La aclamación de Harris desde dentro: mujeres de blanco, nervios por Beyoncé y cómo decir Kamala
EJ Scott, delegada afroamericana de Virginia, se ciñó a las sugerencias estilísticas de la velada de clausura de la Convención Nacional Demócrata de Chicago, el fenomenal espectáculo que sirvió este jueves para que Kamala Harris aceptara la designación de su partido como candidata a la Casa Blanca con un discurso en horario de máxima audiencia en el que prometió que será una “presidenta para todos los estadounidenses”.
A Scott le habían pedido que se pusiera de punta en blanco como un homenaje a las sufragistas que lograron el derecho al voto y para subrayar la “ilusión” que genera la sola idea de que una mujer pueda convertirse en noviembre en la primera presidenta de la historia de Estados Unidos. Y así lo hizo: Scott se presentó en el estadio de baloncesto de los Chicago Bulls, donde se ha celebrado esta semana el cónclave demócrata, vestida con falda, camisa, botas y sombrero de cowboy blancos.
El toque vaquero lo añadió, dijo, como un tributo extra a Beyoncé, cuya ausencia, ay, protagonizó la noche, y en virtud de un simbolismo que resultará familiar a los fans de la cantante. “Hay que salvar este país”, advirtió Scott horas antes del discurso de la vicepresidenta Harris, “y yo me imagino a Kamala cabalgando a lomos de un caballo blanco para cumplir con esa misión”.
Tras días de especulaciones en torno a un posible descendimiento en carne mortal de Beyoncé desde el cielo de Chicago, no hubo finalmente rastro de la artista, una de cuyas canciones, Freedom, se ha convertido en el himno de la campaña de Harris. Al final, el público tuvo que conformarse con el consuelo de que Texas Hold’ Em, reciente incursión de la cantante tejana en el country, sonara al principio de la jornada, mientras los delegados, repartidos por la cancha de baloncesto y el primer anillo de las gradas, blandían unas banderitas de Estados Unidos como quien deshojaba la margarita de si finalmente la cantante aparecería o no; una web de chismes se lanzaba a publicar que sí, que tocaría, y otra, especializada en información de Hollywood, titulaba, tras hablar con su representante, que no, que no lo haría.
Resulta, les dijo su portavoz, que “nunca estuvo previsto que la cantante actuara”. Y entonces la operación dio para pensar si el Comité Nacional Demócrata no habría jugado a sabiendas con los nervios y las ilusiones de los fans de Beyoncé para asegurarse que la audiencia permanecería pegada a sus pantallas durante las algo más de cinco horas que duró uno de esos espectáculos que solo saben montar en Estados Unidos.
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Freedom también acompañó la salida al escenario de la candidata, que, oh, sorpresa, se produjo en hora, tras cuatro días de retrasos y promesas cronológicas rotas. Lo hizo ―vestida de oscuro, como de costumbre― caminando con parsimonia, casi a cámara lenta, como si llevara toda la vida esperando ese momento y no hiciera tan solo 32 días desde que Joe Biden anunció en X por sorpresa que abandonaba su empeño de buscar la reelección y que apoyaba la idea de que Harris lo sucediera. Todo lo que vino después ―la lluvia de millones de donaciones, el cierre de filas del partido en torno a la vicepresidenta, el revolcón a las encuestas y el entusiasmo y la energía desbocados que se han vivido estos días en Chicago― era ciertamente poco previsible. Pero cuando a las 21.44 Harris pronunció las palabras con las que aceptó la designación del partido, todas las piezas parecieron encajar súbitamente.
El día del aniversario
Tras recibir una ovación ensordecedora de cuatro minutos, la oradora dio las gracias a su marido, Doug Emhoff precisamente este jueves, día en el que celebraban su aniversario; a Joe Biden, por la confianza y el trabajo compartidos y a Tim Walz, gobernador de Minnesota, a quien Harris ha escogido como aspirante a la vicepresidencia. La candidata se lanzó entonces a un repaso de su biografía tan fiel que a ratos pareció que les había dado a los técnicos del teleprompter el primer capítulo de sus memorias, del que repitió anécdotas, consejos de su madre y hasta las referencias musicales sobre los gustos que heredó del padre: “Aretha [Frankin], Miles [Davis] y [John] Coltrane”. Será tarea de los verificadores de datos comprobar si en la historia de las convenciones se pronunciaron alguna vez los nombres de Coltrane y Davis, leyendas del jazz, pero parece poco probable.
La noche estuvo por lo demás plagada de música. Actuó la diva del pop de los noventa Pink (que ciertamente no es Taylor Swift, otro nombre con el que se había especulado), y a eso de las 20:00 las integrantes de Chicks, banda de country anteriormente conocida como Dixie Chicks, nombre que acortaron por sus connotaciones racistas, se apuntaron toda una proeza: entonar a tres voces el armónicamente endiablado himno americano.
Su intervención marcó el inicio del tramo de la velada en horario de máxima audiencia, y el espectáculo registró uno de sus momentos álgidos con la entrada de la actriz Kerry Washington, famosa por su intervención en Scandal, serie política de enredos en la Casa Blanca.
“Sé que mucha gente estará ahora mismo en las redes sociales pidiendo que me calle, que me dedique a interpretar y no a hablar. Pero no estoy aquí como actriz, sino en calidad de hija, de madre, de orgullosa sindicalista, de nieta de inmigrantes y de mujer negra descendiente de esclavos para recordaros que cuando nosotros, el pueblo nos empeñamos, hablamos con una sola voz”. A continuación, Washington dio paso a dos sobrinas nietas de Harris, Amara y Leela, a las que pidió que la ayudaran a enseñar cómo se pronuncia Kamala (kamma-la) al mundo, pero sobre todo “a aquellos a los que les cuesta o fingen que les cuesta hacerlo”, anunció, en referencia, claro estuvo, a Donald Trump, el candidato republicano, que se ha mofado en las últimas semanas del nombre de pila de su rival. “La confusión se disculpa, la falta de respeto, no”, agregó Washington.
Chicago había despertado por la mañana presa de la expectación por las estrellas del pop que finalmente no brillaron y al borde de un ataque de nervios tras casi una semana de cortes de calles y tráfico infernal. Los asistentes a la convención llegaron al perímetro mucho antes que en días anteriores para evitar el riesgo de perderse el gran acontecimiento. Una butaca libre en las gradas fue rápidamente el bien más preciado en un estadio abarrotado.
Entre las distintas delegaciones organizadas por territorios en la cancha, llamaban la atención los representantes del Estado de Washington y sus sombreros de cowboy con lucecitas. O los de Illinois, que jugaban en casa y estrenaron unos gorros azules de lentejuelas del ‘Todo a 100′ a los que muchos no habían tenido tiempo ni de quitarles las etiquetas.
El hecho de que el número de delegados demócratas (unos 4.600) prácticamente doble a los del Partido Republicano, hizo especialmente compleja la logística durante toda la convención. Esas complejidades llegaron a su paroxismo el jueves, día en el que los encargados de la seguridad del evento cerraron durante un par de horas el acceso a la cancha.
Mientras se pudo bajar al parqué, los periodistas e invitados se vieron empujados (literalmente) a una procesión mendicante, obligados a moverse sin rumbo claro por los angostos pasillos para evitar su gangrena y para dejar pasar a unos voluntarios con una misión aparentemente vital; corrían de un lado a otro con los carteles para que el público pudiera mostrarlos en la retransmisión televisiva. Estos fueron cambiando sus mensajes: de los que decían “U-S-A” o los de “Cuando luchamos, ganamos”, eslogan de la campaña, hasta, finamente, las pancartas alargadas con palo incluido y una sola palabra: “Kamala”.
Fuera, los pasillos rebosaban de gente yendo y viniendo: invitados ya con las caras cansadas después de tanto entusiasmo y tanta unidad de la coalición demócrata y famosos deseados (como el actor de Iron Man Don Cheadle) y forasteros que no eran bien recibidos aquí (Vivek Ramaswamy, también llamado “el millonario antiwoke”, que se dio a conocer al presentarse a las primarias republicanas). El filósofo y candidato de un tercer partido Cornel West se escabullía por una de las salidas, mientras la actriz Eva Longoria ponía a la multitud a hablar en español (les enseñó a decir “sí, se puede”) y la estrella del baloncesto de los Golden State Warriors de San Francisco Stephen Curry, que venía de ganar la medalla de Oro para Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de París, comparecía a través de las pantallas del estadio. A buen seguro, Curry nunca se llevó una ovación tan cerrada en una cancha ajena como la que cosechó este jueves.
Aunque el griterío que amenazó con hacer saltar por los aires los tímpanos de quienes estaban a pie de cancha fue la que llegó cuando, terminado el discurso de Harris, salieron a felicitarla Emhoff, Walz y la esposa de este, y los globos que llevaban toda la semana suspendidos en el techo del estadio esperando su turno para ser soltados, como dicta la tradición, empezaron su lento descenso entre explosiones de confeti. Abajo, los delegados los esperaban con los brazos abiertos para entregarse a un juego con un punto sádico que puso fin a una semana que les costará olvidar: explotar el mayor número de globos rojos, blancos y azules posible.
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