Toma de posesión de Abinader: de la solemnidad al espectáculo
Creo que a todos nos tomó por sorpresa el anuncio del cambio de lugar de la investidura presidencial de este 16 de agosto.
Por mandato constitucional, la toma de posesión de los presidentes y vicepresidentes electos se realiza ante la Asamblea General en funciones, compuesta por los diputados y senadores electos. Por costumbre, ese solemne acto se realiza en la sede del Congreso Nacional.
Cuando se anunció que en esta ocasión ese acto tan significativo para nuestra democracia se va a realizar en un salón de eventos, muchos levantamos las cejas.
Y sí, el Teatro Nacional es una sala imponente, es la más importante del país, pero es en esencia un salón para espectáculos, obras diversas y últimamente, para entrega de premios y concursos de belleza.
Nada de lo cual es una juramentación solemne de un presidente y una vicepresidente electos de un país que cuenta con tradición democrática y una sede congresual en condiciones.
¿Que la excusa es que vienen muchos invitados? Me parece perfecto. Si el asunto es que el aforo es limitado, pues entonces toca filtrar los invitados locales como hace cualquier persona con sentido común y conocimientos básicos de protocolo.
Frente al Congreso está la Suprema Corte de Justicia con un auditorio en excelentes condiciones desde donde se puede transmitir en directo los actos de la juramentación para aquellos funcionarios de menor rango dentro del escalafón gubernamental. O bien, en el Teatro Nacional, si tanto les gusta.
Total, nosotros, los ciudadanos que elegimos al presidente y los congresistas vemos el acto desde nuestras casas y no pasa nada.
Pero si de lo que se trata es de convertir la juramentación presidencial en un espectáculo, pienso que debemos revisarnos. No es de ahora que nos quejamos de que en este país no se respeta nada y creo que hasta ahí todos estamos de acuerdo.
Desde los padres hasta los agentes llamados a preservar el orden público, se les ha perdido el respeto y ellos, lamentablemente, han perdido autoridad.
En todos los Estados hay símbolos que intentan mantenerse a toda costa para preservar un sentimiento de nación, que es más que un país y que un gobierno.
Por eso se respeta la bandera, el himno, el escudo. Y así deberían respetarse las más altas investiduras de nuestra nación y los actos más solemnes.
Alguien dirá que corren otros tiempos, que hay que quitarle formalidad al acto y que, ¡total!, se cumple con el requisito de la Asamblea y que la Constitución no establece un lugar específico.
Sería bueno recordarle a los que piensan así, que «la costumbre hace ley» y eso deben saberlo más que yo los que animaron al presidente a tomar una decisión tan poco elegante para ahora meter orquestas y animadores de tarima.
Si después del «laisse faire» (del francés «dejar hacer, dejar pasar») vienen las burlas y los memes, no se quejen. Esas brisas traerán otros lodos.