El equipaje y los sherpas, la aventura de Thais Herrera en el Everest
Antes del viaje, a lo largo del trayecto en avión, incluso al llegar a Nepal, uno siempre tiene esa sensación de que hay algo que se le escapa. Como cuando te vas de vacaciones con la familia y piensas: ¿Qué me estoy dejando? ¿El pijama, el cepillo de dientes?… Cuando vas al Everest, ese presentimiento no es inferior, sino que se agudiza. La cantidad de equipamiento que hay que llevar es enorme, costoso e indispensable. Esa noche del 8 de abril en Katmandú, después de una cena en la que conocí a mis compañeros de expedición, me vino ese presentimiento. Parte de mi equipaje tenía que llegar al día siguiente desde Estambul. Sería catastrófico si me faltaba algún equipamiento importante.
Para escalar el Everest tienes que llevar el equipo de montaña que te requieren. Esto incluye muchas cosas que hay que almacenar en pocas mochilas, pues el peso debe ser el mínimo. Botas de altitud que son de tres capas, medias eléctricas para el día de cumbre (y diferentes medias para el resto de los días), botas de trekking, que son las que se utilizan para hacer senderismo; te llevas los zapatos de aproximación, unas chanclas para poder bañarte, unas chancletas para meterte en esos baños sospechosos de los campamentos en los que puedes enfermar; un down suit, un traje de escalada, pantalones de plumas, pantalones impermeables, pantalones de montaña, abrigo de plumas grande, abrigo de plumas mediano, guantes de diferentes tipos, casco, piolet, el piquito… En total, cargas casi 100 libras. Por esta razón, la labor de los sherpas es tan importante.
Dabaringi y Lakpa no hablaban español
No todos los sherpas hablan inglés, pero Dabaringi y Lakpa sí lo hacían, al menos un poco. Ellos dos fueron con los que más interactuamos, aunque no les tocó acompañarnos en el Everest, sino en la etapa de aclimatación.
Los sherpas son los verdaderos héroes de la montaña. Ellos te ayudan, te cargan, te llevan, te motivan, y siempre lo hacen con una sonrisa. Además, son muy agradecidos, por lo que uno conecta muy rápido con ellos. A uno le regalé un chocolate dominicano y me respondió con una enorme sonrisa de agradecimiento. Aunque no hablen tu idioma y no te entiendan, sientes que están allí para cuidarte. En parte, saben que eso es lo que les identifica, que el mundo les conoce así, y quieren seguir siendo hospitalarios.
Esa amabilidad de los sherpas se extendía a todo lo demás en esa zona de Nepal. Cuando uno se detenía en cualquier hostal o tea house, las señoras mayores te servían con delicadeza y tú les decías: «Namasté». En esa sociedad se trata muy bien al extranjero, que suele ser alpinista.
Los sherpas, ciertamente, son una de las etnias que habitan en las regiones de Nepal. La palabra «sherpa» no significa guía de montaña. Sin embargo, con el paso de los años, con su gran labor acompañando y guiando a alpinistas en el Himalaya, se ganaron esa fama. El trabajo que hacen es lo que les ayuda a sostener a sus familias. Empiezan como portadores de equipaje, luego pasan a cocineros y asistentes de cocina. Tras eso, si son buenos en la montaña, comienzan a ser guías. Cargan 80 libras con unas chanclas con el dedito saliendo por delante, bajando por esas montañas peligrosas. Los sherpas nacen en la montaña, crecen en ella y desgraciadamente algunos de ellos pierden la vida en el Everest.
La eterna espera para ir al campamento base
Llegamos a Nepal el 8 de abril. Antes de eso, ya nos habían retrasado el itinerario. En un plan inicial, debíamos estar en el campamento base el 4 de abril. Así es como estaba planeado. Pero esta fecha se retrasó, por lo que decidimos viajar a Ecuador para aclimatar el cuerpo y coger altura. Así pues, llegamos el día 8 a Nepal con la esperanza de que cuatro días después, es decir, el 12 de abril, estaríamos en el campamento base.
Tras ese largo día en el que llegamos a Katmandú, en el que nuestras maletas se extraviaron, conocimos la ciudad y su mística, y cenamos con el resto de expedicionarios, finalmente descansamos en una cómoda cama del hotel Dusit Princess. Nos lo merecíamos… Por las más de 30 horas embutidos en aviones, por todos los cambios horarios, porque nuestro equipaje estaba en algún lugar de Estambul, y porque sería de las últimas noches que dormiríamos cómodamente en un colchón de verdad. Nos fuimos a dormir pensando que el 12 de abril nuestros pies caminarían sobre el campamento base. ¡Qué inocentes fuimos nosotros!
A la mañana siguiente, nos dijeron que teníamos que esperar un poco más. No había vía libre para ir al campamento el día 12. Era una mala noticia y nos costaba creerlo y afrontarlo. A nadie le agrada esperar, y menos en la montaña. Menos, cuando no sabes en qué fecha te vas. En ese momento, empezaron unos días de incertidumbre que hicieron que uno de nosotros abandonara el grupo. Teníamos un problema de altura.
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Un relato de Thais Herrera tal como se lo contó al periodista Miguel Caireta Serra.