Helados | Ronda Gelatera
Mi hija Laura -quien ya anda los 40 y es madre de 3 varones naturalmente heladeros- reacciona a Sorbetes y Gelatos, el primer artículo sobre esta delicia refrescante que nos encandila a todos. Más ahora, cuando el cambio climático ha traído el reino del infierno, con Lucifer y su séquito maléfico, a esta tierra «colocada en el mismo trayecto del sol», como diría Mir.
Estimulada por la tecla sabrosa que resuena en la memoria del paladar, Laura nos refiere. «Desde que tengo uso de razón el helado ha significado un bálsamo para el alma: si estoy feliz, como helado, si estoy triste, también. Y mientras lo disfruto, me desconecto un poco de los problemas de este mundo terrenal y me adentro en el goce del paladar y el deleite del frescor de este manjar. De pequeña me encantaba que me llevaran a Frigor en Plaza Naco, usualmente los fines de semana, ya con mi padre o mi tío Ramón. Luego de la tanda matiné del Cine Naco, imperdible el helado de naranja piña y el caballito mecánico con relinche que costaba 25 centavos.
Otro lugar emblemático era Los Imperiales en la Zona Colonial, no sólo por sus ricas hamburguesas sino por su helado de uva de playa. Los gelatos de William Read en la Lope de Vega con su stracciatella, la zuppa inglesa y el sorbete de limón. Manresa los domingos en la tarde, más allá del Malecón. Y los Polo con sus carritos ambulantes y esas refrescantes paletas de frutas.
En el Supermercado Asturias de la 27F, la máquina de los helados de yogur Colombo era parada obligada, mi primera experiencia con esos cremosos que luego se establecieron con marcas como Yogen Fruzz y la más reciente Sweet Frog de los súper Bravo. En mi adolescencia llegaron para quedarse las franquicias norteamericanas Baskin Robbins con sus 31 sabores, siendo el pralines and cream mi preferido, y Haagen Dazs con el superbo chocolate belga y el de macadamia. Luego llegó Valentino desde Málaga con sus helados artesanales tipo italiano.»
Un viejo vecino sancarleño de La Trinitaria, Manuel Arturo Peña Morel, hijo de los queridísimos Cocó Peña Batlle y doña Rosa Morel, sobrino del jurista e historiador Manuel Arturo Peña Batlle y el genial caricaturista Príamo Morel, me agrega una nota enriquecedora por la red veloz de WhatsApp. «José me encantó tu escrito sobre los helados. Recuerdo el helado mantecado servido en cajita cuadrada con paletitas de madera en Los Imperiales. Era una visita obligada los domingos por la noche que me imponía papá y que yo, su chófer, aceptaba con gusto. Luego los helados Cremita de vainilla y cubiertos de chocolate. Cada paleta costaba 10 centavos que hoy a la tasa de 58 pesos x 1 dólar equivaldría a 5 pesos con 80 centavos. Te felicito nuevamente por tu artículo y por la amplia variedad de temas que dominas.»
El caro amico Enzo Bonarelli, ícono gastronómico de la matriz portentosa de la cocina italiana y la marisquería que plantaron Annibale Bonarelli e Immacolata Pascale, observa «que en el Vesubio teníamos helados desde nuestra apertura en 1954: la cassata napolitana, el spumone y la cassatina. Teníamos 4 sabores realmente artesanales: vainilla de verdad, pistacho, fresa, y chocolate, importados desde Italia. Muchas personas tras pasear por el Malecón en la tarde visitaban el Vesubio en familia a comer cassata.»
La catedrática de Humanidades de la UASD Teresa Espaillat -mi brillante colaboradora en la Dirección de Investigaciones Científicas de esa academia y aguerrida constitucionalista en 1965-, me señala por la red virtuosa. «El primer artículo ha sido tema de conversación en mis grupos y había pensado comentarle. Antes del carrito existió la caja de madera colgada al hombro con su campanita y los helados en palito que creo recordar se pregonaban. Váyase por los sectores populares donde las mujeres financiaban la nevera vendiendo helados a chele. Buenísima esta segunda parte.»
Mi admirado fraterno Miguel Escala -educador consagrado, antiguo compañero en el BC y en el Jurado de los Premios Brugal- se anima y me escribe, sumándose a la refrescante ola heladera que busca combatir en parte la mortal ola de calor con elevada tasa de humedad y tormentoso polvo del Sahara que nos agobia en esta media ínsula tropical. «Hola, muy buen artículo. Te faltó hablar de helados Polo que estaban más presentes en el interior, que los compró la multinacional Nestlé, pero al parecer su estudio de mercado les falló y lo dejaron. Muchos pueblos y comunidades se quedaron sin heladería con ese cierre.
De los actuales criollos, Saverio está expandiéndose y Tartufo en Bellavista Mall, en la calle del Colegio San Juan Bautista, es excelente y sirve a varios restaurantes. Aunque no los he probado, están los Ivón de Jarabacoa que los vende la Barra Payán. Coincido contigo en los Cremitas, que incorporé a mis gustos tan pronto los probé en 1963. Sobre los Polo, conversé con una ejecutiva de Nestlé y pregunté qué había pasado. Al parecer la compra de Polo no fue buena idea por los estándares de ganancia que aspiran los accionistas. Estaba produciendo, pero no lo esperado y cerraron las heladerías Nestlé. Comprendí la gran cobertura de los helados Polo futuros Nestlé en un viaje que hice desde San Francisco de Macorís a Cotuí. En un pueblo intermedio, Las Guáranas, vi una heladería Polo.»
A este vivificante comentario de Miguel añadí. «Creo que compraron la marca en 1996 y cerraron la planta en 2008 porque a Nestlé no le daban los números. Nestlé mantiene hoy 2 plantas de producción en operación: la de lácteos de San Francisco de Macorís con su marca líder Carnation y la de sazones culinarios Maggie en San Cristóbal.»
Un asiduo lector a quien envío la columna en lista preferencial, Fermín Pérez Morales, hijo de la recordada prima Yolanda Morales Piantini, me hace uno de los más reveladores comentarios. «Muchas gracias por enviarme tu artículo de ayer Sorbetes y Gelatos. Me trajo muchos recuerdos. Lo saboreé con gusto, recordando cada época. En época de mi noviazgo hace 50 años fuimos asiduos visitantes de Helados Capri al final del Malecón. Mi hija Sarah Virginia fue modelo de helados El Polo y nos sorprendían sus fotos al visitar algunos pueblos en el interior. Luego su hijo Gael, nuestro nieto modelo para Baskin Robbins. Y años más tarde la hermanita Leonor aparecía mostrando las ricas paletas de frutas de unos italianos.» Un ejemplo heladero virtuoso de una familia cubriendo tres generaciones.
Amigos puertoplateños me han referido los helados Perugina que se vendían en su ciudad natal en los años 60, del italiano Eduardo Di Franco. La hermosa urbe con sus casas victorianas, denominada Novia del Atlántico, es cuna de dos familias de mis afectos: la de mi entrañable cuñado Dr. Luis Rojas Franco -hijo del Dr. Luis Rojas Pérez, dentista del pueblo y la santiaguera doña Moraima Franco- y la formada por el Dr. José Augusto Puig y la eminente educadora doña Elvia Miller. Solar de los Brugal, Colson, Grisolía, Ginebra, Kunhardt, Lockward, Solano y tantas familias de mérito. Por Google figuran los Helados Mariposa de la Beller, promovidos como los mejores de la Costa Norte con amplio surtido de sabores, complementados con repostería austríaca.
De Santiago se apunta los Helados Noris, emprendimiento de Ariosto Fondeur Hernández. Y en esta vocación refrescante se incluye a su hermano Mario Augusto Fondeur Hernández, fundador en Moca de los Helados Marion. En Tamboril -la tierra del genial poeta Tomás Hernández Franco, del talentoso sociólogo Frank Marino Hernández y el meritorio servidor público gestor universitario José Rafael Abinader- hoy los Helados Splash se promueven como empresa productora y comercializadora heladera con 30 años «haciendo la vida más dulce». Con red de venta en el Cibao y la Costa Norte con oferta de opciones que visualmente activan las papilas gustativas.
Los Helados Sanlley figuran en la memoria de dos destacados capitaleños que dejaron testimonio descriptivo como residentes en la Zona Colonial, al recorrer sus calles más importantes, en alto relieve la vitalísima El Conde. El empresario refresquero Horacio Álvarez hijo, cuyo padre Horacio Álvarez Saviñón fundara la embotelladora de Pepsi Cola en el país, piloto de carreras de auto y radioaficionado, quien me cediera sus notas de memoria para emplearlas a discreción. Y el sobresaliente profesional y ejecutivo de Estado Hans Paul Wiese Delgado, autor de obra clave sobre la Era de Trujillo, quien hizo lo propio con Pedro Delgado Malagón.
Ambos ubican la Heladería Sanlley en El Conde entre Sánchez y Santomé. «Situada frente a la tienda de Cusa Pardo, los mejores de la época en toda la capital, fabricados en garrafas-sorbeteras recubiertas en el interior con hielo y sal en grano para llevar la temperatura a varios grados bajo cero y emulsionar así el helado. El local tenía unas 5 o 6 mesitas con sillas vienesas muy hermosas y cómodas. Esa y otras casas más, colindantes, fueron demolidas para levantar el moderno edificio Copello inaugurado en 1939». Obra de los hermanos arquitectos Guillermo y Alfredo González Sánchez.
Jacinto Gimbernard, en columna evocativa publicada en 2009 en Hoy, alude a don Luis Acosta quién habría laborado en la famosa Heladería de Sanlley «establecida en la entonces aristocrática calle El Conde, donde mi madre iba con sus primas hermanas los domingos a disfrutar unos helados incomparables, que eran resultado de fórmulas secretas que por su honestidad y largo tiempo de servicio habían sido ya reveladas a don Luis, quien muchos años después aún guardaba celosamente el misterio de las deleitosas fórmulas». Gimbernard afirma que éste elaboraba los procesos de Sanlley, que eran italianos, y fue empleado por su padre para laborar en la Imprenta Cosmopolita.
En estos días he pecado sistemáticamente al acudir goloso a Helados Cappio de la Churchill a degustar la opción maní crocante, que me retrotrae a las frescas tardes dominicales en Manresa, remedo de los días felices en la calzada del Paramount de la Eugenio Perdomo, cuando por un chele el manicero te daba un puño de maní caliente. Allí he disfrutado del helado de majarete, de un chocolate con almendra, del pistacho y de una fresa en su fruta. Para salir del horno climático.