, la vicepresidenta no ha sentido la necesidad de someterse al interrogatorio de los medios. Se beneficia de la ola de popularidad y entusiasmo que ha despertado en solo cinco semanas, una luna de miel con los votantes que ha disparado su popularidad y la ha colocado en cabeza en intención de voto.

Las encuestas, sin embargo, infravaloraron a Trump tanto en 2016 como en 2020 y el margen de la demócrata es menor al que tenían a estas alturas de la campaña tanto Hillary Clinton como Joe Biden. “Hemos visto cómo se nos escapaban más de unas elecciones cuando pensábamos que no podía ocurrir, cuando la gente se distraía con cuestiones falsas o se confiaba demasiado”, dijo esta semana Bill Clinton en lo que parecía una referencia a la derrota de su mujer en 2016. “Este es un negocio brutal y duro. Quiero que estéis contentos. Una de las razones por las que a la futura presidente Harris le va tan bien es que todos estamos muy contentos. Pero nunca hay que subestimar al adversario”, añadió. Similar advertencia lanzó Michelle Obama: “No importa lo bien que nos sintamos esta noche o mañana o pasado mañana, esto va a ser una batalla cuesta arriba”.

“Van a ser unas de las elecciones más ajustadas de la historia”, señala el estratega demócrata Juan Verde, que lleva participando en todas las campañas desde 1992. “Ningún candidato puede cantar victoria. Hay un empate técnico y creo que la incertidumbre se mantendrá hasta el último momento”, añade, recordando que no es el voto popular el que decide el ganador, sino el Colegio Electoral, que beneficia a los republicanos. Según Verde, la clave para Harris en la recta final de la campaña es mantener el nivel de entusiasmo y de energía que se ha generado en las últimas cinco semanas. Eso depende, añade, de que se consolide un movimiento similar al que llevó a Obama a la presidencia en 2008, de modo que el mensaje se multiplique a través de los jóvenes, los medios y las redes sociales.

La repuesta de Trump

Trump no soporta dejar de ser el foco de atención y esta semana ha tratado de contraprogramar la convención demócrata con varios mítines a los que los medios no han hecho mucho caso, con la excepción del de este viernes en Glendale (Arizona). En él apareció para darle su apoyo el independiente Robert F. Kennedy, propagador de bulos y teorías conspiranoicas, tras retirar su propia candidatura, formando una extraña pareja. Aunque el impacto del sobrino de John F. Kennedy es marginal, estas elecciones pueden decidirse por una diferencia mínima.

Trump tuiteó compulsivamente en su red social, Truth, mientras el candidato demócrata a vicepresidente, Tim Walz, y la propia Harris daban sus discursos de la convención. El día del discurso de su rival llamó como un espontáneo a la conservadora Fox News, cuyos presentadores terminaron cortando sus palabras algo incoherentes, acompañadas de pequeños pitidos que parecían indicar que Trump estaba apretando teclas del teléfono con la mejilla sin darse cuenta.

El pase de testigo demócrata tras la desastrosa actuación de Biden en el debate del 27 de junio ha descolocado a Trump, que no parece encontrar las teclas para atacar a su nueva rival. Ni siquiera termina de decidirse por un mote, como acostumbra a hacer con sus rivales (la “corrupta Hillary”, la “loca Nancy Pelosi”, “Joe el dormilón”, el “pequeño Marco [Rubio]”, “Ron [DeSantis] el mojigato”, “cabeza de chorlito Nikki Haley” y un largo etcétera que se ha ganado una página en Wikipedia). Eso sí, ha ensayado varios: “loca”, “carcajeante”, “camarada Kamala”, pues la acusa sin fundamento de comunista, o “Kamabla”, aparentemente por despreciar su discurso como un bla, bla, bla.

Aunque sus asesores le han aconsejado apostar más por las propuestas que por los ataques personales, a Trump le puede su naturaleza. Ha cuestionado la identidad racial de Harris y la ha llamado “perezosa”, entre otras muchas lindezas. En uno de los mítines de esta semana, en Asheboro (Carolina del Norte), buscó el refrendo de los asistentes al preguntarles si debería meterse en el terreno personal y lo logró de forma abrumadora. “Mis asesores… están despedidos”, bromeó, utilizando la frase que le lanzó a la fama en televisión.

Entre los argumentos de campaña, Trump ataca con la inmigración (”vienen de las cárceles del Congo”, decía este viernes en Glendale en uno de sus desvaríos). Una deportación masiva cuya ejecución no ha detallado es una de sus propuestas estrella (que temen millones de inmigrantes que tramitan el asilo o la residencia). Harris se defiende acusando a su rival de boicotear una ley que habría servido para asegurar la frontera.

La demócrata usa como estilete el aborto, que los republicanos evitaban mencionar en Milwaukee y del que los demócratas no paraban de hablar en Chicago. Trump sabe que le perjudica y llegó a tuitear que su presidencia será buena para los “derechos reproductivos” de las mujeres, la terminología que usan los activistas en favor del aborto.

Ambos se enfrentan en la economía, donde el republicano acusa a Harris de ser una comunista y esta ataca a su rival de beneficiar solo de los multimillonarios como él.

El verdadero duelo, sin embargo, está en los atributos personales y en su visión de Estados Unidos. Harris apela a la alegría y el optimismo, mientras Trump pinta un panorama apocalíptico y recurre al arma del miedo y de la ira. Los republicanos dibujan a Harris como una izquierdista peligrosa e incompetente. Los demócratas presentan al expresidente como un egoísta egocéntrico que solo se preocupa de sí mismo y que es una amenaza para la democracia. Además, han encontrado una nueva línea de ataque al presentar tanto a Trump como a su candidato a vicepresidente, J. D. Vance, como unos tipos “raros” y burlarse de ellos, bajando al barro y propinando algunos golpes bajos (evocar el bulo de que Vance contaba en sus memorias que tuvo relaciones sexuales con un sofá es su favorito).

Las elecciones se deciden en seis o siete Estados clave (Pensilvania, Míchigan, Wisconsin, Georgia, Arizona, Nevada y, desde la llegada de Harris, Carolina del Norte), que es donde los dos partidos concentrarán sus esfuerzos de campaña en los dos meses y medio escasos que faltan hasta los comicios (menos, si se tiene en cuenta el voto por correo, que en Carolina del Norte empieza el 6 de septiembre, o anticipado, que en Pensilvania, el Estado más importante en disputa, empieza el 16.

Camino del debate

La próxima parada es el debate del 10 de septiembre, que ambos han empezado a preparar. El republicano ha recurrido a la trumpista conversa Tulsi Gabbard, que sacó de sus casillas a Harris en un debate de las primarias demócratas de 2019. Como bien sabe Biden, el duelo puede cambiar drásticamente la dinámica de campaña y aún no se sabe si será el único entre ambos.

Harris y Trump no se conocen personalmente. El debate será la primera ocasión en que estén juntos en un mismo espacio, con la excepción de los discursos del estado de la Unión de cuando Trump era presidente y la ahora vicepresidenta acudía al hemiciclo como senadora. Harris, fiscal acostumbrada a convencer a los jurados, debatió con Mike Pence en 2020 y desde entonces se recuerda sobre todo el modo en que impedía a su rival por la vicepresidencia que le cortase: “Estoy hablando”. Trump tiene más experiencia y viene de noquear a Biden (más bien se noqueó solo).

Trump creyó que con aquel debate había ganado las elecciones, pero quizá acabe siendo el momento en que las perdió, al propiciar el relevo demócrata. Al despedirse de Chicago, tras asegurar que no guardaba ningún resentimiento, poco antes de subirse al Air Force One para irse dos semanas de vacaciones con su familia a Santa Ynez (California) y a Rehoboht Beach (Delaware), a Biden le preguntaron si aún creía que podría haber derrotado a Trump en noviembre: “Siempre piensas que podrías haber ganado” contestó. Nunca lo sabremos.

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