Starmer exhibe una gestión eficaz en el primer desafío de su mandato: los disturbios alentados por la ultraderecha
Seis semanas han sido suficientes para que el primer ministro británico, el laborista Keir Starmer, comprenda el peaje que acarrea el cargo. Tras una campaña electoral basada en evitar errores y el eficiente nombramiento de su Gabinete en las 24 horas posteriores al cierre de las urnas el 4 de julio, el nuevo Gobierno ansiaba demostrar que las políticas de Estado y sobre todo la sensatez volvían a guiar el país. Renacionalizar el ferrocarril, crear un organismo nacional de energía o la decidida vocación por reformular la dirección económica integraron su manual de estreno en el poder, pero lo que verdaderamente ha marcado el arranque de la nueva era del laborismo ha sido la gestión de los disturbios que estallaron principalmente en Inglaterra, catalizados por la desinformación y alentados por la extrema derecha.
El primer gran desafío para Keir Starmer ha sido, probablemente, el más idóneo para un mandatario que, antes de dar el salto a la política, había sido director de la Fiscalía de la Corona (Crown Prosecution Service), un puesto que lo llevó a lidiar con altercados similares en Londres en 2011. Tom Baldwin, autor de Keir Starmer: The Biography, perfil escrito con la cooperación de Starmer, considera que la crisis, “en cierto modo, ha jugado a su favor, porque ha mostrado sus fortalezas”. “A mucha gente le ha impresionado lo fácil que ha sido para él completar la transición de líder de la oposición a primer ministro. Parece que lleva haciéndolo mucho tiempo. Ha tenido un comienzo fuerte y hay la sensación de que los adultos están de nuevo al frente”, explica en conversación con este diario.
La estrategia de refuerzo policial y sentencias exprés parece haber surtido efecto, pero el reto a medio plazo pasa por lidiar con la raíz del problema, como argumenta Parth Patel, principal investigador asociado en el Instituto de Investigación de Políticas Públicas: “Aunque los disturbios han cesado, los motivos que los provocaron continúan. Ha habido una respuesta efectiva para detenerlos, pero no es lo mismo que derrotar a la extrema derecha. Esta es la clave: qué va a hacer ahora el Gobierno, es una prueba tremenda, tanto si puede derrotar al populismo como actuar sobre las causas que motivaron los disturbios”.
La crisis ha llevado al primer ministro a cancelar sus vacaciones familiares en un destino europeo no concretado, una decisión que sus defensores explican como un mensaje de seriedad que contrasta con el caos de los conservadores en los últimos años, marcados por las luchas internas.
“Hemos regresado al tipo de política de gestión, tecnocrática y calmada que mucha gente encuentra tranquilizadora. Keir Starmer está demostrando ser diestro, actuar como un adulto, ha logrado establecer el tono adecuado con aliados internacionales, ha superado los disturbios demostrando ser duro en ley y orden…”, mantiene Anand Menon, director de la iniciativa UK In A Changing Europe (El Reino Unido en una Europa cambiante) y profesor en la Universidad King’s College, quien matiza que “el problema es que no se sabe aún cómo va a gestionar los grandes temas”.
El cambio más evidente imbuido por Starmer ha sido, por tanto, de estilo. Las cumbres internacionales días después de entrar en Downing Street, como la de la OTAN, en Washington, o la de la Comunidad Política Europea, en el palacio de Blenheim (en el condado inglés de Oxford), en la que ejerció de anfitrión, facilitaron su transición, al permitirle fraguar una imagen presidencial.
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Para Tony Travers, profesor de la London School of Economics (LSE), esta percepción no es fortuita: “Lo primero que ha hecho es proyectar una imagen más seria. Starmer quiere reformular cómo se percibe al Gobierno, para mostrar que está gestionado por gente que piensa cómo ofrecer soluciones y cómo reconstruir la confianza en las instituciones, comportándose de manera distinta a los conservadores y tratando de que se vean las diferencias”.
Prioridades económicas
En apenas seis semanas, el Ejecutivo ha tenido tiempo de establecer prioridades, como la creación de un Fondo de Riqueza Nacional, que aspira a implicar a la iniciativa privada en grandes proyectos de infraestructuras; la promoción de un organismo público para la generación de energía, o el anuncio de una profunda reforma de los derechos de los trabajadores. “Es la primera vez que un Gobierno en el Reino Unido ha dicho que va a dirigir la economía, es una manera distinta de pensar: ya no es dejar que los mercados hagan lo que quieran, es decirle a la economía qué hacer. Esta es la gran diferencia y será el gran test”, sostiene Patel.
La economía es, de hecho, una de las piezas que definirán el mandato de Starmer, quien, durante la campaña, había evitado la tentación de prometer utopías y esquivado difíciles preguntas fiscales. El cuadro es mixto, como expone Iain Begg, también profesor en la LSE: “El argumento de que este es el peor legado económico es un poco exagerado. De hecho, el Gobierno de Rishi Sunak había introducido ya algunos cambios que van a ser beneficiosos para los laboristas. Las finanzas públicas van a ser difíciles de gestionar, pero no imposibles, y la situación económica es mejor que la propaganda alentada de que esta [situación] es la peor de la historia”.
La primera gran prueba de fuego en el terreno económico llegará el 30 de octubre, cuando el Ejecutivo presente sus primeros presupuestos y defina el marco de su ambición para una legislatura en la que cuenta con una amplia mayoría parlamentaria para alumbrar el programa reformista prometido. Al respecto, Begg advierte de que la herencia más complicada aparece en “problemas mucho más sutiles, en diferentes ámbitos: sistema sanitario, listas de espera, escuelas que se caen, el hecho de que las Fuerzas Armadas están en un estado cuestionable en preparación para el combate… Cosas relativamente más pequeñas, pero que son testimonio de un gobierno inefectivo en el pasado, y que no van a ser fáciles de arreglar”.
Según el biógrafo de Starmer, no obstante, son precisamente estas áreas las que permitirán al primer ministro destacar: “Él no hace política de fanfarronear. No va a arreglar los problemas con un eslogan de tres palabras. En lo que cree es en centrarse sin descanso en políticas más pequeñas, difíciles, que a veces suenan aburridas, pero que, al final, conseguirán más que un discurso grandilocuente”. Tom Baldwin detecta ahí un contraste con el pasado: “Boris Johnson era capaz de reunir a una gran multitud, pero prendió fuego a algunas de las cosas más valoradas. Para Starmer, se trata de cimientos: ver a alguien poner un ladrillo encima de otro es aburrido, pero si vuelves después de unos días, podría haberte construido una casa. Esa es la diferencia: es metódico, no siempre elegante, ciertamente no inspirador; pero se trata de resultados, no de conexión emocional”.
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