Por qué Turquía ha liderado las negociaciones para el mayor canje de prisioneros con Rusia desde la Guerra Fría

En la segunda entrega de la saga del Agente 007, el James Bond que personifica Sean Connery combate a pérfidos agentes soviéticos y búlgaros en Santa Sofia, la Gran Cisterna y otros vistosos parajes de Estambul. Por su atractiva posición a caballo entre dos continentes y su condición de país bisagra que enlaza Oriente y Occidente, Turquía han sido escenario predilecto de novelas y películas sobre intrigas internacionales. Y algo de ello siempre ha habido: desde el nido de espías que era Estambul en la Primera Guerra Mundial (incluida Mata Hari) a los complots de la Guerra Fría. Por ejemplo, el caso Volkov: el espía soviético que, en 1945, ofreció pasarse al otro lado y cuya información podría haber descubierto con casi dos décadas de anticipación al agente doble británico-soviético Kim Philby, pero que terminó desapareciendo (el caso sirvió de inspiración para la novela El Topo, de John le Carré, también llevada al cine).

En aquellos tiempos del telón de acero, Austria, y en cierta medida Suiza, eran los países preferidos para realizar intercambios de prisioneros y espías descubiertos en el otro bloque, dada su neutralidad. Pero el primero se unió a la Unión Europea en 1995 y, el segundo, presionado por las capitales occidentales, aplicó sanciones a Rusia por su invasión a Ucrania en 2022, lo que le ha valido la inclusión en una lista de países “no amigos” de Moscú. Así que no hay tantas capitales que sean de la confianza de Moscú, Washington y sus respectivos aliados. Ahí, Ankara, ha visto un filón.

“[EE UU] agradece profundamente a Turquía por haber dado un apoyo logístico clave que ha hecho este acuerdo posible”, dijo el presidente estadounidense, Joe Biden, este jueves tras efectuarse en el aeropuerto de Ankara el mayor intercambio de prisioneros entre Rusia y Occidente desde la Guerra Fría: “Apreciamos que el Gobierno turco facilitase una localización para el retorno seguro de estos individuos a Estados Unidos y Alemania”.

El acuerdo llevaba tiempo cociéndose gracias a la mediación de la Organización Nacional de Inteligencia o MIT, los servicios secretos de Turquía. De hecho, ya en diciembre, el presidente ruso, Vladímir Putin, había reconocido contactos con las autoridades de EE UU para solucionar el caso de Evan Gershkovich, corresponsal en Moscú de The Wall Street Journal, condenado a 16 años de cárcel en un juicio sin garantías en el que se le acusó de espionaje. “En este intercambio, el director del MIT, Ibrahim Kalin, siguiendo las directrices del presidente [Recep Tayyip] Erdogan, facilitó las conversaciones entre sus homólogos estadounidenses y rusos en Estambul y Ankara”, explica a EL PAÍS un alto cargo de la seguridad turca que pide el anonimato: “Turquía se ha convertido en un centro de intercambio de rehenes debido a su capacidad de comunicación tanto con Occidente como con Rusia”.

Pero, ¿cómo puede un país miembro de la OTAN casi desde su fundación ser considerado un mediador imparcial por Moscú? Precisamente porque, pese a su adscripción a la Alianza Atlántica, ha sido el único miembro que se ha negado a aplicar sanciones a Rusia por su invasión de Ucrania, aunque también ha suministrado armamento a Kiev. El presidente Erdogan es apreciado a la vez por el líder ucranio, Volodímir Zelenski, y por Putin a nivel personal, lo que le ha permitido organizar reuniones entre ambos países que, si bien no han dado como resultado una tregua, sí que han permitido la liberación de varios centenares de prisioneros de guerra en sucesivos intercambios, así como garantizar un cese de combates en áreas como la central nuclear de Zaporiyia y el establecimiento del corredor del grano.

El mandatario turco se ha rodeado de varias personas con una gran capacidad de alcance global, como el propio Kalin, antiguo asesor presidencial en materia de seguridad y considerado una de las mentes más brillantes de su entorno, o el ministro de Exteriores, Hakan Fidan, jefe de los servicios secretos entre 2010 y 2023 y con una amplia agenda de contactos, especialmente en Oriente Próximo, tanto de emires y ministros como de grupos armados.

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No en vano, el MIT ha mediado en las negociaciones para la liberación de rehenes occidentales capturados en Siria por organizaciones yihadistas, incluidos seis periodistas españoles secuestrados por el Frente Al Nusra y el autodenominado Estado Islámico. Turquía también cooperó con Qatar en las negociaciones para la liberación de rehenes secuestrados por Hamás en su ataque a Israel del 7 de octubre.

Y hubo un precedente al intercambio de este jueves que sirvió para que Turquía hiciera méritos ante Washington. En abril de 2022, el exmarine estadounidense Trevor Reed, encarcelado en Moscú acusado de agredir a dos policías, fue canjeado por el ciudadano ruso Konstantin Yaroshenko, sentenciado en EE UU por tráfico de cocaína. El intercambio, que fue precedido de múltiples reuniones en la sede del MIT en Ankara, se produjo en el aeropuerto de Esenboga, que pese a ser el de la capital turca, tiene menos tráfico que otros de la costa o los de Estambul y, por tanto, ofrece mayor discreción. Tras el éxito de esta misión, Ankara acogió además una reunión de los directores de la CIA estadounidense y el FSB ruso para reducir las tensiones cuando las amenazas de uso de armas nucleares arreciaban a finales de 2022.

Política de equilibrios

“El que ahora se produzca un intercambio que implica a múltiples individuos y a múltiples Estados, es un gran éxito de la inteligencia turca, que ha sabido ganarse la confianza de las partes pese a la polarización de las posiciones”, sostiene el analista de seguridad Abdullah Agar, exmiembro de las Fuerzas Especiales: “Es fruto de la política de equilibrios de Turquía, de su estrategia de imparcialidad activa”.

En realidad, Turquía nunca ha sido del todo de ningún bando, siempre ha buscado nadar entre dos aguas (y esconder la ropa) aprovechando su posición estratégica. Las muestras sobran: durante la guerra de la Independencia, el líder turco Mustafa Kemal Atatürk aceptó la ayuda soviética a fin de luchar contra las potencias imperialistas occidentales, para luego aliarse con ellas; o el conservador primer ministro Adnan Menderes, que metió a Turquía en la OTAN, pero que en los últimos años de su mandato terminó pidiendo ayuda económica a la URSS; o las elites militares turcas que se formaron en los cuarteles de la Alianza Atlántica, pero, influidas por las ideas eurasianistas, han terminado mirando hacia Rusia y China… Erdogan es un discípulo de esta tendencia, si bien uno que ha refinado aún más esta calculada ambigüedad estratégica que permite que, aunque no todos se fíen de él, nadie se atreva a prescindir del aliado turco.

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